POR
GENÉTICA MÉDICA · PUBLICADO EL 11 DE OCTUBRE DE 2018 ·
Desde
hace ya un tiempo, el concepto de biohacking está aumentando en popularidad
debido a una serie de noticias sobre el tema que han tenido un gran impacto
como por ejemplo la muerte del biohacker
Aaron Traywick, fundador y CEO de la empresa Ascendance Biomedical. El pasado
año, en octubre, Traywick causó polémica en los medios al inyectarse en público
un tratamiento génico experimental que había desarrollado su empresa, con el
fin de demostrar su seguridad.
El
biohacking es una tendencia científica que nace a partir de un movimiento
cultural conocido como transhumanismo. Los adeptos al movimiento transhumanista
buscan la transformación y mejora del ser humano mediante el uso de diferentes
tecnologías que sumen nuevas capacidades a las que ya posee por sí mismo. Con
este movimiento como referente, al igual que un informático puede hackear un
sistema electrónico para añadirle funciones para las cuales no está
expresamente diseñado, los biohackers modifican el propio cuerpo humano para
otorgar diferentes capacidades al organismo. Esta idea fue la que pretendía
llevar a cabo hace unos años el activista biohacker Josiah Zayner cuando se
inyectó un preparado con la herramienta CRISPR para editar su genoma y mejorar
su musculatura.
En
la corriente científica del biohacking se fusionan dos pensamientos: el
transhumanismo y la “biología de garaje”. De esta forma, los biohackers apoyan
la accesibilidad de los materiales científicos y la modificación biológica del
ser humano y de su entorno.
Si
bien es cierto que una de las herramientas que utilizan los biohackers para
modificar el cuerpo humano es la ingeniería genética, también se considera
biohacker a todo aquel que modifica su cuerpo con diferentes dispositivos
electrónicos. Un ejemplo de este segundo tipo de biohacking son los
transhumanistas como Lepht, biohacker británica que ha implantado en su cuerpo
más de 50 dispositivos subdérmicos.
El
biohacking no solo es un concepto transhumanista. Otro pensamiento que se
fusiona en esta corriente científica es el de la accesibilidad a la ciencia. Se
considera biohacker a toda persona que intenta ofrecer a ciudadanos ajenos a
las instituciones científicas instrumentos y métodos para modificarse tanto a
sí mismos como a su entorno. Como ejemplo de este tipo de biohackers
encontramos a investigadores como Daniel Grajales, Álvaro Jansá y el resto de
fundadores de la empresa DIYBIO, el primer grupo de biohacking en España. En
una reciente entrevista, Alvaro Jansà y Daniel Grajales definían el biohacking
como “sacar la ciencia de los grandes centros de investigación de la Big
Pharma, llevarla al garaje y empezar a pensar en nuevas maneras de usarla”. Al
igual que el resto de adeptos del movimiento pro-biohacking, el fallecido
Traywick también pensaba que la tecnología debe estar al alcance de todos. Y
ese es el lema de Ascendance Biomedical: “Hacemos tecnologías biomédicas
disponibles para todos”, al igual que el de muchas otras compañías, como la
empresa estadounidense The Odin. Esta última empresa ofrece la capacidad de
obtener kits de ingeniería genética preparados para utilizarlos en casa.
Actualmente,
el biohacking causa cierta controversia en todo el mundo, aunque no tanto por
su aspecto transhumanista como por su apoyo a la accesibilidad de los
materiales y métodos científicos. Por un lado, encontramos entre los defensores
del biohacking a las empresas norteamericanas Ascendance Biomedical, de la cual
fue CEO el fallecido Aaron Traywick, o The Odin, fundada por el biohacker
Josiah Zayner. Por otro lado, contrarios al biohacking encontramos a muchos
otros científicos.
Entre
las compañías defensoras de este movimiento científico, Ascendance Biomedical
facilita al comprador la participación en los ensayos clínicos de diferentes
tratamientos médicos o estéticos basados en la ingeniería genética. Dos
ejemplos notorios son su investigación en el tratamiento contra el VIH/SIDA o
su terapia para optimizar el metabolismo y la actividad muscular. En el segundo
caso, The Odin da acceso a sus clientes a un conjunto de herramientas diversas
para modificar genéticamente diferentes organismos, como por ejemplo primers de
DNA, plásmidos o CRISPR personalizado.
Un
punto a favor respecto al biohacking que defienden estas empresas es que, pese
a tener las herramientas necesarias, aquellos que no tienen ningún conocimiento
teórico ni procedimental de las técnicas de laboratorio, son incapaces de
realizar correctamente sus proyectos. Para comprobar esta realidad, John Cohen,
uno de los reporteros de la revista Science, decidió realizar un experimento:
seguir las instrucciones de un investigador postdoctoral para modificar un
plásmido mediante la técnica CRISPR-Cas9. El resultado de Cohen fue un fracaso,
mientras que el experimento control realizado por su instructor funcionó
perfectamente. El problema fue que Cohen, al no tener la experiencia y
conocimientos necesarios, no fue capaz de realizar correctamente la técnica.
Este experimento podría apoyar la idea del biohacking de proporcionar los
materiales a todo el mundo, ya que únicamente aquellos que realmente conozcan
las técnicas y las hayan llevado a cabo serán capaces de finalizar sus
proyectos de forma correcta. Como el mismo Cohen afirma: “He aprendido que no
cualquier idiota puede realizar el CRISPR: se necesita, como mínimo,
habilidades básicas de laboratorio”.
Contrarios
a estos argumentos, muchos científicos apuestan por que la ciencia se mantenga
en manos de aquellas entidades conocedores de los cuidados y precauciones
necesarios para la correcta realización de una investigación. Por ejemplo,
Lluís Montoliu, doctor en Biología e investigador científico del CSIC y del Centro de Investigación Biomédica en
Red en Enfermedades Raras, nos hablaba del biohacking como “una moda que genera
un terrible ruido mediático”. Según Montoliu, “Es necesario usar el sentido
común. Esto no son técnicas que uno pueda hacer en el garaje. Hay que hacerlas
con una responsabilidad. Se ha de intentar adaptar la legislación para que la
utilización de estas tecnologías esté reglada y todo el mundo sepa a qué
atenerse”.
Los
dos puntos de vista se unifican en casos específicos como los de Dana Lewis o
John Costik. En estos casos, los “biohackers” han conseguido desarrollar en sus
propias casas tecnologías que han ayudado a mejorar la calidad de vida de
muchos pacientes. John Costik, un ingeniero de software neoyorkino, ha
desarrollado un método para monitorizar la glucosa en sangre de su hijo enfermo
de diabetes tipo 1. Desde que diagnosticaron a su hijo Evan a los cuatro años,
la vida de Costik y su pareja era “una pesadilla estando despiertos”. Su
preocupación disminuyó cuando se puso a la venta el sensor continuo de glucosa
Dexcom G4, un sensor subdérmico capaz de monitorizar cada 5 minutos en un
dispositivo la glucosa en sangre del pequeño Evan. Aun así, esta tecnología
tenía sus limitaciones en cuanto a la supervisión cuando el niño no estaba en
casa, así que Costik desarrolló una forma de poder monitorizar la glucosa en
sangre de Evan desde su teléfono. De esta forma, la pareja era capaz de saber
el nivel de glucosa en sangre de su hijo a kilómetros de distancia. No contento
con esto, consiguió que su móvil notificase los momentos en los que Evan tenía
poca glucosa en sangre y ofreció el código utilizado al resto de usuarios de
Dexcom G4.
Uno
de estos usuarios, Dana Lewis, tuvo una idea fruto de ser despertada repetidas
veces en la noche por las notificaciones en su teléfono: conectar la aplicación
desarrollada por Costik a su bomba de insulina para que funcionase
automáticamente en respuesta a los niveles de glucosa en sangre, como un
páncreas. Lewis, junto a su marido, Scott Leibrand consiguieron crear una bomba
que, conectada al dispositivo Dexcom G4 y a un ordenador portátil, determinaba
la cantidad de insulina necesaria para regular los niveles de glucosa en sangre
y la bombeaba al torrente sanguíneo. Casos como estos han favorecido que el
biohacking se haya desarrollado exponencialmente en los últimos años, pese a
que esta corriente científica ya existía a finales de los noventa.
En
resumen, es obvio que el movimiento del biohacking es capaz de abrir las
puertas a una cantidad impresionante de nuevos tratamientos experimentales,
pero de este movimiento al “libre albedrío científico” hay solo un paso y tanto
quienes están a favor como aquellos en contra son conscientes de ello. De
hecho, algunos de los que más activamente defendieron el biohacking ya lo
consideran un error, como ha sucedido con el fundador de la empresa “The Odin”,
Josiah Zayner. Meses después de su “debut” como biohacker y tras observar la
repercusión que sus acciones tuvieron sobre el público, confesó que se
arrepentía. “Alguien se va a hacer daño”- declaró Zayner en una de sus
entrevistas, admitiendo que es preciso tener conocimientos y control sanitario
para aplicar este tipo de técnicas de bioingeniería en humanos.
Es
necesaria, por tanto, cierta reflexión sobre cuál es el límite para la
modificación del cuerpo humano. Es igualmente precisa la generación de una
legislación que minimice los daños que puedan causar este tipo de prácticas.