domingo, 11 de diciembre de 2016

HARTOS DE LAS REDES

Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, WhatsApp... Muchas personas comenzaron a "apagar" sus perfiles porque sienten que los agobian y estresan
"Un día entré en el Face y creo que borré tres o cuatro contactos de gente superindeseable. Reflexioné dos segundos y dije «no, esto no tiene sentido». Busqué la opción de borrar cuenta, y lo hice. El mismo día cerré también Foursquare y Twitter", cuenta Gabriel Kaptan, camarógrafo de 36 años, que un día se cansó del estrés que le causaban las discusiones sobre política en las redes sociales, y les dijo adiós a aquellas aplicaciones de las que reconoce haber sido un usuario "intenso". Al día siguiente Gabriel no enfermó, tampoco perdió contacto con el mundo ni con sus amigos; muy por el contrario, descubrió que "de repente, ¡tenía tiempo libre!" Lo suyo no era una adicción, pero sí un "pasatiempo" muy absorbente que atravesaba toda su jornada laboral o de fin de semana: "Llegaba del laburo y me sentaba delante de la compu para ver cómo se actualizaba Twitter cada 20 segundos", recuerda. Pero Gabriel no necesitó ayuda terapéutica ni el consejo de ningún gurú del bienestar para darse cuenta de que la tensión y la ansiedad que le generaba la violencia verbal a la que estaba expuesto en las redes era motivo más que suficiente para decir adiós.
Los tiempos cambian rápido. Si hace poco más de una década la novedad era la historia de los primeros usuarios que se conectaban a Facebook, hoy es al revés: ya se empiezan a escuchar las voces de aquellos que se alejan de las redes sociales en busca de un poco de tranquilidad. Para muchos, la vida "virtual" tiene indeseables efectos colaterales sobre la vida "real". Un reciente estudio realizado en Dinamarca por la ONG The Happiness Research Institute halló que a la semana de dejar de usar Facebook los participantes se sintieron más felices y menos preocupados, al mismo tiempo que experimentaron un incremento de su vida social y una mayor satisfacción con su posicionamiento en ella. Por el contrario, los participantes del estudio que siguieron utilizando redes sociales mostraron un riesgo 55% mayor de sufrir estrés.
Pero, ¿qué tiene de estresante la vida dentro de la pantalla? "De a poco las redes sociales se han convertido en ámbitos donde nos dedicamos a juzgar al prójimo en forma terminante por cualquier cosa que diga con la que no estamos de acuerdo, por si habla o interactúa con uno u otro que nos cae mal o que nos parece una porquería, por la falta de esa abusiva corrección política que parece que estos tiempos requieren para pasar el desafío de la blancura de las opiniones aceptables", escribió Mariano Heller esta semana en su columna Hastío de redes, publicada en el portal www.nueva-ciudad.com.ar.
En su columna, Mariano -@marianoheller- advierte ciertos extremos a los que llega hoy la crítica en la red: "Te juzgan no sólo por lo que decís sino también por tus silencios". Y agrega: "En definitiva creo que lo que quiero es cerrar todas las cuentas de redes sociales que tengo, porque lo que durante bastante tiempo fue un ámbito de intercambio muchas veces interesante y rico se convirtió en un lugar espantoso".
Lo paradójico es que a pesar de la aparente corrección política detrás de la cual se embanderan muchos al postear en Facebook o Twitter, la violencia verbal alcanza niveles impensados en el cara a cara. "En algunas redes, como Twitter, el ingenio abre las puertas a la impunidad, a lo que se suma el anonimato que habilita a tirar la piedra y esconder la mano. En este sentido, el nivel de violencia es mayúsculo y eso genera rechazo que, de manera creciente, se irá organizando en una suerte de filosofía que avale el salir de ese universo de pura pelea", opina Miguel Espeche, jefe del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, que señala que "las intuiciones acerca de lo pernicioso de la violencia disfrazada de «libertad de expresión» validarán que muchos opten por salirse de ese territorio, pero lo harán con crecientes fundamentos desde lo ideológico".
Gabriel Kaptan 
Recuerda a la distancia las agresiones que eran moneda corriente en sus intercambios virtuales: "De repente alguien posteaba una nota en Facebook sobre cualquier cosa, y ahí empezaban las discusiones, en las que todos comentaban y opinaban debajo, tomando posiciones con un nivel de confrontación y de agresión innecesario -dice-. Creo que lo que más me alejó a mí era tener que leer comentarios de amigos de amigos, gente que sin conocerme subestimaba mis opiniones. Recuerdo que en un momento empecé a sentir palpitaciones, como un ataque de ira... «Esto me está afectando la salud, basta, es demasiado», me dije".
Pero como sugiere Adriana Guraieb, psicoterapeuta de la Asociación Psiconalítica Argentina (APA), el nivel de violencia de las discusiones en la Red es inversamente proporcional al real compromiso con el motivo de la disputa. "No poner el cuerpo, no estar frente al otro, muchas veces determina un menor grado de represión en la palabra y menor compromiso en general. De tal modo que los enfrentamientos pueden ser más intensos, aunque también efímeros, sin el compromiso ni las expectativas que significan estar frente a frente", afirma, y agrega: "Las redes sociales son muy buenas para compartir enlaces, imágenes y videos, pero a la hora de una discusión profunda cada uno queda en su zona de confort y tan sólo con un clic se elimina la discusión y, a veces, también la relación".
La vida de los otros
Pero no hace falta hablar de política para que las redes sociales se conviertan en ese conventillo virtual en el que muchos disfrutan asomando la cabeza por encima de la medianera -aquí, basta con ver sucederse en el timeline las fotos compartidas en Twitter, Facebook o Instagram-, para criticar qué hace o qué deja de hacer aquel cuyo jardín parece lucir (filtros mediante) siempre más verde que el propio.
La envidia no es un invento de la Edad Moderna, pero no hay dudas de que hoy se nutre de las imágenes de la vida maravillosa que se exhiben en las redes. La encuesta de The Happiness Research Institute muestra que mientras que siete de cada diez prefieren postear en Facebook fotos de sus más "grandiosas" experiencias, cinco de cada diez reconoce sentir envidia por las "maravillosas" imágenes que los otros postean en esa red.
"Despues de un tiempo variable de observar los triunfos y logros ajenos, esto no hace más que sumir a quien «espía» en una caída de la autoestima y un incremento de la envidia por no tener aquello que el otro posee -resume Adriana Guraieb-. Sentimientos de frustración y soledad son comunes, lo que redunda en una experiencia de profunda insatisfacción".
Afortunadamente, hay quienes ponen el freno a tiempo: "Siempre fui muy activa en redes, de subir fotos y de estar en contacto con mis amigos, pero el quiebre de decir «no quiero más» lo tuve cuando en mi trabajo anterior empezó a haber puterío en torno a si tal gastaba tanta plata, de dónde la sacaba, a partir de las cosas que posteaban en Facebook... -cuenta Daniela Bossio, de 29 años, que hoy es encargada de un registro automotor-. Eso coincidió con el momento en que me echaron del trabajo, y no quería que nadie se entere de nada de mí, era como apagar mi vida".
Daniela asegura que no sólo ganó privacidad, sino también tranquilidad. Reconoce que al haberse apartado de Facebook dejó de lado prácticas que le eran comunes, como stalkear a los chicos con los que salía. "Hoy estoy saliendo con un chico que vive en Mar del Plata y si tuviera Faceboook seguramente estaría viendo qué hace o qué no hace -cuenta-. Él tiene sus amistades allá y prefiero que haga su vida, sin enterarme. Necesito tranquilidad, y eso Facebook no me lo da".
Soledad Murugarren, por su parte, dejó las redes sociales cuando advirtió el tiempo que perdía en función de la mirada de los otros: "Cerré la cuenta a poco tiempo de haber vuelto de un viaje, durante el cual me di cuenta de que pasaba más tiempo sacando fotos para subir a Facebook que disfrutando de lo que hacía -dice esta licenciada en Letras de 35 años-. «¿Qué estoy haciendo?», pensé. Estoy viviendo para el otro. Sentí que me estaba ahogando en mi narcicismo".
Soledad lleva seis meses sin Facebook, en los que se encontró con más tiempo para leer, meditar o hacer gimnasia -"antes, ante cada segundo de aburrimiento entraba a Facebook", recuerda-, y está evaluando salirse de Instagram: "Antes era algo más artístico, ahora se llena de cosas como gente que se filma caminando...".
El uso del tiempo
En algunos casos, los motivos que llevan a algunos a alejarse de las redes sociales son bastante más banales. "Cuando me perdí el capítulo estreno de la séptima temporada de The Walking Dead hice todo lo posible para evitar que me lo «espoileen» hasta que pudiera verlo, lo que recién pude hacer casi una semana después. Es por eso que decidí evitar todas las redes sociales en que era sumamente activo, Twitter principalmente, hasta ver el capítulo -cuenta Agustín Biasotti, de 43 años-. Esa semana, que era particularmente intensa desde lo laboral, descubrí cómo antes había estado perdiendo productividad al chequear Twitter cada cinco minutos."
Esa es la misma razón que llevó a Analía Hernández, arquitecta de 56 años, a alejarse de Facebook, plataforma en la que había abierto un perfil para su estudio: "No entré más a Facebook porque me representaba una pérdida de tiempo -asegura-. Entraba para ver una cosa que necesitaba por trabajo y terminaba viendo fotos del cumpleaños de alguien que ni siquiera me interesaba. Si bien era una página con fines laborales la gente subía cosas personales y se mezclaba todo, se perdía el límite entre lo laboral y lo personal, lo que le saca profesionalismo. Así que me bajé; no cerré la página, pero ya no la visito más".
"Uso frecuentemente las redes sociales por mi trabajo, y noto que a veces me resuelven, facilitan y alivian la tarea cotidiana, pero al mismo tiempo me insumen cada vez más tiempo de lo esperado", cuenta Laura Orsi, médica psicoanalista de la APA, que se lamenta por quedarse a veces pendiente de los likes, comentarios y retuits. "Creo que es inevitable. ¿Hasta qué punto somos capaces de soportar la indiferencia cuando no se genera la respuesta que buscamos?"
El primer capítulo de la nueva temporada de la serie inglesa Black Mirror plantea una distopía donde la valoración de las redes sociales se transforma en un "puntaje real" para la vida de las personas. Y la competencia virtual, en un medio de subsistencia. ¿La distopía futurista que plantea Black Mirror podría ser anticipatoria de lo que nos espera?
Para quienes han nacido al abrigo de las redes sociales, los códigos pero, sobre todo, las necesidades de comunicación por estos medios son otras. "Los adolescentes buscan un espacio de libertad y autonomía, y las redes sociales cumplen esa función, porque desde su percepción allí están sólo sus amigos. Ven a las redes como un territorio propio", advierte Roxana Morduchowicz, autora de Los chicos y las pantallas, que afirma que las redes sociales son el espacio donde los chicos construyen su identidad.
Las redes, es innegable, siguen creciendo y extendiendo ese espacio al que algunos se asoman a espiar, donde otros buscan alguien con quien pelearse, mientras una buena parte -¿la mayoría?- se interrelaciona con amigos y conocidos. Los que se alejan quizás vuelvan, quizás no. "No sabemos cuánto tiempo demorará en acomodarse la hipnosis colectiva que significan las redes sociales, que convocan a mirar más la pantalla que la realidad circundante. No hay que pelearse contra esa hipnosis, sino dejarla que cumpla su ciclo -opina Espeche-. Veremos luego qué queda y qué se diluye".
Producción de Natalí Ini

miércoles, 5 de octubre de 2016

UN CORAZÓN 3D PARA SALVAR A UN CHICO

Todo fue euforia. Médicos cordobeses realizaron una operación correctiva de una cardiopatía compleja a un chico de 6 años. Para ensayar diferentes estrategias quirúrgicas hicieron una tomografía computada del paciente y, con los datos recolectados, un equipo de ingenieros y diseñadores imprimió una réplica del corazón 3D del chico. Así lograron reducir los tiempos y riesgos de la intervención, y también hicieron historia: es la primera vez en el país que se valen de un modelo para simplificar una operación.
La intervención, que se hizo en el Hospital de Niños de Córdoba, el 16 pasado, fue un éxito: el paciente, Milton Acuña, recibió el alta médica anteayer. "La impresión 3D ayudó mucho. Es un tipo de tecnología habitual en los Estados Unidos o en países europeos, pero en la Argentina no se había realizado con un corazón", dijo a LA NACION Ignacio Juaneda, cirujano de cardiopatías congénitas del hospital cordobés y uno de los profesionales que estuvo en la operación.
Hace dos años, en los Estados Unidos se conoció uno de los primeros casos en los que se usó un corazón de este tipo para realizar una operación. Fue en el Kosair Children's Hospital de Kentucky, donde los médicos le salvaron la vida a un bebe de sólo 14 meses. El niño había nacido con graves problemas cardíacos, por lo que era vital intervenirlo. Sin embargo, para hacerlo, se requería conocer en detalle su corazón. El equipo médico logró que se imprimiera al doble de su tamaño el órgano del paciente. Así pudieron ser más meticulosos a la hora de operarlo.
En el caso del chico argentino, la intervención implicaba la corrección de una cardiopatía caracterizada por una doble vía de salida de ventrículo derecho. "Había que crear un túnel dentro del corazón. La operación requería, a su vez, que el corazón estuviera detenido, y había que trabajar dentro del órgano. El modelo 3D simplificó todo, porque permitió probar diferentes estrategias antes de la cirugía", explicó Juaneda.
Primero, los médicos realizaron una tomografía del corazón del chico. Luego crearon un modelo en tres dimensiones con un software de animación. La maqueta sirvió de base para crear una réplica exacta del órgano, con una impresora que puede desarrollar objetos tridimensionales por la superposición de capas de material.
La impresión fue hecha por el equipo de la Unidad de Biomodelos 3D del hospital, que dirige Víctor Defagó. La unidad es pionera en el país en la confección de biomodelos 3D. Funciona hace dos años en el hospital, con el respaldo de la Universidad Nacional de Córdoba y el Ministerio de Salud provincial.
El equipo que lidera Defagó está integrado por médicos, ingenieros y diseñadores industriales, y se dedica a hacer réplicas en 3D que reproducen fielmente los órganos de los pacientes, con sus respectivas malformaciones o estructuras dañadas, y en tamaño real. Ya habían hecho réplicas de tráqueas y de columnas vertebrales, pero nunca de un corazón.
"Los usos de esta tecnología son muy diversos. Puede ser utilizada con fines educativos, en universidades, para explicar a los padres y familiares de los pacientes cómo será la operación, y también para crear prótesis", dijo Defagó a la agencia de noticias Télam. Además, una vez en el quirófano, las réplicas funcionan como "guía" para el cirujano. "La pieza puede ser colocada en la mesa de cirugía. Es como si el profesional contara con un mapa en el momento de llevar a cabo la intervención quirúrgica", explicó.
Ése fue el uso que le dio el equipo de cirujanos que operó a Acuña. Además del corazón se imprimió el "parche" que se necesita para confeccionar el túnel dentro del ventrículo derecho. Las piezas impresas se esterilizaron y se llevaron al quirófano. Allí, el corazón sirvió de guía para el procedimiento, y el "parche" impreso se usó de molde para confeccionar el que se terminó utilizando en la operación.
"Fue todo muy efectivo. Es un gran equipo de profesionales", concluyó Juaneda.

lunes, 26 de septiembre de 2016

LA ESCRITURA AUTOMÁTICA: EL PRÓXIMO NERUDA PODRÍA SER UN ROBOT

En La sinagoga de los iconoclastas, Juan Rodolfo Wilcock imaginó un mecanismo capaz de componer por cuenta propia sentencias "no siempre desprovistas de sentido". Más parecido a una máquina de fábrica que a un poeta, "los rodillos del filósofo mecánico universal", así lo llamó, arrojaron azarosamente frases que fueron apropiadas por "un hormigueante futuro de deshonestos profesores de semiótica y de brillantes poetas de vanguardia", según se lee en ese volumen de hace casi medio siglo. En pleno 2016, Google llevó a la práctica la idea de Wilcock al ordenarle a su sistema de inteligencia artificial (IA) que escriba versos.
Expertos en IA y lingüistas trabajan desde 2011 en Google Brain, una red neuronal que procura imitar el funcionamiento de la mente humana. Para que ganara naturalidad inyectaron en la vena virtual miles de novelas románticas y poemas, según contaron en un paper publicado este año. Tras el aprendizaje le pidieron que escriba poemas; los resultados son gramaticalmente coherentes y de estilo oscuro, si es que una máquina puede bucear melancolías. "No hay nadie más en el mundo/ No hay nadie más a la vista/ Sólo hubo algunos que importan/ Sólo quedan algunos/ Él tenía que estar conmigo/ Ella tenía que estar con él/ Tuve que hacerlo/ Quise matarlo/ Comencé a llorar/ Me volví hacia él."
En vista de los progresos en estas investigaciones, ¿es plausible imaginar que en el futuro un robot sea el ganador del Premio Nobel de Literatura, digamos, en el año 2030? ¿La industria editorial se prepara para postular a las nuevas estrellas de las letras, que ya no serán autores sensibles y de sangre caliente, sino inertes mecanismos cumpliendo la orden de ser creativos?
Tampoco fue un mortal quien escribió "Quebraste mi alma/ el juego de la eternidad/ el espíritu de mis labios". Estas líneas fueron emitidas por unsoftware diseñado por el experto en IA y director de ingeniería en Google, Raymond Kurzweil, que en este caso inoculó en el sistema textos del poeta británico John Keats. Pero ni la obra de Wilcock, ni la ingeniería de Kurzweil, ni los recientes avances de Google son los únicos que se han lanzado a explorar las capacidades creativas de las máquinas.
Pablo Gervás, director de Instituto de Tecnología del Conocimiento de la Universidad Complutense de Madrid, trabaja hace más de 15 años en WASP explorando qué partes de los procesos de composición poética pueden ser modelados desde una computadora. Según Gervás, la clave para no incurrir en comparaciones injustas reside en comprender qué se intenta alcanzar en cada caso. "A nadie le preocupa el vacío humano que pueda tener una calculadora que simplemente modela la capacidad humana de realizar operaciones aritméticas", apunta.
Hay más creatividad mecánica, por caso, en la siguiente sentencia: "La reina se mantuvo de pie, como un castillo firme". La analogía que sigue a la coma tampoco es la estricta creación de un escriba humano, sino de FIGURE8, un diseño de la programadora y matemática Sarah Harmon. "Quería saber si un ordenador es capaz de escribir de un modo que sea hermoso, sorprendente y también significativo", cuenta Harmon y agrega que el sistema opera en forma similar a como lo hacemos los seres humanos. "FIGURE8 busca en su memoria para generar analogías y también puede buscar en la Web para aprender sobre conocimientos culturales pertinentes y cómo otros escriben."
La cooperación hombre-máquina también es defendida por Roberto Cruz, gerente general de Cognitiva para Argentina, Paraguay y Uruguay, quien trabaja en investigación y desarrollo de Watson, el sistema de inteligencia artificial de IBM. "La idea con la que salió a la luz en 2011 es la de un nuevo y poderoso espacio de colaboración entre las personas y los sistemas", comenta antes de abordar las cruzadas de Watson en el terreno creativo. Por caso, este sistema de IA colaboró recientemente en la realización del tráiler de la película Morgan, que se estrenó hace algunas semanas. "La creatividad y la emoción no son características que tenga la tecnología, por lo tanto estaríamos confundiendo su lugar si pensamos que nos pueden reemplazar en el tipo de inteligencia y sensibilidad necesarias para la creación artística. No es el sentido de esta tecnología hacerse pasar por una persona", dice Cruz.
"Odio vida, cuánto odio. Sólo por tu audición se ha desangrado. ¡Ay de mi índice! ¡Oh limón amarillo! Me darás un minuto de mar, vida como de alpistes, la tierra que nos dejará desiertos. Ni las halles, guárdalas en dos cajitas, hermano, como para niñas blancas. Seguro que después de leer este poema."Una vez más asistimos a un texto creado por un ente mecánico, en este caso el mencionado sistema WASP, que aquí creó con la orden de trabajar con octasílabos y tras leer versos del español Miguel Hernández.
Luego de leer este poema, la referente del género Diana Bellesi señaló que tiene imágenes y rupturas preciosas, pero que el conjunto no apunta a nada. "Hace uso de muchas de las operatorias de un poeta, pero el poeta no está y esto ofrece un vacío, no el alma humana que de pronto todo lo llena. Y llamemos alma a lo que hemos nombrado por milenios, o llamemos así a ese misterio que se produce en la interrelación de las partes de la materia orgánica, no importa. Pero sabemos de ese misterio día a día que nos hace decir cosas que no sabemos."

Desde la exótica Shanghai, adonde viajó becada, Ángela Pradelli agrega: "Creo que se escribe por una necesidad, ¿la sentirán las máquinas algún día?" Y aunque la creatividad sigue siendo cosa humana y nos resulta improbable que el próximo Neruda o García Lorca vaya a ser mecánico, ciertas lógicas podrían alterarse. "Como ya ha ocurrido en el ajedrez, a lo mejor se acerca el momento en que las máquinas dejen de aprender de las personas y las personas también puedan empezar a aprender de las máquinas", concluye Gervás.

lunes, 25 de julio de 2016

ENTREVISTA A JEREMY RIFKIN

“Nos encontramos ante el final de las energías fósiles”
El sociólogo y economista Jeremy Rifkin (Denver, 1945) predijo el fin del trabajo mucho antes de que todos los think-thanks del mundo

25 JUL 2016 - 11:12 CEST
“Nos encontramos ante el final de las energías fósiles”
El sociólogo y economista Jeremy Rifkin (Denver, 1945) predijo el fin del trabajo mucho antes de que todos los think-thanks del mundo anunciasen que las máquinas iban a ocupar la mayoría de los puestos de trabajo en la industria. También fue el gran gurú de lo que llama ‘la tercera revolución industrial’, basada en las energías sostenibles y las consecuencias de Internet como la economía colaborativa. Ha trabajado como asesor de numerosos gobiernos, desde China hasta Alemania o España, y también con la Unión Europea. Es autor de casi 20 libros pero, sobre todo, es una de las voces más respetadas en el mundo por lo atinado de sus predicciones. Ha publicado recientemente La sociedad de coste marginal cero (Paidós), donde augura un futuro de energía gratuita que cambiará por completo el modelo de producción y, con ello, la sociedad. Pero no lo plantea como una utopía, sino como una realidad inminente. La entrevista tiene lugar en Dallas, durante el congreso internacional del World Travel & Tourism Council (WTTC).

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Pregunta: Sostiene que en poco tiempo tendremos energía gratuita. ¿Cree que los gigantes de la energía permitirán que eso ocurra?

Respuesta: En el punto en el que estamos es irrelevante lo que estos gigantes digan, porque esto ya está ocurriendo. La segunda revolución industrial ya ha tocado techo y está en pleno declive. El elefante en la habitación es el cambio climático: nos enfrentamos a transformaciones radicales en el planeta en los próximos 50 años, no en dos siglos. Necesitamos un nuevo planteamiento económico y debemos enfrentarnos a la pregunta fundamental sobre cómo producimos.

P: ¿Esta tercera revolución se parece en algo a las anteriores?

R: En todos los grandes cambios económicos han convergido tres factores: el primero son las comunicaciones; el segundo, las nuevas fuentes de energía que impulsan la economía; y el tercero, innovadoras formas de transporte que son más eficaces. Así, la segunda revolución industrial nació en Estados Unidos con la electricidad centralizada, el teléfono, la radio y la televisión, y el petróleo barato de Texas. Henry Ford puso a todo el mundo en la carretera. Esto se prolongó durante un siglo, pero en julio de 2008 todo se vino abajo cuando el precio del crudo alcanzó su máximo histórico, 147 dólares el barril. La economía se vino abajo porque todo dependía de las energías fósiles y nucleares. Con los precios actuales, estas empresas no son competitivas, no se pueden sostener por debajo de los 40 dólares el barril, todas van hacia la bancarrota. Hemos llegado al final de esa segunda revolución industrial, basada en las energías fósiles.

P: ¿Y esto cómo lleva esto a la energía de coste cero?

R: ¿Cómo va a crecer la economía si está conectada a infraestructuras del pasado que alcanzaron a cumbre de su productividad en los años noventa? Se tocó techo y esto es lo que muchos partidos políticos, de izquierdas o derechas, no entienden, aunque los empresarios empiezan a comprenderlo. Por ejemplo, en España se pueden llevar a cabo todas las reformas laborales que se quiera, o crear incentivos para nuevas inversiones, pero no va a haber ninguna diferencia porque las empresas están conectadas a una infraestructura obsoleta.

P: ¿Cómo encajan en esto las nuevas formas de Internet?

R: El capitalismo todavía no sabe cómo hacer frente a esa economía colaborativa. Yo considero que es un nuevo sistema económico, como lo fueron el capitalismo y el socialismo. Está aquí para quedarse, aunque ahora parezca algo muy nebuloso. Ya hemos visto lo que ha pasado en las comunicaciones, ahora veamos qué ocurre con la energía y los transportes. La tecnología digital nos lleva a costes marginales cercanos a cero. La gente joven está produciendo y compartiendo su propia música, el coste de producir con calidad de estudio es casi cero y los jóvenes comparten el resultado casi por nada. Ocurre lo mismo con los vídeos. Los periódicos y las revistas están viviendo eso con las redes sociales. La gente contribuye a Wikipedia por nada, el conocimiento del mundo se está democratizando. Muchos pensaron que eso sólo ocurría en el mundo virtual, no en el real, pero lo que mantengo es que cuando aplicas esto al Internet de las Cosas esa diferencia desaparece. Lo estamos viendo con la energía, el transporte y la logística. Por ejemplo, en Alemania, con cuyo Gobierno trabajo desde hace décadas, la energía eólica y solar está aumentando muy rápidamente con un coste marginal cero. En 10 años será el 40% y en 2040 será el 100%. Es un progreso parecido al de los microchips en las computadoras: en los años 40 había un par de ordenadores y costaban millones de dólares, pero luego vino el chip Intel, y ahora tenemos ordenadores en los teléfonos que cuestan 25 dólares en China, más poderosos que los que se utilizaron para mandar al hombre a la luna. Aún se ignora que va a ocurrir el mismo proceso con la energía solar y eólica: en 1978, un vatio solar costaba 78 dólares, ahora cuesta 50 céntimos. Y en 18 meses costará 35 céntimos.

P: ¿Y cómo se resuelve el problema de la acumulación? Porque esta energía necesita que haya luz o viento…

R: Llegaremos a eso. Una vez que pagas por la infraestructura, luego los costes son cero. El viento o la luz no nos mandan la factura. Existen varios factores fundamentales que determinan que esto funcione, uno de ellos es la conectividad necesaria para el transporte y la logística. Tenemos que hacerlo todos a la vez. Alemania y Dinamarca se están moviendo mucho más rápido que los demás, y lo están logrando. El año pasado, un día hubo tanta energía solar y eólica que tuvimos precios negativos. Es gratis. Insisto: no es una teoría.

P: ¿Qué otros países están en cabeza?

R: China es consciente de que se perdió la primera revolución industrial y parte de la segunda. Estoy viajando constantemente allí y ahora se mueven muy rápido. Invierten mucho dinero en la digitalización de la electricidad, de tal forma que millones de chinos puedan producir su propia energía solar y devolverla a la red. Nadie habla de ello.

P: ¿Qué implicaciones tendrá esto?

R: Cuando tengamos toda esa energía será posible el transporte sin conductor a través de GPS. Los jóvenes están evolucionando de la posesión de vehículos al acceso a la movilidad. Es un cambio gigantesco en el concepto de transporte, acelerado por los negocios de coches compartidos. Las empresas sí son conscientes de que cada vez van a circular menos coches: por cada vehículo compartido, 25 son eliminados. Los coches representan el tercer productor de carbono. Creo que eso acabará por suprimir el 90% de los automóviles y la inmensa mayoría de los que queden serán eléctricos sin conductor. No sólo los vehículos en tierra como coches y trenes, también en el océano.

P: ¿Estos cambios llegarán a tiempo? Porque la contaminación que afecta a las grandes ciudades chinas o en México las está convirtiendo en inhabitables.

R: Sinceramente, no lo sé. El reloj avanza a toda velocidad. Llevo trabajando en eso desde los 70 y ninguno anticipamos el ciclo que se estaba creando. El último estudio, que apareció en Science en marzo, asegura que el deshielo de la Antártida es mucho más rápido de lo que creemos y que las corrientes de agua van a cambiar produciendo tormentas gigantescas en todo el planeta, nunca vistas hasta ahora. Dentro de un siglo, muchas ciudades costeras estarán bajo el agua. La humanidad se enfrenta al momento más decisivo y terrorífico de su historia como especie. Por otro lado, las tecnologías que nos ayudan a combatir esto pueden avanzar mucho en las próximas décadas o años. Incluso más todavía en el mundo en desarrollo porque carece de infraestructuras. Necesitamos tres generaciones totalmente comprometidas, no cometer demasiados errores y un buen liderazgo.

P: Todas sus teorías parecen mucho más fáciles de aplicar en países desarrollados. Las ideas para convertir a Copenhague en la ciudad más verde del mundo no parecen sencillas de replicar en México o Pekín.

R: Estoy trabajando con el Gobierno chino. Lo que digo allí, y también en la UE, es que están construyendo un mundo nuevo, pero siguen invirtiendo en infraestructuras que pertenecen a la segunda revolución industrial, no a la tercera. Hay que cambiar las prioridades. ¿Qué tipo de ciudades estamos construyendo? Con la tercera revolución industrial, no hay ningún motivo por el que no podemos construir ciudades más pequeñas dentro de las grandes urbes, satelitales, y con inmensas reservas ecológicas entre ellas. Podemos llevar a cabo reforestaciones masivas dentro de ciudades de entre medio millón y dos millones de habitantes. Y esto se podrá hacer porque nos podremos mover de un lugar a otro de forma más rápida y limpia. Los coches tal y como los conocemos no estarán aquí en 20 años.

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