Valentín Muro
MARTES 16 DE ENERO DE 2018
Cuando se trata de robots
parece que no hubiera medias tintas. Los robots van a venir y nos van a quitar
los trabajos. Después están quienes dicen que esto resultará en infinito tiempo
libre que desencadenará la explosión creativa de un "Nuevo Renacimiento",
y quienes creen que del desempleo masivo y la inempleabilidad no nos
recuperaremos nunca. Pero quizá la obsesión por el desempleo a raíz de la
automatización nos está haciendo ignorar una consecuencia aún más inmediata: la
amplificación de la desigualdad económica.
La ansiedad provocada por
la automatización no es algo nuevo. Durante la Revolución Industrial los
luditas se hicieron famosos por destruir varias de las máquinas instaladas en
molinos y fábricas. Esto les valió la fama en el imaginario cultural como un
movimiento anti-tecnología, pero este no era el caso. Lo que buscaban era
mejorar su posición ante sus empleadores utilizando la estrategia que en 1952
el historiador marxista Eric Hobsbawm bautizó como "negociación colectiva
por disturbio".
En el siglo XX otras olas
de preocupación se sucedieron, con titulares como "El avance de las
máquinas hace que las manos queden ociosas " en el New York Times (1928) o
la aparición de la expresión "desempleo tecnológico" de la pluma de
John Maynard Keynes en 1930. Ya en los años 40 algunos diarios hacían
referencia a los comentarios sobre el desempleo a raíz de las máquinas como
"una vieja discusión ". Luego, en la década de 1950 y en la de 1960,
la ansiedad recuperó su vigor y en plena campaña electoral el candidato John F.
Kennedy llegó a dar un discurso dedicado a los problemas de la automatización y
su propuesta para resolverlos.
Charles Chaplin en Tiempos modernos (1936)
Las predicciones acerca
del colapso del mercado laboral en manos de robots reflotan cada tanto y
sistemáticamente demuestran estar equivocadas. Es por esto que la economista
Heidi Shierholz desestima tanta paranoia. La automatización desplaza a los
trabajadores, pero no afecta al número total de trabajos en la economía a la
que afecta: la automatización puede haber arruinado vidas, pero nunca arruinó
al mercado laboral.
Es cierto que esta vez se
están automatizando tareas que antes eran consideradas inteligentes (como
manejar un vehículo o redactar textos), pero esto no afectó al ritmo con el que
la productividad aumenta. Es por esto que suele argumentarse que esta nueva ola
de automatización es distinta a cualquier otra, aunque esto no se vea reflejado
en los datos y, de hecho, desde el año 2000 aproximadamente el ritmo de aumento
de la productividad ha ido disminuyendo.
Como señala Matthew
Yglesias, de Vox, la sospecha de algunos economistas es que la tecnología ha
cambiado nuestras vidas sin cambiar fundamentalmente a la economía. En la raíz
del problema está que los aumentos de productividad del que muchas industrias
pueden haber disfrutado no han sido equitativamente distribuidos. Se trata del
1% del 1% más rico, cuya riqueza está directamente vinculada al valor de las
acciones de las empresas que poseen. Se trata del viejo sueño de vivir de
rentas.
El problema no es el desempleo
Dos trabajos académicos
recientes argumentan que el principal riesgo de la automatización no es el
desempleo masivo sino la amplificación de la desigualdad económica. Uno de
ellos, firmado por los economistas Anton Korinek y el premio Nobel de economía
Joseph E. Stiglitz, pone el foco en la forma en que los desarrollos de
"inteligencia artificial" y otras formas de automatización podrían
afectar la distribución del ingreso. Lo que observan es que los beneficios muy
probablemente no serán distribuidos equitativamente.
Los autores reconocen que
la automatización podría ser innegablemente positiva en una economía en la cual
los individuos están "asegurados en contra de los efectos adversos de la
innovación", por ejemplo a partir de un esfuerzo de redistribución
eficiente. Sin este tipo de intervenciones no sólo se corre el riesgo de que la
desigualdad siga aumentando sino de que resulte en peores condiciones en
términos absolutos.
El segundo trabajo,
publicado por el Institute for Public Policy Research, también enfatiza la
necesidad de desarrollar marcos regulatorios apropiados para controlar el
crecimiento desmesurado de la desigualdad. "En ausencia de políticas de
intervención, lo más probable es que la automatización incremente la
desigualdad de riqueza, ingreso y poder", sostienen sus autores. Esto va
directamente en contra de lo que suele proponerse desde Silicon Valley, con
advertencias de que las regulaciones impiden la innovación.
Esta propuesta no implica,
de todos modos, desacelerar la incorporación de tecnología al mercado laboral.
En cambio, lo que proponen es potenciar a la economía con el uso de tecnología,
pero repensando los modelos de propiedad en favor de una mejor distribución de
los beneficios de nuestro futuro robótico. Esto no es muy distinto de lo que
los luditas exigían hace 200 años.
La discusión acerca de la
automatización tiene tanto que ver con el pasado como con el futuro. Al
dejarnos obnubilar por las lucecitas de los robots podemos apresurarnos a dejar
de lado que en gran parte los desafíos son intrínsecos al capitalismo. Es
decir, no es que esto sea algo malo, sino que son problemas que tienen larga
data. Del mismo modo que ciertos avances en inteligencia artificial nos han
forzado a repensar lo que consideramos inteligente, el advenimiento de los robots
en el mercado laboral podrían hacernos repensar al trabajo mismo y la forma en
que concebimos a la salud de una economía.
Nadie sabe qué va a pasar
con los robots. Es obvio que muchos más diarios se venden con la amenaza
robopocalíptica en tapa, pero los pronósticos parecen ser exagerados. En
cualquier caso, la desigualdad es un problema creciente hoy y frente a
cualquiera de los escenarios de la automatización parecería tender a
incrementarse. Esto, curiosamente, nos da la pauta de que podemos empezar a
trabajar en una solución sin esperar a que vengan los robots y lo resuelvan.