El plan fue lanzado por Obama
en 2013. Estará listo para 2028. Las posibilidades detrás de este proyecto son
insondables y rozan la ciencia ficción.
Juan Décima. Clarín. Mundo
Fue el 2 de abril de 2013
cuando el entonces presidente de Estados Unidos Barack Obama anunció el
lanzamiento de la Iniciativa BRAIN en el East Room de la Casa Blanca. El
objetivo del proyecto (brain quiere decir cerebro en inglés) era tan ambicioso
como vasto: 15 años de duración, un presupuesto total estimado en 4.500
millones de dólares y laboratorios distribuidos alrededor de todo el mundo,
todos trabajando en pos de mapear toda la actividad neuronal del cerebro, y
entender cómo funciona el más misterioso de los órganos.
Desde la posibilidad de tratar
el Parkinson y el Alzheimer hasta la creación de prótesis que permitan
vincular el cerebro directamente a Internet, los potenciales avances que se
adivinan detrás del éxito de BRAIN se asoman como capaces de solucionar algunos
de los problemas más insondables de la medicina, como así también de alterar el
paradigma de lo que se entiende es un ser humano.
“El proyecto BRAIN es
importantísimo porque está enfocado en crear herramientas, las cuales les van a
permitir a los científicos hacer descubrimientos importantes", afirma
Rafael Yuste (56), un neurobiólogo español que actualmente trabaja en el
Universidad de Columbia en Nueva York, Estados Unidos. Además de ser uno de los
investigadores más citados del mundo en el campo de la neurociencia, es uno de
los ideólogos de la Iniciativa BRAIN, que quiere decir Brain Research through
Advancing Innovative Neurotechnologies (Investigación del cerebro a través del
avance de neurotecnologías innovadoras).
"Los enviones más
importantes para la ciencia se los dan las tecnologías. Los científicos podemos
creer que somos claves, pero en realidad, sólo podemos ver lo que nuestras
herramientas nos permiten”, explicó Yuste en diálogo con Clarín durante su
reciente paso por Buenos Aires, donde llegó invitado por el programa Argentina
2030 de la Jefatura de Gabinete de Ministros del gobierno nacional. “Gracias a
esta tecnología, vamos a entender cómo funciona el cerebro, y el cerebro genera
la mente humana. Tal vez no seremos nosotros los que lleguemos a hacerlo, pero
esto va a permitirle a las nuevas generaciones profundizar investigaciones y
estudios sobre la neurociencia”, completa.
No hace falta ser científico
para notar que, en los últimos tiempos, la neurociencia está en todas partes.
Desde el marketing y la economía hasta la autoayuda, no pareciera haber
disciplina que no esté encandilada por la “moda neuro”. Tampoco es difícil
entender por qué: es evidente que la clave para entender los aspectos centrales
del comportamiento humano está en el cerebro, el órgano más fascinante y
misterioso de todos. Y si bien ha habido avances en los últimos años que han
alimentado esta suerte de pasión por la ciencia, el tema es que aún no se sabe
a ciencia cierta cómo funciona. Sin embargo, para científicos e investigadores
del campo, la posibilidad de descifrar el “lenguaje” del cerebro es un
horizonte que se atisba como algo que está cada vez más cerca.
La neurociencia es el campo de
la ciencia que estudia el sistema nervioso y la interacción entre las
diferentes partes del cerebro que dan lugar a las bases biológicas de la
cognición. El “padre” de la neurociencia moderna es el médico e investigador
español Santiago Ramón y Cajal, quien obtuvo el Premio Nobel de Medicina en
1906 junto al italiano Camillo Golgi por su trabajo sobre la estructura del
sistema nervioso. Es decir que, como disciplina autónoma, es relativamente
nueva.
“Era una ciencia secundaria,
después de física, la química y la biología molecular. Ahora ha madurado, es
como un niño que creció, y está listo para tomar su lugar. El proyecto BRAIN
fue un momento crucial en este proceso de consolidación”, explica Yuste, quien
no tiene dudas de que la neurociencia va a terminar siendo “la ciencia central
de la humanidad”. “Podría llegar a ser una disciplina que se mueva en pie de
igualdad con la física y la química”, opina.
Un misterio a resolver
La iniciativa BRAIN está modelado
en base al proyecto del Genoma Humano, una iniciativa científica global que se
lanzó con el objetivo de identificar los cerca de 25000 genes que componen el
ADN humano. Hay alrededor de 500 laboratorios alrededor del mundo haciendo
investigaciones en el marco de BRAIN, que está en el quinto año de los 15 que
se prevé que durará. Se calcula que el presupuesto final del proyecto rondará
los 6000 millones de dólares. Según Yuste, la iniciativa está llegando a su
“velocidad crucero”, una suerte de punto medio de su recorrido.
Los objetivos generales del
proyecto se pueden dividir en tres grandes grupos: mapear la actividad
neuronal, asistir en la cura de condiciones neurológicas y contribuir a la
creación de nuevos modelos teóricos e informáticos. El primer objetivo se
refiere a la posibilidad de registrar la actividad de las 70 mil millones de
neuronas se estima tiene el cerebro. La neurona es la célula principal del
sistema nervioso, y es la encargada de recibir, procesas y transmitir
información a través de señales químicas y eléctricas. El funcionamiento del
cerebro es tan complejo que hasta ahora sólo se ha podido registrar la
actividad de grupos pequeños de neuronas al mismo tiempo.
El segundo objetivo es el que
tiene una aplicación más directa y palpable. Entender el funcionamiento del
cerebro podría derivar en la posibilidad de entender qué es una depresión, un
retraso mental o una enfermedad neuronal. Potencialmente, podría asistir en el
tratamiento de condiciones como el Alzheimer o el Parkinson. El tercer objetivo
se refiere a cómo develar el funcionamiento del cerebro podría redundar en
mejoras a la inteligencia artificial, y a los modelos informáticos.
“Estas herramientas pueden ayudarnos a develar
cómo los cerebros hacen cálculos, y es casi seguro que usan algoritmos mucho
más sofisticados que las que actualmente usa la inteligencia artificial. Y con
un gasto energético muchísimo menor”, explica Yuste, quien acota a su vez que
la inteligencia artificial funciona en base a cómo se pensaba que funcionaba el
cerebro en la década del 70. O sea, un modelo perimido.
“Algunas de las computadoras
más poderosas en la actualidad necesitan una central eléctrica propia para
operar. En cambio, una hormiga, con un cerebro de un miligramo, hace unas
operaciones de altísima complejidad con un gasto energético mínimo. En el caso
del cerebro humano, el gasto energético es similar al de un foco de luz. La
naturaleza descubrió algo hace 700 millones de años que nos puede enseñar, y es
algo que seguramente puede revolucionar la industria informática”, remata.
Nuevos riesgos y nuevos
derechos
De no mediar inconvenientes,
la evolución de la iniciativa BRAIN llevaría primero a la creación de
tecnologías que permitirían entender el funcionamiento del cerebro, lo que a su
vez abriría el camino a que se pueda directamente intervenir y manipular la
actividad cerebral. Esto redundaría en beneficios para los tratamientos médicos
de condiciones neurológicas, pero también abriría la puerta a que se pudiesen
aplicar “mejoras” a personas que no tienen problemas de ningún tipo.
“La mente es el cerebro, el
tema es que no lo entendemos. Pero una vez que nuestras herramientas y
tecnologías nos permitan estudiar el cerebro, vamos a poder entender y
manipular los pensamientos de la gente. Por eso, tenemos que ser muy
responsables, sobre todos los científicos como yo”, acota Yuste, quien ya ha
hecho una propuesta para tratar de lidiar con esta cuestión. Junto con otros 25
especialistas del campo, postuló una serie de reglas éticas en la revista
Nature que servirían para regular la aplicación de estas tecnologías. Les
dieron el nombre de neuroderechos, y el objetivo es que en última instancia
sean incorporados a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
“La idea es que haya una
protección que sirva para proteger nuestras propiedades más esenciales. Esto es
inédito en la historia, porque a nadie se le pudo haber ocurrido que algún día
seríamos capaces de intervenir y manipular la actividad mental, y que las
características básicas del ser humano pudieran ser modificadas”, explica para
explicar el porqué de su determinación.
Los cinco derechos son los
siguientes:
Derecho a la privacidad
mental: Esto se refiere no a los datos que uno pone en el celular, sino a la
información que está en las neuronas. Los datos de las neuronas generan la
mente, y por eso deben estar regulados con un rigor legal que prohíba comercializarlos.
Tendría un rigor legal similar al que regula los órganos humanos. No se puede
comprar o vender un riñón. Sí se puede donar un órgano, y ese sería el mismo
caso para los datos neuronales.
El segundo y el tercero están
interrelacionados: son el derecho a la identidad personal y al libre albedrío.
Tiene que ver con las interfases cerebro-computadora que se están desarrollando
en el proyecto BRAIN, y abren la puerta a maneras más eficientes de conectar
los cerebros de los pacientes a la red. Esto sería de gran utilidad para
pacientes parapléjicos, ya que podrían llegar a operar brazos y piernas
robóticas a través de una interfase cerebro-computadora.
También podría ayudar a
ciegos. Actualmente se están desarrollando prótesis inalámbricas que se podrían
implantar debajo del cráneo. Conectadas a una cámara, estas prótesis podrían
estimular la actividad neuronal de una forma similar a cómo trabaja la visión.
Este avance tecnológico, sin embargo, también permitirá la creación de prótesis
que conecten el cerebro de personas sin ningún tipo de discapacidad
directamente a Internet.
“Cuánto más conectado uno
esté, menos atributos humanos tendrá. Cuanto más dependa de la red para tomar
decisiones, menos libre albedrío tendrá. La sensación de identidad personal, el
‘yo’ y el libre albedrío, la capacidad de tener agencia, son derechos humanos
fundamentales. La única razón por la cual no están consagradas oficialmente es
porque a nadie jamás se le ocurrió que ese tipo de instancias pudieran ser
modificadas artificialmente. ¿Quién podría haber pensado alguna vez que una
persona no tendría capacidad de decisión propia?”, explica Yuste para
fundamentar el porqué de la inclusión de este derecho.
Derecho al acceso equitativo:
Al igual que los trasplantes de órganos, lo que se busca es que estas
tecnologías sirvan para mejorar la vida de pacientes discapacitados. Si se
permite a cualquiera instalarse un electrodo en la cabeza con la cual
conectarse a Internet, las personas podrían tener acceso a algoritmos que les
aumenten sus funciones cognitivas.
“Se podría tener acceso a un
traductor de todos los idiomas; acceso instantáneo a la bolsa de Wall Street.
Las ventajas económicas y sociales de estar conectado directamente a la web
serán siderales. Esto significa que podría haber personas cognitivamente
‘aumentadas’, y otras que no. Una fractura social entre dos tipos de seres
humanos, entre quienes tienen acceso a esta tecnología, y quienes no”, detalla
Yuste, que sostiene que la decisión respecto a quien recibe este tipo de
implantes deberá tomarse en base a “argumentos médicos, y no económicos o sociales”.
Derecho a la no
discriminación, o al resguardo de los sesgos de los algoritmos: las prótesis
que se instalarán en los pacientes funcionarán con algoritmos de inteligencia
artificial creados por programadores e ingenieros de software. Es sabido que los
algoritmos reflejan sesgos, que son los sesgos inconscientes de las personas
que las crean. Si eso termina en dispositivos dentro del cerebro humano, se
corre el riesgo de que las personas terminen con esos mismos sesgos. Al
manipular el cerebro de las personas, hay que tener un celo máximo de que lo
que ingresa allí esté limpio.