Con la “súper app” WeChat, la
potencia asiática lleva más lejos la vigilancia sobre la población; un fenómeno
de implicancias geopolíticas analizado aquí por Simone Pieranni, autor de
Espejo rojo.
20 de marzo de 2021. Elisabetta
Piqué
Simone Pieranni habla de China
con fascinación, pero también con espanto. “Es como estar enamorado de una
mujer malvada”, admite este periodista del diario Il Manifesto, que vivió diez
años en la superpotencia asiática, durante los cuales recorrió, estudió y
analizó al gigante, e incluso aprendió mandarín. Llegó a conclusiones
inquietantes, que resumió en su último libro Espejo rojo. Nuestro futuro se
escribe en China (Edhasa).
Allí describe cómo a partir de
2008, año de la crisis financiera de los subprime, de ser la “fábrica del
mundo” –es decir, productor de cantidades gigantescas de mercaderías de bajo
costo–, China dio un salto hacia el futuro, tras la decisión de invertir en
innovación y nuevas tecnologías. Así nació WeChat, algo así como “la app de las
apps”, sin la cual uno está fuera del mundo en China. Con ella se puede desde
hacer compras hasta iniciar los trámites de divorcio, pasando por otras miles
de cosas y actividades. Inteligencia artificial, el 5G, videocámaras para el
reconocimiento facial, smart cities. Hoy China exporta todo esto. Y algo más:
“En casa utiliza este conocimiento para una función de control social que, si
bien siempre existió, con el uso de la tecnología hoy es mucho más fuerte,
fácil de implementar y veloz”, dice Pieranni, genovés de 46 años, en una
entrevista con La Nación en la redacción de Il Manifesto, en el barrio de
Trastevere de esta capital.
–En el libro destacás que
nuestros datos personales se han vuelto el nuevo petróleo.
–Así es, y China es la Arabia
Saudita de los datos. Porque, al margen de que son 1400 millones de personas,
pueden tener datos de cada momento de la vida de una persona. Mientras las
grandes plataformas como Facebook saben todo de vos, pero solo mientras estás
en Facebook, en Instagram o en WhatsApp, y no si bajás al bar a tomar algo, en
WeChat saben siempre qué estás haciendo, incluso si estás offline. El número de
datos que tienen es aún más alto. Y son muy cualitativos, tanto en vista de un
enfoque de tipo comercial como de control social.
–¿Ese es nuestro futuro?
–Esperemos que no. La tesis
del libro es que no debemos considerar una distopía lo que sucede en China,
porque lo mismo podría suceder también en Occidente.
En realidad, en Occidente los
datos ya son utilizados para un montón de cosas y hay cierta fascinación de
parte de varios gobiernos ante el modelo autoritario chino. Cuidado: si miramos
tanto a un modelo autoritario corremos el riesgo de adoptar también nosotros
estrategias de control que no son democráticas.
–El Gran Hermano ya no es una
fantasía.
–Esa es la advertencia de mi
libro: en China pasan estas cosas inquietantes, pero atención, porque algunas
empresas quieren hacer lo que hace China. Facebook, por ejemplo, está
intentando transformarse en algo como WeChat. También nuestras ciudades ya están
hipercontroladas por videocámaras. Es un fenómeno mundial que Shoshana Zubov
llama el “capitalismo de la vigilancia”. En China, habiendo un Estado
autoritario, de partido único, pueden ir más lejos. Nosotros, en democracia,
tenemos posibilidades de bloquear este fenómeno. Pero si fingimos que todo va
bien, corremos el riesgo de encontrarnos en situaciones similares a la de China
–¿No es ya demasiado tarde?
–Probablemente. Pero ante el
ejemplo de China deberíamos reaccionar. Es una tendencia global, porque China
ya vende a Occidente estos instrumentos de control.
–En tu libro señalás que hasta
les venden a la policía y a los militares de Estados Unidos, su rival
geopolítico, videocámaras de reconocimiento facial.
–Sí, Estados Unidos es el
principal comprador. Pero si un gobierno compra videocámaras de reconocimiento
facial, ¿quién garantiza que no las use para controlar? ¿Qué anticuerpos
tenemos los ciudadanos contra esto? Uno corre el riesgo de encontrarse en la
misma situación de los chinos; es decir, de ser sometido al control.
–¿Qué papel juega Europa en
todo esto?
–Europa corre el riesgo de
encontrarse en medio de esta guerra de la vigilancia entre China y EE.UU.
Pensemos en la cuestión de las infraestructuras de red, el 5G: o Europa logra
tener una posición suya o empresas suyas que pueden hacer este trabajo o
corremos el riesgo de volvernos un terreno de batalla.
–¿A cuál de las dos potencias
ves como la ganadora en este enfrentamiento geopolítico?
–Es imposible saberlo. Por
otra parte, las dos economías están muy interconectadas. Con las sanciones, los
impuestos y el bloqueo a las empresas norteamericanas de vender los productos a
empresas chinas, Trump no le hizo en realidad un favor a nadie. También las
empresas norteamericanas protestaron. Tanto es así que la Cámara de Comercio de
EE.UU. hace unas semanas advirtió que el desacople de las dos economías es un
baño de sangre para nosotros, significa un montón de puestos de trabajo en
riesgo. Porque desde el momento en que la empresa norteamericana que produce
semiconductores, que China necesita porque no los produce de alta calidad, no
los puede vender, se queda sin clientes o se le reduce a la mitad la ganancia.
Pero es difícil salir de esta situación de enfrentamiento, no veo un evento que
pueda concluirla. El riesgo verdadero es que en algunas zonas, como las del mar
chino meridional, este choque dialéctico se convierta en un choque casi
militar, porque ahí está lleno de naves de guerra. Y es un mar disputado por
muchísimas naciones.
–En este choque comercial,
China parece haber tomado ventaja conquistando África, continente que está
siendo “colonizado”, pero también América Latina.
–Sí, China cuenta con una
ventaja: tiene mercados sobre los que puede experimentar. Por ejemplo, Huawei
comenzó a experimentar más sobre el mercado latinoamericano vendiendo celulares
a bajo precio. Luego fue aumentando la calidad y entró en mercados más maduros,
como el europeo. En el libro cuento que muchas empresas chinas que se ocupan de
reconocimiento facial perfeccionan sus productos en África, porque la
identificación es más difícil con rostros de color. Y lo hacen sobre la base de
un chantaje, de una relación de fuerza que tienen con los países africanos:
China les presta plata, pero después les pide experimentar sobre la población.
Y este poder económico que ganó China se debe al desempeño occidental en muchas
partes del mundo. China se presenta no ya como una potencia colonial, aunque en
verdad de algún modo lo es. Donde no llega el FMI llega el fondo de la Vía de
la Seda con sus préstamos. En África, además de llevar inversiones, China lleva
grandes contingentes de chinos y esto es un problema: muchos gobiernos
africanos empiezan a sentir recelo, porque dicen “bien, financiás la
construcción de caminos, pero si después los construyen los chinos, mi
población, que es la que usa estos caminos, sigue sin crecer económicamente”.
–En la Argentina, los chinos
están construyendo una base espacial en la Patagonia.
–Exacto. Lamentablemente,
China tuvo la oportunidad de moverse gracias al hecho de que Occidente ha
desacelerado su visión de futuro. Esto queda patente cuando Biden dice “hemos
vuelto”, mientras que China habla de futuro.
–China ya fue y volvió.
–Sí. Es un enfoque distinto:
en su último discurso, el presidente chino Xi Jinping dijo que había que
implementar la física cuántica. Ante esta visión de futuro, Occidente aparece
descolocado. Con la pandemia hemos dicho que “nada volverá a ser como antes”,
pero Biden está planteando volver a la Guerra Fría. Sin embargo, hoy todo es
distinto. De hecho, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés
Emmanuel Macron le dijeron a Biden que esperara un poco: ¿cómo podés hoy no
dialogar con China? Hay que encontrar un modo. Para mí el mejor es el de
Alemania, primer socio comercial europeo de China: hay que hacer negocios, pero
también tener la fuerza de decir que en relación a los derechos humanos hay
cosas que no van. Este se reveló el método más pragmático. Espero que también
lo siga el nuevo primer ministro italiano, Mario Draghi.
–¿Cómo juzgás el rol de China
en la pandemia?
–Desde el punto de vista
interno, la pandemia reforzó muchísimo el liderazgo de Xi Yinping porque lo que
le faltaba al pacto social entre el Partido Comunista Chino (PCC) y la
población era la cuestión de la salud. Mi tesis es que China funciona porque
hay un pacto entre el PCC y la población, que cede algunos derechos a cambio de
progreso, porque la verdad es que en el pasado sufrió hambre. Deng Xiaoping
decía que el primer derecho humano de los chinos es la supervivencia. Pero en
verdad durante las dinastías imperiales la tarea del emperador era la de
asegurar el bienestar de la población. Cuando esto no ocurría, había revueltas,
revoluciones, la revocación del mandato. Creo que esto es lo que también está
vigente hoy. La pandemia lo reforzó, porque hoy el Estado chino puede decir “no
solo les permitimos seguir creciendo, sino que también les salvaguardamos la
salud”. Además, es innegable que China salió de la pandemia en virtud de sus
características principales: todo lo que cuento en el libro fue puesto en
práctica durante la pandemia. Usó vehículos autónomos para transportar a
médicos y a alimentos; asistentes de voz para quitarle trabajo a los hospitales
que lograban hacer 300 llamados en 5 minutos. Llamaban para preguntar cómo
estaban los pacientes, todo con Inteligencia Artificial. Esto les permitió no
cargar demasiado a los hospitales y evitar largas filas.
–Muy distinto de lo que pasó
acá en Italia.
–El error en Italia fue que
los positivos iban al hospital en lugar de quedarse en casa. Por otra parte,
China superó el Covid con la movilización de masas, que es una característica
de la era maoísta, que hoy sigue viva: en el momento en que el PCC da
indicaciones que son consideradas para el bienestar colectivo, la población
avanza como un tren, nada la detiene. De hecho, en China el lockdown funcionó
no porque si salías de casa te disparaban, sino porque hay un sistema de
valores distinto. El bienestar colectivo es superior al bienestar individual.
Si yo quiero irme a esquiar, no voy, porque así pongo en riesgo la vida de
muchas personas. Digamos que un Estado autoritario, en este caso, facilitó las
cosas. También la información, por ejemplo, era única. No había “no vax” [como
se llaman los que se oponen a las vacunas], negacionistas ni diez virólogos que
decían cosas distintas. Había un grupo de científicos que dictaba la línea y
todos se atenían a eso.
–Crearon una vacuna en tiempos
récord, además.
–Sí, hicieron una vacuna en
muy poco tiempo y la están dando a todo el mundo. Creo que ahora es la vacuna
más difundida en el mundo y, claro, después pedirán la cuenta. Si te doy una
vacuna a bajo precio, pero que te resuelve el problema de la pandemia, cuando
te pido construir un dique o un aeropuerto, no se lo vas a dar a Estados
Unidos. Se trata de llamada “vía de la Seda sanitaria”, con la que China
transformó momentáneamente ese proyecto en su provecho. Porque todo el material
médico que necesitábamos está hecho en China, así que ellos tienen esta gran
fuerza. Además, a nivel interno son el único país que crece porque ellos
hicieron un lockdown total, incluso las fábricas, que dicen que es el único
modo para salir de esta situación. Y después, cuando reabrieron, dijeron
“compren”: es la fuerza de tener 1400 millones de habitantes, de los cuales 400
o 500 millones son considerados clase media y por lo tanto de gran capacidad de
consumo. En lugar de irse afuera para gastar, gastaron todo en casa y pudieron
recuperarse.
–¿Cómo definirías tu relación
personal con China, que evidentemente te fascina, pero también la ves como un
monstruo?
–Es como estar enamorado de
una mujer malvada. Lo que me gusta mucho de China es el hecho de que es un
mundo en el cual, cada vez que te parece que entendés algo, se te abre de
pronto un abismo de incomprensiones porque tienen un sistema cultural, de
valores y filosófico totalmente distinto del nuestro. Y tratar de entrar en
contacto con China, sacándose todos los prejuicios, de todos modos te abre a un
montón de interrogantes. Los temas que analicé, entre ellos esta suerte de Gran
Hermano, por ejemplo, se desarrollan en una lógica de cultura de vigilancia en
la que el controlado se vuelve casi un controlador. Es como una espiral que
desde el punto de vista del individuo te plantea un dilema o una dificultad.
Pero, en general, lo que me gusta de China es que te obliga a razonar, a tratar
de entender mejor. Es un país con una historia muy vasta y hay mucho que
estudiar.
–¿Cómo ves el intento de
acercamiento del papa Francisco, que dice que quiere ir a China y que firmó en
septiembre de 2018 un histórico acuerdo para solucionar el complejo tema de la
designación de obispos, que fue renovado, pese a que allá no hay libertad
religiosa?
–Los problemas con este
acuerdo para mí vienen más del interior del Vaticano que de China. Suelo decir,
un poco como provocación, que el PCC y el Vaticano son las dos organizaciones
más parecidas que existen en el mundo. Las dos tienen una serie de liturgias,
las dos tienen secretismo porque hay una serie de cosas que no se saben y las
dos tienen una inspiración “evangélica”: así como China intenta convencer a
todos que son tranquilos, etc., el Vaticano tiene la tarea de fidelizar a la
población. El acuerdo que firmaron sobre la designación de obispos para China
es perfecto, porque le permite presentarse al resto del mundo como alguien que
hizo un acuerdo con la Iglesia, lo que atempera las críticas en relación al
tema de los derechos humanos. Y al Vaticano le permite intentar evangelizar una
población vastísima, que además tiene unos vacíos de identidad gigantescos:
encuentra un terreno fértil porque mucha gente en China, donde en 40 años
parece que pasaron tres eras geológicas, del maoísmo pasó al capitalismo, y ahora
a Xi Jinping. Por lo tanto, muchos buscan ideales y puede ser que los
encuentren en la fe. Para mí este acuerdo es conveniente para los dos. El
problema es que es secreto y no sabemos específicamente de qué se trata. Los
únicos problemas pueden venir del interior del Vaticano. Sabemos que el papa
Francisco tiene bastantes enemigos y entonces hay que ver. Pero en septiembre
pasado renovaron el acuerdo.
–¿Pensás que el Papa logrará
ese gran deseo de viajar a China?
–Creo que sí, que es posible.
Sería un éxito clamoroso también para China.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO EN LAS EDITORIALES
“El futuro posible en China
podría ser el siguiente: la enorme población del país se reunirá como una
verdadera gran familia en una gran máquina gestionada por el gobierno”. El
autor de esta frase es Han Song. No es un sociólogo, no es un político, es un escritor
de ciencia ficción, alguien acostumbrado a realizar predicciones imaginarias,
de cumplimiento improbable.
Como demuestra Espejo rojo,
Han Song acertó. El descollante desarrollo tecnológico de China, a la par que
mejora las infraestructuras y es un elemento clave en el crecimiento de la
economía de las últimas dos décadas, es también, y sobre todo, un formidable
aparato de control social. Los smartphones han hecho la vida más fácil, pero
permiten hacer un seguimiento minucioso de la actividad de los ciudadanos; los
puntos que se asignan según el cumplimiento de las leyes, aseguran un mayor
apego a las normas y automáticamente generan listas negras, personas marcadas y
señaladas; las ciudades inteligentes son una proeza de la planificación y el
bienestar, y tienen implícito un sistema de vigilancia y castigo. No hay
progreso que no conlleve una mayor intromisión del Estado en la esfera privada.
Simone Pieranni escribió lo
que probablemente sea el mejor libro para entender la China actual. Analiza las
políticas del presente y las relaciona con una cultura varias veces milenaria,
que filosóficamente no está reñida con las prácticas actuales. Y nos alerta
sobre la deriva autoritaria que puede tener el uso intensivo de la tecnología
en manos del Estado de grandes conglomerados privados. En China y en cualquier
otro país del mundo.