domingo, 24 de mayo de 2020

EL LADO OSCURO DE LA DIGITALIZACIÓN QUE LA CUARENTENA PUSO EN EVIDENCIA


Ariel Torres. 23 de mayo de 2020
Hace unas semanas planteé en esta columna cuánto más graves serían los efectos de la pandemia, si no contáramos con computadoras de bajo costo (y de bolsillo, en gran parte de los casos) e Internet.

Hay dos cuestiones, sin embargo, que quedaron en el tintero. Por un lado, la situación no solo tiene a todos los críticos de las nuevas tecnologías recalculando sus augurios apocalípticos, sino que además nos obliga a repensar avances que hoy son mal vistos y que, en las actuales circunstancias, serían una bendición. Un par de ejemplos.

La inteligencia artificial (IA) está ayudando ahora a encontrar alguna forma de vacuna, cura, paliativo o algo que nos permita superar la crisis. De otro modo, en cinco o seis meses no podríamos estar tan avanzados en el conocimiento del SARS-CoV-2. Otro tanto ocurre con la ingeniería genética, que como la IA es vista con recelo, y que, como la IA, plantea dilemas éticos inmensos. Pero el hecho es que sin esas tecnologías estaríamos en problemas mucho más serios. Vuelvo a decirlo, aunque suene redundante: estamos hablando de un virus, no de un vaso de agua (y hasta el agua tiene sus complejidades).

Y después están los robots. Si esto nos hubiera encontrado con robots más avanzados y, sobre todo, bien integrados al entramado social, habríamos podido evitar muchos padecimientos y muertes, sobre todo (aunque no solo) entre los trabajadores de la salud.

No termino de entender este sesgo mental: si vemos a una médica o a un enfermero con barbijo y máscara, entonces damos por sentado que esa persona es de alguna forma inmune al coronavirus. Lo mismo pasa con el delivery, el personal de seguridad, los choferes de diversos transportes, y sigue la lista. Bueno, no es así, y los robots podrían intervenir en miles de situaciones en las que hoy, porque no queda otra opción, exponemos a personas que son exactamente igual de propensas a contraer Covid-19 que el resto de nosotros; este virus no discrimina y es extremadamente infeccioso.

Cuando digo que la situación funcionaría solo si los robots estuvieran bien integrados al entramado social me refiero a una economía capaz de funcionar con los autómatas ocupando millones de puestos de trabajo que hoy emplean a humanos, sin que estos humanos sufran en absoluto. Es un tema que sigue por completo ausente en la agenda política de la mayoría de las naciones, que en este aspecto atrasa, digamos, casi un siglo.

De nuevo, en lugar de Terminator, hoy tendríamos robots, por definición inmunes a los virus biológicos e incapaces de contagiarnos (podrían auto desinfectarse muy fácilmente), ahí donde ahora se expone a seres humanos. Espero que la pandemia nos enseñe, como mínimo, que toda la cháchara antitecnológica que queda tan bien en la sobremesa es en realidad una fuerte alergia a los cambios. Y ya saben lo que dijo Darwin al respecto.

Otra lección es el tema de los móviles. Veníamos con una fuerte mobile fixation , pronosticando (cuándo no) la extinción de las computadoras personales, y, de pronto, en estos 60 días, recibí una montaña de consultas sobre cuál notebook comprar, "por lo del teletrabajo, ¿viste?". Y sí, claro. Salvo que la compañía te provea un equipo, lo que debería ser de rigor, pero no siempre ocurre, andá a trabajar con una docena de planillas de Excel por día o tipeá 50 carillas de texto por semana en un smartphone.

Aunque nadie quiere una pandemia y aunque ha dejado más de 330.000 muertos y va a violentar a la economía con consecuencias que todavía no son claras, pero que no van a ser (ya no son) buenas, ha quedado demostrado que la fijación obsesiva en la movilidad le había quitado a muchas personas una herramienta que sigue siendo clave para que este planeta funcione y para producir en general. Una conquista de la computación personal que se estaba perdiendo, transformándonos otra vez en meros espectadores, consumidores, actores pasivos de la construcción social. 

Mal visto, un smartphone es el viejo control remoto, pero con la pantalla integrada. Mal visto, repito, porque, con las herramientas adecuadas, permiten producir ciertos contenidos que son notables, aunque limitados, y que no podrían crearse tan fácilmente con una notebook. Las Stories de Instagram, sin ir más lejos. Ahora, el mundo es mucho más complejo que las Stories y para todo lo demás tuvimos que recurrir de nuevo a la vapuleada PC.

Nada es tan simple
Sin embargo, la tecnología ha mostrado su lado oscuro durante el aislamiento. Lo descubrí hace unas 72 horas, cuando, alarmado por la aritmética, empecé una rutina simple de ejercicios. Digo aritmética porque en estos 60 días (para redondear) caminé un 92% menos de lo que lo hacía antes, incluso sin ejercitarme. Lo sé porque el teléfono cuenta mis pasos. Dicho más claro, me pasaba el 92% de las 16 o 17 horas que estoy despierto sentado. Eso no iba a terminar bien, así que arranqué con un programa de ejercicios sencillos. Quince minutos, para no abusar. Eso fue el miércoles. Al día siguiente, no podía bajar las escaleras por el dolor en mis cuádriceps. No pain, no gain , dicen, pero bueno, en todo caso, este es un problema de la cuarentena y del proverbial sedentarismo de esta profesión.

El lado oscuro está en otro lado. Para los ejercicios usé el smartphone, y ahí advertí que un personal trainer digital no alcanza y hasta puede ser pernicioso. Por suerte, cuento con ayuda presencial calificada y, gracias a esto, descubrí que estaba haciendo casi todos los ejercicios mal, y que en ciertos casos podría haberme causado una lesión. Tal vez un día el teléfono pueda, mediante la cámara e inteligencia artificial, indicarnos que estamos haciendo mal cierto movimiento o adoptando una postura incorrecta. Pero incluso en ese caso, no será capaz de sujetar nuestra pierna y decir: "Es así, esa es la posición, si no te vas a dañar tal o cual músculo". Tendemos a creer que podemos solucionar todo con asistentes digitales y apps. Pero cuidado con algunas formas de solucionismo tecnológico, porque no solo pueden ser inútiles, sino también peligrosas.

La ayuda que nos viene a traer la tecnología tiene otro costado oscuro del que no hablé en su momento, porque no lo había advertido, pero que se hizo evidente en la tercera semana de la cuarentena (o algo así), cuando varios amigos me llamaron al borde del pánico porque alguno de sus equipos había dejado de funcionar. Nunca antes había sido tan obvio el grado de dependencia que tenemos de estos aparatos. Cuando podíamos salir era relativamente fácil y rápido resolver un desperfecto. Ahora un problema impacta directo sobre nuestro soporte vital. 

Ya conté la historia de mi caldera. Bueno, estos días también falló el aire acondicionado de mi estudio (Murphy, sos mi ídolo), por lo que hubo un par de mañanas en las que trabajé desde un frigorífico. Con Bach de fondo, pero no por eso menos helado. Cuando hablé con el técnico, para ver si podía arreglarlo por las mías (ya me conocen), me dijo: "Ojalá que no sea la electrónica, porque el service de las placas no está trabajando".

Deberíamos prestarle atención a esta otra lección que deja la pandemia. Somos mucho más dependientes de la tecnología de lo que siempre quisimos admitir. No está mal por sí. Hoy nadie podría caminar descalzo por un bosque sin lastimarse los pies; hace 300.000 años, sí. Pero los zapatos no se cuelgan, no se desarman espontáneamente ni se niegan de algún modo a funcionar. Pues bien, deberíamos hacer software y hardware a la altura de esta dependencia. No es que lo que tenemos sea un desastre, pero en estos días resolví conflictos muy serios causados por fallas demasiado triviales. Una actualización de Intel para sus controladores de Bluetooth dejó una máquina sin (adivinen) Bluetooth. Eso no debería pasar. ¿Como lo arreglé? Con el administrador de dispositivos, que me decía que el controlador de Bluetooth (que acababa de actualizar) no estaba presente. Le dije que buscara uno y lo arrancara. Encontró el que acababa de actualizarse y salió andando. Casi seguramente, al crear el upgrade alguien se olvidó de la instrucción para que Windows volviera a cargar el controlador luego de la actualización. Y sí, antes de que lo pregunten, probé todas las opciones obvias antes. Pero no, era un error mucho más elemental, y de fábrica.

Por último, y para no excederme, Internet y la electricidad. Así como el aislamiento nos hizo sufrir en carne propia la pérdida de la libertad de movimiento, también nos hizo saber cómo se siente esa abstracción llamada "confinamiento"; ahora todos somos electro dependientes. Algunos sorteamos el desastre económico con el teletrabajo, la educación a distancia y demás. Eso sí, siempre que haya electricidad. En cada cierre (toco madera) de cada una de las varias instancias de edición que tengo en el diario, me encontré pensando: "¿Qué hago si se corta la luz?". Tomé una serie de recaudos, pero fuera de la breve autonomía que ofrece un UPS, a la mayoría de las personas no les alcanza el presupuesto para manejarse durante mucho tiempo con un grupo electrógeno. O para comprarse uno. O para tener dónde instalarlo. Etcétera. Otra advertencia fuerte sobre la cuestión energética.

Internet, por su parte, se mantuvo firme, como era de esperarse y pese a los numerosos anticipos de que iba a colapsar. Pero, de nuevo, sin electricidad, Internet no sirve para nada. Recuerdo algunos de los cortes masivos que hubo en el AMBA. Uno empezaba por perder la conexión cableada y Wi-Fi, luego se iban agotando las baterías de los teléfonos y al final también se quedaban sin energía las antenas celulares, con lo que todo contacto con el exterior quedaba cancelado. Ahora pónganse en el lugar de las personas que no pueden sobrevivir sin electricidad. Empieza a quedar más claro, ¿no?

domingo, 17 de mayo de 2020

BYUNG-CHUL HAN: ¿VAMOS CAMINO A UNA NUEVA SOCIEDAD DISCIPLINARIA?


Uno de los filósofos más influyentes del presente sostiene que la pandemia puso en jaque al liberalismo. Interpreta que Europa mira con envidia el sistema de control asiático -basado en la vigilancia digital- que pudo contener la expansión de la peste.
Byung-Chul Han. 07/04/2020. Clarín.com Revista Ñ Ideas

La pandemia está poniendo en peligro el liberalismo occidental. Estamos viendo que es difícil compatibilizar el liberalismo con la pandemia. ¿Está Occidente ante una amenaza de un regreso a la sociedad disciplinaria? En los aeropuertos, por el peligro del terrorismo nos sometemos ya sin chistar a unas medidas de seguridad que parecen absurdas y que no pocas veces resultan humillantes. Cada uno de nosotros es un potencial terrorista. El virus representa otro tipo de terrorismo incomparablemente más peligroso que viene del aire y que se ha propagado por el mundo entero. Es invisible y omnipresente y mata a mucha más gente que el terrorismo. ¿Será capaz el virus de transformar permanentemente la sociedad liberal occidental en una sociedad disciplinaria, en la que todos sin excepción somos tratados como potenciales portadores del virus?

Ya en el siglo XVII a raíz de la epidemia de peste se adoptaron en Europa unas medidas disciplinarias que hoy parecerían inconcebibles y que desde entonces han caído en un olvido absoluto. Michel Foucault hace una impactante descripción de ellas en su análisis de la sociedad disciplinaria. Las casas se cierran con llave desde fuera. Las llaves tienen que entregarse a las autoridades. Las personas que rompen clandestinamente la cuarentena son condenadas a muerte. Se mata a los animales que corren sueltos. La vigilancia es total. Se exige una obediencia incondicional. Se vigila cada casa. Durante los controles todos los habitantes de la casa tienen que asomarse a las ventanas. A quienes viven en patios traseros se les asigna una ventana que dé a la calle. Llaman a cada uno por su nombre personal y le preguntan cómo se encuentra. Quien miente se expone a la pena de muerte. Se establece un sistema de registro exhaustivo. El espacio se anquilosa en una red de células impermeables. Cada uno está encadenado a su sitio. Quien se mueve arriesga la vida. El poder penetra hasta en los detalles más nimios de la existencia. Toda la sociedad se transforma en un panóptico y es penetrada por completo por la mirada panóptica.

Como consecuencia de la pandemia, Europa ha perdido todo su carisma. En estos momentos Europa mira a Asia con asombro y envidia. Los países asiáticos han sabido controlar muy rápidamente la epidemia. ¿Qué hacen los asiáticos mejor que los europeos? A pesar del neoliberalismo, los estados asiáticos siguen siendo, a diferencia de Occidente, una sociedad disciplinaria. En Asia impera un colectivismo con una fuerte tendencia a la disciplina. Ahí se pueden imponer, sin mayor problema, medidas disciplinarias radicales que en los países europeos toparían con un fuerte rechazo. Más que como restricciones de los derechos individuales se perciben como el cumplimiento de deberes colectivos. Las necesidades individuales son relegadas a favor de los intereses colectivos. Países como China y Singapur tienen un régimen autocrático. En Corea del Sur y Taiwán, hasta hace pocas décadas, también lo había. Los regímenes autoritarios educan a las personas para hacer de ellas obedientes sujetos disciplinarios. En Asia, por encima de todo, se está implantando un régimen de vigilancia digital. Los asiáticos se someten a él prácticamente sin protestar. Todas estas peculiaridades han resultado ser ventajas que su sistema ofrece para contener la pandemia. Por tanto, ¿se acabará imponiendo el modelo asiático a escala global? Eso sería el final del liberalismo.

Con un rigor y una disciplina que para los europeos serían inconcebibles, los asiáticos están venciendo al virus. Sus rigurosas medidas evocan aquella sociedad disciplinaria que durante la época de la epidemia de peste se instauró en Europa y que desde entonces ha caído en un olvido absoluto. Según Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. Viktor Orbán mira con envidia a los estados autocráticos en Asia. Ya no confía en Europa. A causa de la pandemia se decreta por ley el estado de alarma por tiempo indefinido. Por tanto, ¿hemos de temer que a raíz de la pandemia también Occidente acabe regresando al estado policial y a la sociedad disciplinaria que ya habíamos superado? Por culpa del virus ¿el liberalismo y el individualismo occidentales serán ya pronto cosa del pasado?

CLAUDIO CABRERA, REDACCIÓN DE THE NEW YORK TIMES: "LA NOTICIA DEL CORONAVIRUS NOS SACÓ DE LA NORMA"


"Nuestra responsabilidad principal es impulsar el crecimiento de la audiencia del NYT a través de las búsquedas y asistir a la Redacción para que sus contenidos sean más relevantes""Nuestra responsabilidad principal es impulsar el crecimiento de la audiencia del NYT a través de las búsquedas y asistir a la Redacción para que sus contenidos sean más relevantes"
Crédito: The New York Times. Gastón Roitberg. 28 de abril de 2020.

Claudio Cabrera es de origen dominicano, vive en Inwood -el vecindario más norteño de la isla de Manhattan, en Nueva York- y trabaja como subdirector de tráfico y responsable de SEO (posicionamiento en buscadores o Search Engine Optimization , en inglés) de The New York Times , un medio que es siempre admirado por su fórmula periodística, un faro para la innovación y el negocio editorial (su modelo de suscripción es el más exitoso a nivel mundial con más de 5 millones de abonados digitales). Cabrera es el líder de un equipo que , en tiempos de aceleración de la producción y el consumo de contenidos digitales por la pandemia de coronavirus , resulta clave para ubicar las noticias del Times en los primeros resultados de búsqueda y direccionar tráfico de calidad hacia su portada.

"Nuestra responsabilidad principal es impulsar el crecimiento de la audiencia del NTY a través de la búsqueda y asistir al staff de la redacción en el desarrollo de ideas editoriales que sirvan al interés de los lectores a lo largo de toda la web", dice el periodista en su perfil profesional . En el Times, dos de sus directivos más importantes (el Publisher, A.G. Sulzberger , y el CEO, Mark Thompson ) tomaron el 10 de marzo pasado la decisión de enviar a sus hogares a los 4300 empleados, 1700 de ellos del staff de redacción. Es que Nueva York es una de las megalópolis con mayor número de infectados y muertos: casi 150.000 contagios y 11.500 fallecidos. Fue una medida replicada por casi todos los medios de los países más afectados por el Covid-19.

En contacto con LA NACION a través de Google Docs ("su mejor amigo", dice, para mantenerse al día con las historias que está siguiendo "y para trabajar con las diferentes secciones en la planificación editorial"), Cabrera detalla algunas claves de la estrategia editorial del Times en tiempos de pandemia y comparte consejos bien prácticos para este momento de teletrabajo y labor sin pausa en las redacciones del mundo.

En función de llevar el contenido del Times a otras plataformas, ¿a dónde están apuntando?
Nos enfocamos en dos áreas para cubrir esta pandemia global desde una perspectiva de SEO (posicionamiento del contenido en Google). Primero, ¿cómo ganamos la competencia de visibilidad diaria en la búsqueda, manteniendo nuestros principios periodísticos centrales? Pudimos hacer eso. Segundo, nuestro énfasis en la cobertura en vivo, que ha sido una de nuestras principales áreas de crecimiento durante el último año; y cómo nos organizamos para brindarle a nuestra redacción las mejores prácticas para tener una presencia visible en el carrusel de historias principales de Google, tanto en dispositivos desktop como en dispositivos móviles. También queríamos apoyarnos en el periodismo de servicio para la cobertura de este tema. Es porque los usuarios se hacen muchas preguntas en un contexto en el que existen numerosas incógnitas.

Qué particular lo que ocurre con los contenidos bien prácticos para la vida cotidiana, tan afectada por la pandemia?

Este periodismo de servicio no solo ha sido de interés para las audiencias en inglés, sino también en otros idiomas como español, italiano, francés y chino. Las mismas preguntas que la gente hace aquí en los EE. UU. sobre el virus son las que se hacen en otros lugares. Y nos enfocamos estratégicamente en temas específicos que son importantes para responder a la expectativa del público y también para llegar a una audiencia más amplia.

¿Cómo se organizan internamente en la redacción y su propio equipo para que el trabajo continúe con cierta normalidad?
Slack es nuestra principal herramienta de comunicación. Nos pudimos comunicar efectivamente desde casa y mucho mejor a medida que ha pasado más tiempo. Realizamos actividades de entrenamiento para la redacción en Google Hangout de la misma manera que lo haríamos en persona en nuestras oficinas.

¿Cuál sería su consejo para otros medios de comunicación a fin de producir contenido digital diferencial para evitar la oferta commoditie ?
En el Times trabajamos para llegar a los lectores con una variedad de oportunidades para interactuar con nuestras diferentes piezas de periodismo. Para una gran historia, casi siempre tendremos una historia principal, internamente llamada ledeall . También a menudo tenemos coberturas en vivo: en el caso de coronavirus pusimos online una sesión informativa en vivo sobre el tema todos los días desde el 23 de enero. Y ahora es nuestra sesión informativa de mayor duración en la historia del Times. También invertimos tiempo y recursos para producir periodismo de servicio en forma de explainers que trabajan para responder preguntas y resolver problemas para nuestros lectores.

Parece una excelente oportunidad para innovar también en nuevos formatos
Todos estos son formatos de historia importantes para compartir con los lectores. También valoramos profundamente las historias humanas que profundizan en determinadas comunidades, en las personas y en situaciones particulares, incluso las que parecen más pequeñas. Escribimos historias sobre grupos religiosos que pueden tener diferentes puntos de vista sobre el virus. También escribimos notas de profundidad sobre la experiencia de las mujeres embarazadas durante esta crisis. Cómo afecta desproporcionadamente a las personas de color. Llevamos a los televidentes a uno de los hospitales más afectados de Brooklyn a través de un video y contamos la historia de una mujer que dio positivo por Covid-19 y ha estado cuidando a sus seis hijos. La historia de este virus toca todos los aspectos de la vida, incluido el acceso a la atención médica y la desigualdad.

¿Cuál cree que es el mayor aprendizaje que esta crisis de salud deja para los medios y los periodistas?
Esta historia nos sacó mucho de la norma. La mayoría de los miembros de nuestro staff está trabajando desde su casa, muchos pueden tener niños que cuidar y pueden estar lidiando con la enfermedad en sus vidas personales. En todo caso, en el negocio de las noticias, siempre se nos enseña a estar "activos". Pero todos necesitamos descansos, no solo vacaciones, sino también descansos mentales. Trabajar en esta historia te afecta y el Times ha puesto en marcha recursos para ayudar a los empleados y sus familias.

¿Y cómo están manejando esas situaciones personales?

Si los empleados necesitan tiempo libre, se les recomienda que lo tomen. Esta no es solo una historia que estamos cubriendo, sino que también la estamos viviendo. Es algo único en ese sentido. También tratamos de reservar algunos momentos de distracción y distensión en estos tiempos difíciles. Las llamamos digital happy hours y es allí donde, después de que termina el día de trabajo, saltamos a una videoconferencia con una docena o más de personas y solo hablamos de la vida y hacemos bromas. También intentamos divertimos en este momento tan desafiante para todos.

sábado, 9 de mayo de 2020

EL DEMONIO DE LA TECNOLOGÍA AL FINAL ESTÁ EVITANDO UN NAUFRAGIO

Ariel Torres. LA NACION. 9 de mayo de 2020
Hace unos cuantos años, en un reportaje que me hicieron para un documental, apareció la pregunta de rigor, obligada, políticamente correcta. Si las relaciones virtuales no nos deshumanizaban. Si acaso no estábamos más conectados pero menos comunicados. Si las nuevas tecnologías no nos convertían en una suerte de zombis encapsulados en sus propias burbujas virtuales. Si era posible reemplazar el cafecito cara a cara por una gélida videollamada.

Respondí (y había dicho esto ochocientas veces antes) que esa era la mirada de la persona que disfruta de total libertad de movimientos o no padece de ninguna limitación visual, auditiva o de alguna otra clase. En mi opinión, el planteo sonaba muy progre, pero era de lo más discriminatorio.

Pensaba, al decir esto, en mi amigo Eduardo Suárez . Eduardo tenía la más completa convicción de que gracias a estas tecnologías había podido ejercer su profesión y sus numerosas y apasionadas vocaciones. Constreñido desde su juventud a una silla de ruedas, incluso cuando no había ninguna pandemia, salir de su casa era para él un desafío. Vivía en La Plata y solo nos veíamos dos veces al año, para su cumpleaños (que habría sido hace muy poquito, el 7 de marzo) y para el mío. Nuestra relación fue, por lo tanto, mayormente virtual, por chat y largas charlas telefónicas. Pero sobre todo por el chat, durante los casi 20 años que lo conocí. Fue uno de los dos mejores amigos que me obsequió esta vida, y, desde que falleció, el 21 de diciembre de 2014, lo extraño un horror. Dónde está la incomunicación, díganme.

Ahora, de pronto, la perspectiva políticamente correcta ha quedado confinada a cuatro paredes. Salir está vedado, salvo en casos especiales y empleando accesorios tan inesperados como distópicos. No podés acercarte a nadie a menos de un metro y medio. Y, excepto para aquellos que viven en una lata de conservas, trasponer el umbral hogareño y aventurarse al mundo exterior es una experiencia que combina la ansiedad con el miedo. Miedo al contagio; miedo, para peor, a una amenaza invisible.

Acompañé una vez a Eduardo a una charla sobre accesibilidad (una de sus obsesiones, por razones obvias) que se daba en el edificio anexo de la Cámara de Diputados; fue una odisea, por lo pobremente preparado que estaba (y en muchos casos sigue estando) el mundo para una persona que, como él, no podía caminar. Lo descubrí entonces de una forma brutal. Era una realidad paralela y durísima que Eduardo debía enfrentar toda vez que dejaba su hogar. Cuando venía a casa, me ocupaba personalmente de conducir su silla de ruedas, algo que para mí era un honor y un privilegio, y que suponía destrezas complejas que él mismo me había enseñado, con la paciencia y la alegría que lo caracterizaban. Una de las últimas cosas que me dijo fue que, cuando construyera mi nueva casa, no me olvidara de instalar un baño apto para personas con discapacidad, palabra que no temía utilizar, con una valentía y una sinceridad que, francamente, he visto muy pocas veces.

La primera semana del aislamiento social preventivo y obligatorio pasó. No fue divertido, pero pasó. Luego transcurrió la segunda. Ahora, tras 50 días y sin una fecha clara para salir de este encierro enajenante, todos somos Eduardo Suárez, y todos, incluso los críticos más feroces de las nuevas tecnologías, se suben dichosos a las videoconferencias, hacen compras online y esperan con impaciencia al delivery, menos por la vianda del día que para ver una cara humana en persona. Aunque sea con barbijo.

Perdidos en el espacio
Por desgracia, porque nadie quiere una pandemia, esta cuarentena ha venido a probar, muchos años después, aquella tesis que planteé en el documental. No, la virtualidad no reemplaza ni va a poder reemplazar nunca la presencia real. El estar ahí y los abrazos . Pero ahora todos estamos experimentando lo que millones de seres humanos sufren a diario, silenciosamente. Esa durísima realidad paralela de los que no pueden salir de sus casas despreocupados y tarareando una canción de moda, sino que deben tomar mil recaudos y contar con la logística adecuada. Todos ellos, salvo excepciones, ni siquiera cuentan con la esperanza de que la pandemia alguna vez se termine. Eduardo sabía perfectamente, y lo hablábamos a menudo, sin pelos en la lengua -como a él le gustaba-, que su silla de ruedas y su realidad paralela, ignorada por muchos de los que pretendían sonar progres, eran para siempre.

Estos pastiches ideológicos, que se repiten más que nada porque al opinador de turno lo hacen quedar super bien, se han visto de pronto acallados. El hecho, claro y distinto, es que sin las computadoras económicas y una Internet pública esta pandemia estaría provocando algo parecido al Apocalipsis. Pienso en un virus igual de agresivo (quiero decir, infeccioso) que el de Covid-19 propagándose en la década del '80 del siglo XX (ayer nomás) y me aterra.

Tuve el año pasado un alumno, Francisco, que es ciego. Con su teléfono y un par de auriculares era el primero en resolver los ejercicios que les planteo cuando el cuatrimestre ya está avanzado. Son ejercicios repletos de trampas semánticas y preguntas capciosas, destinados a mostrarle a la clase que todavía no están pensando como periodistas. Francisco los resolvía antes que nadie. Fue para mí una revelación. Veía el aula llena de alumnos con sus grandes pantallas y sus teclados confortables sin poder descifrar el intríngulis, y, del otro lado, con un smartphone -que sus manos manejan con la destreza de un pianista virtuoso-, a Francisco, que en algo así como 30 segundos daba la respuesta correcta. Sentí y sigo sintiendo una profunda admiración por él. Dónde está la deshumanización acá, díganme.

Hablé para esta nota con Francisco, ayer, por teléfono, y me contó que, además, vive solo. Me aclaró, también, algo muy cierto, y que refuerza la tesis que planteo aquí: hace mucho tiempo que los ciegos pueden llevar vidas productivas, incluso en cargos de muy alta responsabilidad. Pero desde el Braille para acá, es la tecnología la que funciona como puente. Los orígenes del Braille son de principios del siglo XIX, pero eso no significa que no sea una tecnología. Lo es, y en su momento resultó revolucionaria.

Así que indigna un poco. Ahora, como quien mira para otro lado, las apps, la videoconferencia, Internet, el chat, todas esas cosas demonizadas durante décadas son nuestros mejores amigos. No solo para poder verle la cara a la familia, sino para que el mundo, aunque escorado, no naufrague. Insisto: si la economía todavía al menos se arrastra y si no tenemos decenas de millones de muertos es porque al menos una parte de la población puede ejercer el aislamiento y a la vez continuar siendo productiva.

Estoy dando clases virtuales; de otro modo, adiós cuatrimestre. No tiene nada que ver con dictarlas en persona. Para empezar, y pese a que me ahorro una hora y media de traslados, termino mucho más cansado. Hay todo un análisis por hacer al respecto, que vengo madurando. Una pista: "Muchacho, pensar cansa mucho más que hacer ejercicio físico", me explicó una vez un neurólogo. Parece ser cierto. Ahora, en el aula virtual, todo está en la mente.

Pero no terminan allí las novedades pedagógicas (supuestas novedades). Resulta que de forma remota los alumnos participan más. Los veteranos del espacio virtual sabemos esto desde hace décadas: hay cosas que solo nos atrevemos a decir en el chat. En clase tal vez ocurra algo semejante. Tengo que seguir reuniendo información.

Como todos, espero que este aislamiento termine pronto. Algunos tenemos la fortuna de poder trabajar desde casa, gracias a Internet y todas esas tecnologías que hasta hace unas semanas algunos podían darse el lujo de ignorar con desdén indisimulado. Para otros, los que para ganarse la vida necesitan -y no pueden- salir de sus casas (o recibir personas en sus consultorios y bufetes), la cuarentena es además una pesadilla económica. Como los infectólogos y los epidemiólogos, creo que el distanciamiento es casi el único aliado con que contamos. El otro es el progreso técnico. Ya pasó con las vacunas, con los antibióticos, con los nuevos métodos de diagnóstico, los tratamientos de última generación y, ahora, con Internet. En la cuenta final, espero que esta vez aprendamos, en carne propia, lo que de verdad significan las palabras accesibilidad e inclusión. Ojalá.