Desde la economía a la salud o la
educación, la pandemia profundizó transformaciones que venían en proceso. En
todas es protagonista la tecnología. Y, afirman los expertos, sus efectos son
irreversibles.
Irene Hartmann. 04/06/2020. Clarín.com
Sociedad
Estamos sentados en la platea.
Proyectan “la realidad”. No toda sino la de los últimos meses, desde el inicio
de la pandemia de coronavirus. A la salida, charla va, charla viene, notamos
que vimos películas distintas.
Para unos fueron escenas
desesperantes: la desigualdad y la pobreza, aceleradas y en ebullición.
Hospitales explotados de enfermos, millones de despedidos, industrias paradas,
chicos no educados, jóvenes encerrados, ancianos deprimidos, geriátricos en
rojo. Y los muertos.
Para otros, el filme resumió el empuje
de la humanidad: escenas de cofradía y del "Estado presente". Lazos
comunitarios engrosados, un avance científico inédito en la historia, la
tecnología y la informática en su mayor esplendor. Todo enmarcado por las
bondades del mundo virtual, la matriz que nos cobija e integra. La que achica
distancias y burla el encierro.
El coronavirus está cambiando nuestras
vidas. No de la mano de fenómenos novedosos sino a través de cambios que ya
acontecían entre nosotros, pero que ahora aceleraron su ritmo. Varios expertos
consultados por Clarín analizan cómo. Y sentencian: los efectos son
irreversibles.
Trabajo
Qué transformaciones está empujando el
coronavirus en la economía, las finanzas y el empleo son preguntas irritantes:
señalan lo que a las claras todos padecemos. Y “todos” es el 89% de los
latinoamericanos que vieron sus ingresos trastocados por la pandemia, según los
datos del “Barómetro Covid-19” de Kantar.
Mariana Luzzi es socióloga,
investigadora del Conicet y docente de “Problemas socioeconómicos
contemporáneos” en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Acaba de
publicar “El dólar, historia de una moneda argentina (1930-2019)”. Clarín la
contactó en busca de algún paralelismo con otro momento de la historia en que
los cambios en la economía hayan sido semejantes.
“¿Las revoluciones industriales? No, no me
parecen comparables a la pandemia. En todo caso el coronavirus sería como las
grandes crisis económicas, la de 2001 o la de 1989, por la combinación de
efectos económicos de alto impacto en la vida cotidiana. En este momento no
solo cayó mucho la actividad y creció el desempleo sino que, de un día para el
otro, cambió cómo compramos todo y cómo accedemos al dinero. Es lo más parecido
a un desastre climático: un mega tornado que generó un estado de shock”.
En la cuarentena, las billeteras
virtuales cobraron relevancia. Pero Luzzi resaltó que "cuando uno mira el
mapa de la Argentina, cómo se distribuye el acceso a los servicios bancarios,
cajeros por ejemplo, las desigualdades en el país son inmensas. Estas
cuestiones ya se veían, pero la pandemia dejó al desnudo las consecuencias
múltiples del acceso inequitativo a esos servicios”.
Al mismo tiempo se volvió evidente
“cuánto pesa el efectivo en las transacciones cotidianas: gente que tiene tarjetas,
pero usa efectivo por costumbre o porque no hay posnet donde compra. El sistema
está poco bancarizado, aunque claramente en estos días las transacciones con
tarjeta y pagos electrónicos crecieron muchísimo. Ya pasaba, pero la coyuntura
hizo que se instalara”.
Y así como tras la crisis de 2001,
“muchos empezaron a usar la tarjeta de débito porque no tenía restricciones en
los pagos y por la devolución del 5% del IVA, de este contexto se puede esperar
algo similar: un salto hacia una profundización mayor de la bancarización”.
Hablando de dinero, Gustavo
Sambucetti, director institucional de la Cámara Argentina de Comercio
Electrónico (CACE), recordó la importancia del e-commerce en la formalización
de la economía (el 92% de las compras online se pagan con tarjetas). Además,
explicó que los cambios comerciales por la crisis sanitaria se dan a ambos
lados del mostrador.
"Hay consumidores que ya
compraban online y ahora se lanzan a más rubros, y hay otros que nunca se habían
animado y lo están haciendo, obligados por la cuarentena. En las primeras
semanas vimos un crecimiento del 300% en supermercados y del 60% en farmacias”,
detalló.
De lado de la oferta, la caída del
consumo es indiscutible, con cientos de industrias paradas. Pero hay matices
por sector: “En un contexto difícil para todos, algunas empresas se volcaron de
lleno al comercio electrónico y les está yendo mejor que antes. Hasta ahora les
representaba algo tibio, menos del 15% de sus ventas. Pero está cambiando.
Hablando con gerentes de e-commerce de compañías grandes me dicen 'De repente
me convertí en la persona más importante de mi empresa y están escuchando mi
plan de negocios'”.
“Por el ahorro de tiempo, de energía y
el bajo riesgo sanitario de las compras online”, el director de la CACE aseguró
que "este crecimiento es un punto de inflexión en una industria que ya
venía creciendo (con una facturación, en 2019, de 404.000 millones de pesos y
146 millones de productos comercializados). Ya en la prepandemia veíamos una
adopción del online para categorías más cotidianas, aparte de comprarte la
tele... Esto va a generar una profundización de esa tendencia”.
Los desafíos no son menores: “En la parte
física del comercio electrónico tendrá que haber cambios. A muchos esto los
agarró desprevenidos. Las empresas de logística no estaban preparadas... no
tienen la infraestructura para absorber un volumen de ventas tan alto”,
admitió. El afianzamiento del sector también exigirá, subrayó, una regulación
acorde, “sin grises irresueltos respecto del personal de logística, como los
repartidores de Glovo, Rappi o PedidosYa. La postura de la Cámara es ayudar a
que realicen el servicio en un marco regulatorio acordado”.
El del empleo no es un tema menor para
Eduardo Sebriano, docente de la Universidad Di Tella y experto en conocimiento
del consumidor y tendencias de consumo masivo: “Con la tendencia al teletrabajo
o home-office, hay una mayor fragmentación en la vida de la gente. Ya no se
trabaja ocho horas sino que un rato trabajás, otro rato hacés sociales; otro,
estudiás o atendés a los chicos. Las rutinas están quebradas y las que más lo
padecen son las mujeres porque, por la estructura patriarcal aún en pie, el
cuidado de las personas mayores y niños recae mucho sobre ellas”. Nada de esto
es nuevo: “La flexibilización de roles ya estaba presente y ahora se acelera.
La incertidumbre hace que, para sobrevivir, tengas que estar aprendiendo todo
el tiempo, lo que nos fragmenta cada vez más”. Para Sebriano, está en juego el
grado de plasticidad individual.
Pero esa capacidad se ve jaqueada (o
estimulada, según como se lo mire) por un devenir ineludible que se profundiza
a cada minuto: la automatización. Según Sebriano, "quedará en manos de los
Estados generar políticas para contener a las personas, luego de que
desaparezcan miles de puestos de trabajo".
¿Qué tiene que ver el coronavirus con
la automatización, es decir, con la mayor aplicación de la inteligencia
artificial para la realización de todo? "La automatización de los procesos
crece desde hace años, pero su avance depende de la capacidad de la sociedad
para absorberla. El coronavirus está generando los mercados adecuados para que
se produzca ese avance”, responde. Y trae un ejemplo: "En los hogares,
muchos que en otro momento hubieran insistido para que un telemarketer los
atienda, en la cuarentena aprendieron a lidiar con los canales virtuales.
Estamos más dispuestos a interactuar con la tecnología porque no nos quedó
otra. La pandemia aceleró nuestra asimilación de la robótica y la
automatización”.
Para las empresas, estos cambios
tienen un costo que Sebriano desglosó en tres niveles de planificación: “Por un
lado, hoy se preguntan qué hacer para sobrevivir. Me refiero a rubros afectados
por el aislamiento: negocios a la calle, servicios casa a casa, organización de
eventos... Todos se preguntan cómo mantener los clientes, cobrar las deudas que
no les pagaron y pagar las suyas. El segundo momento es pensar tácticamente:
qué puedo reconvertir de mi negocio para generar ventas en el mediano plazo.
Los más castigados son los gastronómicos. Charlando con una compañía de comida
les decía que tenían que pensar soluciones. Por ejemplo, combos familiares. La
gente está otra vez 'en la cueva' y si antes cada miembro de la familia comía
por la suya, ahora lo hacen juntos. Así que en lugar de pedir dos pizzas por
1.000 pesos deberían poder pedir comida para todos por 800".
Para Sebriano, ése sería un cambio
táctico que a la larga quedaría instalado porque "hay una reformulación de
la ruta del mercado: cómo llegar a la gente y en qué formato". Y a la
urgencia y a la táctica le sigue una estrategia: “Cada empresa tiene que tener
una teoría de qué va a pasar en los próximos dos o tres años, en qué va a estar
el consumidor entonces. Está el dicho de que 'crisis es oportunidad', pero uno
tiene que estar preparado para tomarla”.
Entretenimiento
La relación es simbiótica: el consumo
cultural hogareño nos está "salvando" del aislamiento, al tiempo que
la cuarentena acelera cambios importantes en los pilares del entretenimiento,
tal como lo veníamos concibiendo. La pregunta que muchos se hacen es si estos
cambios se asentarán.
La transformación más grande se está
dando en la industria audiovisual. Era un mercado que atravesaba una
transición, con el debut de plataformas de streaming potentes (Disney+ y HBO
Max, que se sumaron a las expansiones de Amazon Prime, Pluto TV, Peacock, Quibi
y Apple TV) enfocadas en quitarle una porción de la torta al gigante Netflix.
Según un informe de la consultora
Bloomberg, Netflix ganó 16 millones de suscriptores y Disney+ consiguió 28
millones de nuevos clientes desde diciembre de 2019, con los primeros casos de
coronavirus. También se agudizó la lucha entre la industria cinematográfica y
el video a demanda (VOD). Un gran estudio, Universal, desató una guerra con las
cadenas de exhibidores al estrenar “Trolls: World Tour” en modo on demand y
ofrecer de ese modo otras películas que estuvieron poco en cartel por la
pandemia (“El hombre invisible” y “La cacería”, entre otras). Así se quebró el
rígido sistema de “ventanas de distribución”, que estipulaba tres meses entre
la exhibición en salas y la llegada de los filmes a los hogares.
Considerando que otros estrenos no
pasarán por la pantalla grande, ¿se revertirá esta política una vez que el
Covid-19 quede atrás? Difícil saberlo. Si el público se acostumbra a alquilar
películas en casa, tal vez se geste una simultaneidad entre los estrenos
hogareños y los de sala.
Los autocines son otro fenómeno
curioso. Al ser la única alternativa sanitariamente segura para ver películas
en pantalla grande, están teniendo un llamativo auge en Estados Unidos y
Europa. En Punta del Este ya se inauguró uno y en estos días se abrían dos en
Montevideo. Según Nicolás Batlle, vicepresidente del INCAA, en Argentina “van a
volver con mucha fuerza”.
Entre los perdedores de la pandemia
está la TV de aire en vivo, una actividad signada por estudios semivacíos y sin
público. Se multiplican los programas de panelistas con invitados por
videollamada y en Argentina priman los enlatados y las repeticiones de viejos
éxitos.
En el mundo del teatro, el aislamiento
impulsó la oferta online de obras filmadas, tanto en teatros oficiales como en
salas privadas, grandes y chicas. En muchos espacios se habilita una “gorra
virtual” para que los espectadores hagan una contribución. Además se pueden ver estrenos por streaming
en tiempo real, como el unipersonal Una, de Timbre 4, interpretado por Miriam
Odorico desde el living de su casa. Otros buenos ejemplos de teatros porteños
que ofrecieron "salas virtuales" son Microteatro y Teatro Bombón.
Claro que estas experiencias se
contradicen con lo más esencial del teatro: ese instante vivo, único y fugaz
que sucede frente al espectador y no se repite. Y está el tema económico.
Porque, ¿alguien pagará para ver una obra de teatro en el living de su casa?
Algo similar pasa con la música, con
los conciertos en vivo con transmisión por streaming, que ya eran una realidad
en crecimiento, a mitad de camino entre la grabación en estudio y el vivo. Si
bien el coronavirus provocó una explosión de transmisiones que mantienen al
artista en contacto con su público, esto no compensa económicamente su trabajo.
Así, si este formato llegó para
quedarse, dependerá de cuán distante esté el regreso de los shows presenciales
y, sobre todo, del surgimiento de alguna modalidad efectiva para que los
artistas obtengan ganancias con el formato online.
Educación
Cuarentena y educación son un
matrimonio forzado. A casi tres meses del aislamiento obligatorio, la convivencia
de esta pareja es, para muchos, tan insostenible como inevitable. ¿Qué quedará
de este ensayo -a veces errático, a veces logrado- de aula virtual?
De la experiencia fallida y de aquella
salida de la satisfacción salen opiniones contrapuestas: de un lado se
considera a la educación online como una desgracia; una patética exposición de
la argentinidad, signada por el eterno atraso (sin planificación a la vista) en
materia educativa. Del otro, como una "oportunidad” que dejará buenos
frutos.
Mientras esta cronista escribe estas
líneas, una alumna de 14 años de un secundario de renombre irrumpe en el living
(en su eterno piyama de cuarentena), indignada, cuestionando la relevancia de
la tarea que le mandaron (“¡Y que nadie corrige!”), quejándose por las
diferencias entre las materias. Los contrastes entre los profesores “duchos”
con la tecnología y aquellos que no dominan más que el correo electrónico son
demasiados.
En el medio cae el bombardeo diario
del chat de padres de primaria de la otra nena de la casa. Un par de veces por
semana, niños, padres y docentes empujan el carro colectivo para concretar que
el grado se reúna por videoconferencia, lo que se complica por computadoras
faltantes o rotas, micrófonos que fallan o el insistente "no me llegó el
ID, ma". Hay quienes preguntan si entregar la tarea a mano, sacándole
fotos a las hojas o si resignarse a la muerte definitiva de la manuscritura.
Los docentes hacen malabares en sus casas, con su caos familiar y una
conectividad que suele fallar. El coronavirus es una pesadilla.
Y, no importa el estrato educativo,
parece clarísimo que nadie quiere admitir lo obvio: que este es un ciclo
lectivo perdido. Mariana Luzzi, socióloga, investigadora Conicet-UNGS, se sumó
desde su rol de docente universitaria: “Lo común en este momento es la tensión:
no todos los docentes ni todos los alumnos tienen computadora nueva, ni
conexión o un espacio que no compartan con el resto de su familia. Lo que se
aceleró con la pandemia es la evidencia de las posibilidades reales de los
actores de la educación para, de un día para el otro, trabajar en forma
virtual”.
Esas posibilidades son escasas, señaló
Federico Lorenz, historiador y docente de esa materia en el Colegio Nacional de
Buenos Aires: “Ante la falta y la preparación inadecuada de los recursos para
enseñar en modo virtual, la primera respuesta del sistema es una suerte de
sobre explotación de los niños, de sus entornos familiares y de los docentes.
Más horas trabajando para un trabajo que no estás preparado para hacer, cuyos
resultados desconocés. Sí, hay que mantener el vínculo pedagógico porque no
podemos dejarlos solos, pero la primera respuesta del sistema es una mayor
demanda”.
Distinta es la visión de Eduardo
Zimmermann, profesor y director del programa del de posgrado en Historia de la
Universidad de San Andrés: “No me animo a hablar de la fractura de acceso por
este paso que se está dando. Más bien conectaría el tema del aislamiento con
una creciente integración por la cuarentena”.
Según Zimmermann, “es posible tener
más afinidad para conectar con colegas, realizar actividades académicas
conjuntas, lo que hace que los alumnos se puedan conectar con algunos de los
mayores expertos a través de plataformas de videoconferencia. El otro día hubo
un congreso virtual con 3.500 asistentes... son cosas que nos hubieran parecido
inimaginables en otro momento y que permiten integrar antes que aislar”. Y
apuntó: “Creo que es un salto cualitativo que ya estaba en proceso. El elemento
exógeno de la pandemia nos ha permitido sacarle el jugo a esto”.
Luzzi matizó: “Pareciera que, por un
lado, la pandemia puso blanco sobre negro en cuanto al acceso desigual a la
conectividad y cuán importante es esa conexión para llevar adelante una carrera
universitaria. Por el otro, a los docentes nos llevó a explorar otros lenguajes.
Nos hizo repensar nuestros elementos de enseñanza”. Todo esto, cree,
"debería generar cambios importantes a futuro".
Desde ya, dijeron los tres
consultados, el aula virtual es imperfecta porque falta el lenguaje corporal:
entender en la cara de los alumnos si comprenden, si dudan o se aburren, y
entonces reformular.
Pero el juego es así, concluyó Lorenz:
"Vendrá una nueva normalidad, como ocurrió luego de otros momentos de
shock en la historia. Ahora hay una agudización de las contradicciones. La
incertidumbre es grande y la pregunta es qué vamos a hacer después”.
Salud
En febrero de 2019 Clarín publicó una
nota sobre el crecimiento de la telemedicina en el país, a raíz de un
comunicado de entidades de médicos que rechazaba lo que podría entenderse como una
“mala aplicación” de la telemedicina. Las posturas “a favor” y “en contra”
estaban planteadas, pero había grises que en el contexto de la pandemia de
coronavirus cobran especial protagonismo.
Los reparos venían de la mano de un
debate (para nada resuelto en la Argentina) sobre la falta de regulación en la
materia. “Aunque hay un proyecto de ley de Salud Digital en el Senado, todavía
debe legislarse, de modo que se garanticen los procesos adecuados”, recordó
ahora Roberto Debbag, infectólogo pediatra del Hospital Garrahan, institución
pionera por su programa de telemedicina, que achica las distancias (con
asesorías e interconsultas) entre el hospital pediátrico de referencia y varias
instituciones provinciales.
Por fuera de esa institución, para la
mayoría de los centros de salud del país la telemedicina es una meta hacia la
que hoy están teniendo que ir a los ponchazos. Algunas instituciones se
pusieron a la altura de esta necesidad, pero en otras, el seguimiento de los
pacientes es rudimentario y depende de estoicos médicos atajando penales con su
smartphone.
Damián Zopatti, médico clínico y
director de Estadísticas del Hospital de Clínicas, sumó un tema que de tan
elemental parece trivial: ¿cómo cotiza, o sea, qué honorarios corresponden al
médico que responde un WhatsApp del paciente en medio de la cena?
El coronavirus no está dejando margen
para responder esas preguntas. Lo saben bien instituciones privadas de la
salud, como el Alexander Fleming, que incursionó en las teleconsultas en abril,
cuando el 18% de las consultas de sus pacientes oncológicos fueron online, y ya
en mayo vieron una duplicación de ese porcentaje. O prepagas como Swiss
Medical, donde el incremento de los servicios de telemedicina fue del 1.400%
entre febrero y abril.
“No sé de cifras, pero en lo personal
multipliqué por diez o veinte el uso del teléfono para hablar, chatear o hacer
videollamadas con pacientes, y para armar reuniones con colegas y avanzar sobre
casos que nos generaban dudas”, apuntó Zopatti.
“Que la telemedicina se está
acelerando en la era Covid, no cabe ninguna duda, aunque en el país todavía
está muy verde. Pero no hablamos sólo de telemedicina sino de salud digital en
general”, reforzó Debbag. Precisamente, uno de los desafíos más grandes es la
implementación de un registro de firmas digitales encriptadas de los médicos
para la confección de recetas digitales válidas, un reclamo en el que insisten
hace años los farmacéuticos.
Debbag recordó que “la salud digital
involucra desde apps de atención remota, recetas y prescripciones digitales
hasta compartir datos e historias clínicas de los pacientes entre
instituciones, en forma remota. Es decir, son las TIC (tecnologías de la
información y la comunicación) en función de la salud”.
Según contó Zopatti, en el Clínicas la
gran "TIC" es el teléfono: “El Hospital de Clínicas tiene un área de
telemedicina que sigue los casos de coronavirus dados de alta. Pero también se
usa el teléfono para hablar con pacientes dentro del hospital. Es que, si llega
un caso sospechoso de Covid, lo aislamos y le pedimos su número. Luego, de
afuera de la habitación, el médico le hace un interrogatorio. Están al lado,
pero de este modo el especialista evita usar los elementos de protección hasta
tener más claro el caso. Es un ahorro de dinero y de tiempo enorme”.
Nadie mejor que Luis Rodríguez para
dar cuenta del alcance de un recurso tan simple como una videollamada. Es
psicólogo, vive en San Martín de los Andes y hace 14 años fundó Puentes de Luz,
organización civil con un centro de día para personas (jóvenes y adultas) con
discapacidad intelectual: "La cuarentena generó un estado de shock. Nos
resultaba incierto cómo sostener el vínculo con los 60 concurrentes".
"Pero entendimos que podíamos ser
creativos e innovar, y que la tecnología podía ser una herramienta cotidiana.
Nadie debía quedarse afuera y por eso estamos en campaña para conseguir seis
computadoras, cuatro celulares y cinco conexiones de internet", detalló.
Según Rodríguez, "para las
personas con discapacidad, este puede ser un tiempo de oportunidades. Están más
tiempo con su familia y eso da el espacio para que aprendan cosas de la casa.
Y, al mismo tiempo, dominar herramientas como el WhatsApp o los audios, si no
dominan la lectoescritura, las redes sociales y las videollamadas. Teníamos
todo esto, pero no lo valorábamos".
Datos
La matriz que permite que millones de
personas estén comandando su vida desde un smartphone o una computadora es la
tecnología informática. Eso sí: no es gratuito beber el elixir embriagador de
estas herramientas. Cuánto habrá que ceder, depende de quién digita la
implementación social de estos recursos a medida que se desarrollan y para qué.
De esto opinó Sebastián Stranieri, CEO
de VU Security, empresa especializada seguridad informática. Clarín le
consultó por la desesperación que genera exponer inevitablemente y cada vez más
nuestra identidad digital: ocurre a cada minuto cuando aceptamos los “términos
y condiciones de”. Y llega al punto de que, resignados, accedamos a que los más
chicos de casa, en el tedio de la cuarentena, tomen la clase de inglés o “se
junten” con amigos a través de una plataforma como Zoom, duramente cuestionada
por su entorno endeble.
A ese sinsabor se suma saber que, en
este contexto, a muchos les empieza a parecer no tan despreciable o
directamente “piola” eso de que los gobiernos sepan todo de nosotros. El
"yo" reducido a código QR.
“Por un lado mi cabeza tecnológica me
dice que sí: la tecnología nos viene a ayudar a salir de esto. En varios países
asiáticos la tecnología fue muy eficaz, con iniciativas como el pasaporte
sanitario con código QR, donde están tus datos personales, tus movimientos,
antecedentes de salud... Así, el personal puede validar o no tus movimientos”,
explicó Stranieri.
Si todo fuera comandado de un modo
razonable, serían herramientas útiles, opinó: “Digamos que estás en Boedo,
barrio sin infectados, y te vas a Caballito, que sí tiene. Esto quedaría
trackeado en el sistema. Si estuviste con un infectado, la próxima vez no salís
de tu barrio”.
El problema está en la llamada
"brecha de seguridad", es decir, “para qué más se va a usar toda esa
información. En este sentido, en Argentina sería elemental actualizar la ley de
Protección de Datos Personales”.
Corea del Sur, uno de los países donde
se tomaron medidas de control sanitario por el coronavirus a través del
monitoreo informático. /Reuters
Corea del Sur, uno de los países donde
se tomaron medidas de control sanitario por el coronavirus a través del
monitoreo informático. /Reuters
Una solución, evaluó Stranieri, sería
desarrollar modelos que garanticen el anonimato de los datos manejados: “Apple
y Google están con emprendimientos de este tipo. Van a sacar paquetes de
software para integrar como aplicación móvil. Pero los datos van a ser
anónimos. O sea, la idea es identificar comportamientos. Así, si estuve con
alguien infectado, la app me avisa para que yo tome los recaudos pertinentes,
pero no me dice quién es la persona”. Como el peligro es que esta información
almacenada llegue a manos equivocadas, "en un mundo ideal, el único
organismo que debería llevar adelante modelos así es el gobierno”, afirmó.
¿Argentina tiene las condiciones para
implementar sistemas de este tipo? “Junto con Corea del Sur, India, Estonia y
alguno más, estamos entre los pocos países del mundo que tienen un sistema de
identificación digital fuerte, con reconocimiento facial y huella digital. Con
mi empresa hicimos la implementación para el Ministerio del Interior y está
funcionando desde 2018. Hoy, cualquier banco que abre cuentas con una selfie o
la entrega del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) usan ese servicio. Permite
chequear que la persona sea quien dice ser, pero no está todo lo maduro y usado
que podría”, apuntó.
La contraparte de todos estos avances
es que el coronavirus hizo que muy rápidamente "abriéramos los ojos sobre
lo atrasados que estamos en el acceso a internet, servicio que debería ser
declarado libre y público a nivel mundial", y también en materia de
seguridad informática: “En estos últimos tres meses recibimos de nuestros
clientes -bancos, financieras, sitios de retail- un 500% más de denuncias de
amenazas y estafas digitales. Los datos coinciden con los de la Unidad Fiscal
de Ciberdelincuencia. El ladrón que robaba en un cajero ahora se mueve a lo
digital”.
Así y todo, concluyó: “Cuando esto
termine, nunca más vas a querer ir a la oficina de tu compañía de internet para
hacer un trámite en persona. Vas a hacer la gestión por teléfono u online, te
toque un bot bueno o te toque un bot malo”.