martes, 29 de diciembre de 2020

EL SOLDADO DEL FUTURO, ¿PASTOR DE UN REBAÑO DE ROBOTS?

 

Inteligencia artificial y el futuro de la guerra. ¿Hasta dónde llega hoy? ¿Y qué podemos esperar?

La Vanguardia. 28/12/2020. Clarín.com. Mundo

Los ejércitos integran regularmente las innovaciones tecnológicas para mejorar sus capacidades y tratar de dominar a sus adversarios. La inteligencia artificial (IA) no constituye una excepción a la regla y es objeto ahora de gran interés. China publicó en julio del 2017 el Plan de Desarrollo para la Nueva Generación de Inteligencia Artificial con el objetivo de convertirse en el 2030 en la principal potencia mundial en ese ámbito. Estados Unidos respondió en febrero del 2019 anunciando el lanzamiento de la Iniciativa de Inteligencia Artificial Estadounidense. De hecho, más de treinta países, incluidas las principales potencias militares, proponen hoy una estrategia nacional o iniciativas para aprovechar las oportunidades que ofrece esa prometedora tecnología.

Sin embargo, este entusiasmo suele causar preocupación entre el público en general. Por influencia de películas como Matrix o Terminator, el ciudadano corriente se pregunta si las máquinas no acabarán desempeñando un papel cada vez más dominante en el campo de batalla, limitando inexorablemente el lugar del hombre y deshumanizando la guerra. ¿Serán los avances en IA tan impresionantes que anularán el arte de la guerra y nos llevarán inexorablemente al Armagedón?

El primer escollo que debemos superar en los debates sobre la IA es la definición de la tecnología. Dada la gran diversidad de aplicaciones, no hay todavía consenso sobre ese punto. Por lo tanto, nos referiremos aquí a ella sencillamente como los programas informáticos de mañana. Esa tecnología es reciente y debemos distinguir entre lo que ya puede hacer y lo que podría llegar a lograr. La IA débil, que es una realidad en algunos ámbitos, resuelve problemas específicos y limitados. Una IA fuerte —que, a día de hoy, es sólo una promesa— sería capaz de llevar a cabo el conjunto de las tareas realizadas por los humanos.

Actuales aplicaciones militares

En el terreno militar, existen ya numerosas aplicaciones. Probablemente la más destacada sea el proyecto Maven. A los operadores estadounidenses que explotan imágenes y grabaciones recogidas en los teatros de operaciones les resulta imposible verlas todas de lo imponente que es el volumen de datos. Solamente un 15% del catálogo de inteligencia ha sido procesado previamente de ese modo. Maven es un algoritmo creado para alertar a los operadores cuando en las imágenes aparecen objetos de interés, como un vehículo o individuo específico.

Para la comunidad militar estadounidense, el interés de Maven es doble. Por una parte, sirve para acumular una gran experiencia en el aprendizaje de la utilización de la IA en un contexto operativo. La importancia que debe concederse a la calidad de las bases de datos que alimentan el software es subrayada, por ejemplo, por los generales estadounidenses. Por otra parte, la IA simplifica enormemente el procesamiento, la clasificación y el análisis de la ingente cantidad de datos recogidos.

Tal es hoy su principal contribución en el mundo militar. Ofrece la posibilidad de explotar con fines de defensa y seguridad el enorme caudal de información generado por la revolución digital. No es un arma decisiva en el campo de batalla. Es comparable más bien a otros inventos como la electricidad o el motor de combustión, que dieron lugar a una revolución industrial una vez consolidado su desarrollo y suscitaron evoluciones en la organización de las fuerzas armadas.

Su campo de aplicación puede extenderse al control de los datos físicos. Es posible anticipar ciertos fallos del equipo siguiendo la evolución de parámetros como la temperatura o el consumo de aceite de los motores o las turbinas. Si podemos anticipar cómo funcionan las piezas de los vehículos, aviones o barcos, resulta más fácil planificar los aspectos logísticos de una maniobra.

La profundización de las tácticas actuales

Las actuales aplicaciones militares de la IA son todavía limitadas, pero podrían desarrollarse rápidamente a corto y medio plazo. Podrían contribuir a desencadenar una nueva revolución en los asuntos militares (RAM). Definimos la RAM como un cambio en el ámbito de la táctica debido a la introducción de una nueva tecnología que suscita la creación de conceptos originales, el establecimiento de nuevas organizaciones y el desarrollo de equipos innovadores. Las máquinas podrán transferir instrucciones a la velocidad de la luz con fines de identificación, predicción, decisión o acción

La RAM generada por la IA prolongaría la ampliamente descrita en la década de 1990. Tras la rápida victoria de Estados Unidos y sus aliados sobre los ejércitos iraquíes en 1991, muchos expertos se preguntaron por el papel de las tecnologías de la información en ese triunfo. Se impuso entonces un modelo. Cubriendo el campo de batalla con sensores y combinando los datos que pudieran recoger, el jefe de las fuerzas tendría una visión instantánea del dispositivo enemigo. Y podría entonces actuar de la forma más apropiada para maniobrar o dirigir el fuego y destruir las posiciones enemigas.

La introducción de la IA podría fortalecer y ampliar ese modelo. De entrada, siendo capaz de tener en cuenta datos mucho más variados y diversos que la posición de las diferentes tropas enemigas para elaborar una situación táctica. Su radio de acción es mucho más amplio. Los operadores podrán alimentar los algoritmos codificando los procedimientos, las doctrinas contrarias o el modo de dirigir, de razonar, de los generales enemigos.

Las ciencias humanas se movilizarán para tener en cuenta parámetros psicológicos, constantes culturales, elementos sociológicos o capacidades económicas. El valor de los datos ya no será instantáneo, como en el caso de los sensores que barren el campo de batalla. Al dotar de sentido el pasado, podrían anticiparse mejor al futuro por inducción. La niebla de la guerra se despejaría más o menos según las circunstancias.

Además, la velocidad de ejecución de los algoritmos capaces de procesar y mejorar inmediatamente los datos recibidos dictará el ritmo de ejecución de ciertas tareas. Las máquinas podrán transferir instrucciones a la velocidad de la luz a otras computadoras u operadores con fines de identificación, predicción, decisión o acción. El cerebro humano se verá sometido a una competencia cada vez más mayor, y la potencia de los procesadores se convertirá en la nueva vara de medir.

Disponer de una superioridad informática constante sobre el adversario proporcionará la ventaja de poder actuar y reaccionar más rápidamente a los acontecimientos. No cabe duda de que el ritmo de las operaciones vendrá dictado por el bando que posea la IA más potente. El ataque podría verse favorecido en el futuro.

Más robots en el campo de batalla

Por tanto, da la impresión de que la IA débil amplificará en un primer momento las orientaciones estratégicas ya tomadas en el marco de la RAM en los noventa. ¿Qué pasará cuando se confirmen los progresos de la IA, cuando sus rendimientos sigan aumentando significativamente? En primer lugar, es probable que otras tecnologías se desarrollen al mismo tiempo. Nanotecnologías, biotecnologías, armas de energía dirigida o dispositivos hipersónicos se beneficiarán de los avances de la IA y serán cada vez más indispensables en el campo de batalla, lo que a su vez estimulará su desarrollo.

Semejante efervescencia podría finalmente dar lugar a lo que los historiadores militares llaman una revolución militar (RM). Ese concepto designó en un principio el modo en que la aparición de la artillería y la renovación de la infantería en el campo de batalla condujeron en el siglo XVII a la creación de instituciones especializadas para producir armas y mantener a los soldados en campaña. Los estados, los únicos capaces de hacer frente a tales gastos, se vieron reforzados. De modo que una RM remite a transformaciones cualitativas en la estructura de los ejércitos y en la forma en que luchan, unas transformaciones que conducen a cambios políticos y sociales. Las RM tienen un alcance mucho más profundo que las RAM

La próxima RM podría verse desencadenada por la adopción cada vez más generalizada de la IA/automatización en los ejércitos. Ya en marcha para muchas otras funciones, esa automatización podría tomar ante todo la forma de un drone de combate tipo loyal wingman (compañero leal). Modelos como el Valkyrie XQ-58A estadounidense ya están en desarrollo. El concepto es sencillo: un robot se asocia estrechamente con un hombre a cargo de un sistema de armas (como un avión de combate, un vehículo blindado o incluso un buque).

El robot tiene una autonomía cognitiva limitada. No piensa por sí mismo, pero responde a las intenciones de su dueño. Está equipado, por ejemplo, con una reserva de municiones, puede activar sensores suplementarios, puede incluso suministrar energía al sistema de armas dominante para que cumpla su misión durante más tiempo. De modo general, amplifica los recursos de que dispone el guerrero al que acompaña.

Sin embargo, el compañero leal quizá sea reemplazado en una o dos generaciones. El perfil de su sucesor podría depender de la decisión de privilegiar o no la automatización a ultranza. Existen en este sentido dos teorías opuestas: los defensores de una guerra de nuevo cuño y los humanistas militares.

Para los primeros, la IA ofrece oportunidades incomparables que hay que explotar al máximo. Captando con suma rapidez una situación táctica, tomando decisiones óptimas basadas en modelos probados, dirigiendo otras plataformas automatizadas, la IA puede animar robots que actúan de manera concertada en el espacio y el tiempo, realizando instantáneamente la maniobra más adecuada. La hiperguerra, donde desaparecería el proceso humano de toma de decisiones, o la guerra a la velocidad de la luz, impulsada enteramente por las nuevas tecnologías, sería en semejante escenario la norma.

Los defensores del humanismo militar se oponen a ese tipo de guerra de la que el hombre quedaría parcialmente excluido. Su rechazo puede estar motivado por el temor al desarrollo de contramedidas eficaces que volverían inoperantes a los robots, por el riesgo de una pérdida de control de las máquinas, por la idea de que la profesión de soldado perdiera su carácter heroico o por el rechazo de la posibilidad de que la muerte venga dada por algoritmos y sin intervención humana asumida.

De modo que podría extenderse otra forma de automatización para satisfacer en parte a los detractores de la automatización completa. El soldado del futuro podría ser el pastor de un rebaño de robots especializados.

Podría asignar a cada máquina una tarea particular o, por el contrario, concederle cierta autonomía en el marco de su misión, una autonomía mucho más importante que en el caso del compañero leal, para concentrarse él en las operaciones esenciales.

Uno o más robots se encargarían de vigilar una amplia zona con autorización previa, por ejemplo, para destruir cualquier ingenio hostil que entrara en ella. Liberado de numerosas tareas, el pastor estaría mejor capacitado para enfrentarse a otros acontecimientos imprevistos, utilizando al máximo su adaptabilidad y creatividad. Y, sobre todo, el lugar del hombre se mantendría dentro del círculo de decisión y acción.

Quizás el criterio decisivo para decidir cuál de esos modelos prevalecerá finalmente sea la eficacia de cada uno de ellos en el combate. En cualquier caso, la primera consecuencia de la difusión del par IA/automatización será la reducción del número de guerreros.

Los robots no sustituirán a todos los soldados, cuyos rendimientos se verán sin duda aumentados por el añadido de prótesis y otros implantes; pero probablemente se encargarán de la parte más peligrosa de las misiones, como la entrada en primer lugar en una zona de alta letalidad.

El ethos del guerrero humano podría evolucionar con su nuevo papel. La posibilidad de distanciarse físicamente de los lugares donde la violencia es más extrema modificará las expectativas. El soldado ya no será considerado como un héroe únicamente por el hecho de poseer determinados recursos morales para hacer frente a la brutalidad de la guerra. Disponiendo de superioridad tecnológica, su heroísmo se definirá también por la capacidad de dominar la violencia, de usar el nivel de fuerza adecuado en función de las circunstancias.

El soldado del futuro podría ser el pastor de un rebaño de robots especializados. Podría asignar a cada máquina una tarea particular o, por el contrario, concederle cierta autonomía en el marco de su misión

En el curso de los últimos años, con la multiplicación del uso de drones, se han señalado con frecuencia las consecuencias políticas de la automatización militar. Algunos expertos consideran que el costo político o económico de la guerra podría reducirse significativamente una vez que se afirmara la superioridad tecnológica de un bando.

Sin embargo, eso supone olvidar que el enemigo siempre dispone de un voto para la guerra. Quizá ceda en el campo de batalla, pero puede adaptar su respuesta desplazando el teatro de la guerra. Golpeando con habilidad, puede aumentar el costo de la guerra para su adversario, ya sea desde el punto de vista humano (tomando represalias contra los ciudadanos del adversario), económico (actuando contra sus intereses) o simbólico (obligándolo a actuar al margen de las normas del derecho internacional o humanitario). La automatización no podrá evitar por completo semejantes respuestas.

En última instancia, lo que más probabilidad tiene de transformarse en caso de revolución militar es la relación del ciudadano con la guerra. Maquiavelo condenó severamente a los condottieri, mercenarios al servicio de las ciudades italianas, puesto que libraban, en su opinión, una parodia de la guerra y atenuaban el espíritu militar de los habitantes de las ciudades.

Vio en ese fenómeno una explicación del fracaso de las ciudades Estado durante las guerras italianas del siglo XVI. Un proceso similar podría repetirse de prevalecer en los ejércitos una autonomización excesiva. De ceder una parte de su seguridad a los algoritmos, el ciudadano del futuro podría expulsar la guerra de su horizonte, dotar de gran autonomía a las instituciones encargadas de la defensa... y arriesgarse a un duro retorno a la realidad en el caso de que fracasaran sus robots militares.

¿Y después?

La cuarta y última etapa del desarrollo de la IA quizá sea la llegada de una IA fuerte. No cabe duda de que semejante acontecimiento desencadenaría una mutación en la relación entre el hombre y la guerra, equivalente a un cambio de civilización. Algunos futurólogos como Alvin Toffler han considerado que la sociedad humana sólo ha conocido tres mutaciones en el curso de su historia: la revolución agrícola, la revolución industrial y, por último, la revolución de la información.

Kenneth Payne, investigador del King’s College de Londres y experto en la relación entre la IA y la estrategia, reduce a dos el número de mutaciones. La primera habría ocurrido hace unos cien mil años cuando las transformaciones cognitivas llevaron a la humanidad a conquistar el mundo. En esa época habrían aparecido los fundamentos de la guerra tal como la conocemos. Según Payne, una segunda mutación se producirá con el desarrollo de la IA, que impondrá nuevos patrones cognitivos y una nueva forma de librar la guerra.

Las IA débiles ya participan en la toma de decisiones. Es posible seleccionar modos automáticos de disparo, por ejemplo, en sistemas de defensa superficie-aire (como el Aegis) capaces de decidir solos qué objetivos priorizar. La auténtica ruptura se producirá cuando una IA fuerte pueda ofrecer una ayuda a la decisión en materias estratégicas, teniendo en cuenta de manera exhaustiva una considerable cantidad de datos procedentes de ámbitos cada vez más vastos.

Es probable que una IA razone de forma diferente a los humanos. Estos están sometidos en su elección a la fatiga, la presión del grupo o a importantes sesgos culturales. Además, la facultad de juzgar del ser humano depende de su deseo, su cuerpo, su conatus, por usar el término de Spinoza. No se corresponderá nunca con una racionalidad pura. La de la IA tampoco alcanzará semejante grado de perfección, pero podrá acercarse a él aplicando estrictas reglas de lógica.

Dibujará caminos originales para alcanzar los objetivos asignados. Y ya lo hace: Lee Se Dol, campeón coreano de go, quedó desestabilizado durante una partida contra el programa AlphaGo por un movimiento de la máquina. La probabilidad de que un hombre realizara esa jugada se calculó en una entre 10.000, de lo incongruente que parecía. Ese movimiento permitió al software derrotar a su adversario humano.

No cabe duda de que ese enfoque cognitivo diferente, más lógico, completo y sistemático que el del hombre cambiará nuestro enfoque de la guerra. Desde luego, no abolirá por completo el azar o la incertidumbre. Sin embargo, a medida que la IA se vaya haciendo fuerte, reducirá la libre actividad del espíritu que caracteriza a la acción militar en la trinidad clausewitziana.

El manejo del entendimiento puro, la encarnación de lo político en esa misma trinidad, que comprende también al pueblo, se extenderá a la esfera militar a través de las máquinas que actúan a ese nivel. Podría ocurrir entonces que las conexiones entre lo político y lo militar se simplificaran, se hicieran mucho más cercanas.

Las dos entidades emplearían un método común para lograr un objetivo compartido. El uso de la violencia se ajustaría definitivamente al nivel suficiente para satisfacer las necesidades políticas. La guerra podría entonces no tener ya una gramática propia, una dinámica específica. Tras ello, los soldados, los generales, verían disminuir su utilidad.

El desarrollo de la IA está todavía en sus albores y sigue siendo incierto. La historia de la IA está salpicada ya por numerosos fracasos. Algunos de los caminos explorados en la década de 1970 y a finales de la de 1980 han resultado ser callejones sin salida, y pesaron muchísimo sobre las investigaciones de esa época. No obstante, reflexionar sobre sus aplicaciones potenciales puede ayudarnos a prevenir ciertos abusos o catástrofes.

En la actualidad, el observador se encuentra en una posición similar a la de un testigo del siglo XVI al que se pidiera que intentara formular las consecuencias de la introducción de la pólvora en el futuro de la guerra. Al corriente de los inventos de Leonardo Da Vinci y con un poco de imaginación, ese testigo habría podido imaginar que cada soldado acabaría disponiendo de armas individuales que usarían la pólvora para enviar proyectiles (los fusiles), que sus efectos podrían ser cada vez más destructivos (cañones con calibres cada vez más grandes). El límite se alcanzaría cuando el poder de destrucción fuera tan importante que pusiera en peligro la supervivencia de la especie humana (bombas atómicas, aunque sepamos que la tecnología es diferente).

Es posible concebir un proceso similar con la IA. La automatización se extenderá por los ejércitos; sobre todo, entre los soldados, que podrán apoyarse en los robots para cumplir sus misiones.

La ayuda a las decisiones abrirá enormes oportunidades a los combatientes y a los encargados de tomar decisiones, y propondrá formas originales de alcanzar los objetivos que decidan fijar. Ahora bien, si los progresos de la IA continúan, la aparición de una IA fuerte, o incluso de una superinteligencia, podría poner en peligro el destino de la humanidad a largo plazo. De modo que a ella le corresponderá establecer barreras tecnológicas, conceptuales, operativas y organizativas para limitar la probabilidad de nuestra extinción, a la manera de los estrategas nucleares.

Por Jean-Christophe Noël (*). La Vanguardia

* Investigador asociado del Centro de Estudios de Seguridad del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).

BORIS GROYS: "LA PANDEMIA PROFUNDIZÓ NUESTRA DEPENDENCIA DEL ALGORITMO"

Criado en la difícil Europa de posguerra, Boris Groys estudió Matemática y Filosofía; devenido crítico de arte y teórico de los medios, vive en los Estados Unidos y suscita pasiones en ciudades de todo el mundoCriado en la difícil Europa de posguerra, Boris Groys estudió Matemática y Filosofía; devenido crítico de arte y teórico de los medios, vive en los Estados Unidos y suscita pasiones en ciudades de todo el mundo.

Crédito: Diego Spivacow. Diana Fernández Irusta, 27 de diciembre de 2020  • 00:00

 Podría decirse que Boris Groys (Berlín, 1947) atravesó distintas épocas, diversos mundos. Criado en la difícil Europa de posguerra, estudió Matemática y Filosofía en la Universidad de Leningrado y participó en los circuitos no oficiales de intelectuales y artistas en Moscú.

 A comienzos de la década del ochenta emigró a Alemania, se doctoró en la Universidad de Münster e inició un periplo académico que lo llevaría por escuelas de diseño, academias de arte y universidades de Alemania, Austria y Estados Unidos.

Quizás la amplitud y originalidad de su mirada se deba, justamente, al particular tránsito vital que le permitió conocer tanto la vida bajo el régimen soviético como el vértigo de los claustros universitarios del otro lado del Muro. Devenido crítico de arte y teórico de los medios, actualmente Groys vive en los Estados Unidos y suscita pasiones en ciudades de todo el mundo. Por caso, Buenos Aires. A principios de este mes más de setecientas personas se inscribieron a la charla virtual que, organizada por Malba y NYU Buenos Aires, acercó a Groys a los muchos seguidores locales de sus ensayos.

La pandemia también afectó al autor de Volverse público (Caja negra), que debió suspender viajes y practicar el aislamiento que fue la marca de este año. Poco afecto a la complacencia, no tiene problemas en afirmar que vivimos en una civilización básicamente frágil, sostenida en el más evanescente de los recursos, la electricidad, y expuesta a catástrofes de diverso tipo. Así y todo, es capaz de sonreír y pronunciar algo bastante parecido al optimismo: "Un aspecto quizás positivo de todo esto es que podemos sentir que estamos viviendo una aventura, todo el tiempo, inclusive sentados en casa frente a la computadora -dice-. Aunque no nos movamos demasiado por el contexto en que estamos viviendo, podemos sentir esta inestabilidad y por lo tanto este sentimiento de aventura."

-Cuando comenzó la pandemia, ¿se identificó con quienes anunciaban el fin de una era o con quienes decían que nada iba a cambiar?

-Creo que se van a producir cambios, pero en la misma dirección en que ya veníamos: creciente importancia de las redes sociales, de todo lo remoto, de todo lo de naturaleza digital. Mientras la economía tradicional y las estructuras sociales tradicionales colapsan, hay un desarrollo mucho más acelerado de lo digital. Es decir, que con la aparición del Covid lo que se produjo es una aceleración de las últimas tendencias.

-En relación a la capacidad de vigilancia de internet, ¿cree que se producirá algún tipo de quiebre? 

-El control ejercido por internet -hablo de las distintas entidades que gobiernan internet- es un proceso que seguirá ocurriendo de todas formas. Porque las actividades de nuestra vida cotidiana suceden mediadas por lo digital, y eso se profundizó con la pandemia. En el mundo digital, dependemos de los algoritmos gobernados por Facebook o Google, pero mientras estas entidades nos controlan, nosotros no podemos controlarlas a ellas. Hay una asimetría en la relación.

-¿Qué posibilidades tenemos de equiparar esa asimetría? ¿Estudiar matemática?

-Bueno, inclusive sabiendo de matemática no veo que haya una solución a este problema (risas). Porque internet sigue estando controlado por las grandes corporaciones. Así que por un lado me mantengo escéptico. Pero por otro, me parece que una posibilidad que podría darse es que internet se rompa, se desmenuce, se desglose. Sabemos que hay una competencia entre Estados Unidos, China y otros países por el universo digital y esta competencia entre diferentes países y diferentes representantes del sector privado podría conducir a que se rompa internet. Lo sabemos, internet es una estructura extremadamente global, mientras que los estados nacionales y las autoridades locales son precisamente eso, locales. La globalidad de internet es lo que determina su enorme influencia. Pero si los poderes políticos rompen esa estructura, eso podría conducir a un sistema más pluralista, con diferentes servicios digitales dentro de un marco más bien plural.

-En su libro Volverse público, usted habla del "diseño total de la vida". ¿Qué diferencia hay entre la unión entre arte y vida que proclamaban las vanguardias y ese "diseño total"?

-Hubo un cambio que marcó el paso de la cultura tradicional a la cultura digital. Algo marcado sobre todo por el individuo, por cómo se presenta el individuo a sí mismo en términos globales. En la cultura tradicional eran las élites artísticas las que abordaban al individuo como tal y las que distribuían mundialmente diferentes textos, imágenes. Ahora cualquier persona lo puede hacer, y eso determina un cambio extremadamente profundo. Al mismo tiempo, todas las personas son targets individualizados del mundo de la publicidad. En el pasado, la gente se interesaba solamente por la vida privada de las estrellas, pero ahora esto le puede suceder a cualquiera, por la singularización de la que es objeto la persona, y el hecho de que todas las personas están siendo abordadas por los sistemas digitales. ¿Qué significa esto? Implica un cambio profundo, un cambio con respecto a la cultura de masas. ¿Qué significan las vanguardias? Las vanguardias eran una respuesta a la cultura de masas. Había una cultura de masas que estaba considerada kitsch, dirigida a las masas, que eran anónimas. Por otro lado estaban las vanguardias, que eran la expresión de la individualidad creativa. Actualmente, todas las personas están obligadas a un self-design, a un autodiseño, a la creación de su propia imagen en las redes sociales. Mientras anteriormente había una libertad artística, ahora hay una obligación artística, estamos obligados a presentarnos a nosotros mismos. Y no estoy hablando solo de unos elegidos, absolutamente todas las personas están obligadas a diseñar una imagen de sí mismas. Es el algoritmo que gobierna internet, y que nosotros vivimos como una nueva divinidad. Si nos fijamos en lo que ocurre en sitios o redes como Instagram o Facebook, vemos que tienen una función muy confesional, la gente postea lo que come, a quién se encontró, qué estuvo haciendo, sus opiniones. Pero cuando nos confesamos, ¿quién es el destinatario? En la cultura tradicional era dios. En la cultura contemporánea es el algoritmo, un dios invisible. A veces estamos todo el tiempo tratando de comunicarnos con ese dios que es el algoritmo y a veces recibimos una respuesta, que es la publicidad, con los productos básicos que el algoritmo cree que nos van a gustar sobre la base de nuestra conducta en internet.

-¿O sea que somos más tradicionales que modernos, nosotros que nos creíamos tan posmodernos?

-Absolutamente. Nuestra vida cotidiana está sujeta a una serie de leyes, e normativas, que no podemos ver. El lado oscuro de internet. Estábamos hablando de internet en cuanto a los sistemas algorítmicos, pero también está el hardware, los sistemas de transmisión que constituyen internet, una parte bien material, bien tangible, que de todos modos, está siempre oculta a nuestros ojos. No sé si esto sucede en la Argentina, pero en Estados Unidos y algunos países de Europa hay una explosión de teorías conspirativas, y esto es la nueva religión de nuestra era. No somos ni modernos ni posmodernos, estamos más bien volviendo a la época medieval, en la cual el mundo era entendido como una gran conspiración. Esto está ligado a internet, un lugar que no podemos ver, que solo podemos imaginar. Y esa imaginación dispara esas formas de la teoría de la conspiración.

-¿Así se explicaría por qué nuestra época se fascina tanto con la tecnología al tiempo que desconfía de la ciencia? Pienso en los antivacunas, los terraplanistas.

-Sí, estamos totalmente fascinados con la tecnología y desconfiamos de la ciencia. El concepto clásico de la ciencia es que está basada en la repetición. Si yo hago un experimento tengo que poder repetirlo y ese experimento repetido en varias oportunidades pasa a formar parte de la ciencia. Por el contrario, la experiencia individual, única, pertenece al ámbito de lo místico, de lo religioso. No es ciencia. La individuación es entonces la acumulación de experiencias personales que no son repetibles. Algo que tiene que ver con nuestra relación don la tecnología, que es una experiencia no repetible. Heidegger alguna vez dijo que la tecnología es la realización de la metafísica, ligada a la realización del destino. Esto significa que nuestra relación con la tecnología no tiene que ver con el conocimiento, es una relación de desconocimiento y al mismo tiempo ligada al destino. Muy en la línea de la tragedia griega.

-Que siempre termina horriblemente mal.

- Sí, totalmente (risas).

-Esta idea del algoritmo como divinidad me recuerda al transhumanismo y las personas que están buscando cierta inmortalidad a través de medios tecnológicos, no espirituales.

-¿Cuál es la condición básica de la existencia humana? La finitud. Todos sabemos que vamos a morir. Ahora, bien, ¿qué es la inteligencia artificial? Una máquina, y la máquina no muere nunca. Entonces, la inmortalidad del ser humano sería igual a su maquinización, sería convertirlo en una máquina. Pero la máquina no piensa. El meollo de pensar es el miedo a la muerte. Cuando decimos que alguien es razonable, significa que es una persona que evita el peligro, para no morir. En este sentido, cuando se acumula la inteligencia, es el momento en que el ser humano, pasa a ser un objeto de cuidado a cargo de la máquina. Cuando el renacimiento empezó a forjar el humanismo, consistía en ver al ser humano como la fuente de poder, el más poderoso del planeta. El transhumanismo tiene una visión distinta: piensa en el cuidado del ser humano, que pasa a ser una criatura desdichada a la que hay que cuidar.

-¿Por qué solo podemos imaginar el futuro a través de distopías?

- Es muy difícil pensar acerca del futuro, probablemente porque quizás el futuro sea una continuación de las tendencias ya establecidas. Es interesante reflexionar sobre esta nueva civilización que se está forjando. La realidad es que son muchas las posibilidades destructivas y catastróficas en este actual sistema porque todo está basado en la electricidad. El sustrato material de internet es la electricidad. Y la electricidad es algo muy fácil de apagar, muy frágil como sistema. Si pensamos en la cultura babilónica o la cultura del antiguo Egipto, fueron culturas afectadas por catástrofes, pero aun así sus textos e imágenes sobreviven porque ellos los consagraron en piedra. Pero si algo sucede con la electricidad la memoria de nuestra cultura puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. La posibilidad de la catástrofe también es muy alta en términos culturales. Ahora bien, la catástrofe encierra en sí misma la posibilidad de un nuevo comienzo, y ese nuevo comienzo es también algo elevado. Pienso en un acueducto que vi en el sur de Francia una vez. Había sido construido por los antiguos romanos para transportar agua. Ya no transporta agua, pero sigue estando allí. Puede que en el futuro expongamos las computadoras no como medios, sino como reliquias, como ese acueducto romano.

-Está por salir un libro suyo sobre coleccionismo. ¿Cómo pensar una colección de arte en una época de tanta fragilidad?

- El coleccionismo de arte pasaba por los objetos, cosas tangibles que la sociedad identificaba como obras de arte. Pero ahora el arte es muy dependiente del contexto, es muy difícil entender una obra de arte contemporánea sin entender el contexto original en el cual esta obra fue creada. Por eso el arte contemporáneo se dirige cada vez más al evento, ya no tiene tanto protagonismo el objeto en sí, sino que cobran protagonismo las performances, los proyectos político y sociales, las exposiciones de corta duración. El estado de la reflexión sobre el contexto es algo muy inestable, e internet es el mejor lugar para documentar y proporcionar una descripción de ese contexto, mucho mejor que los museos, que son incapaces de dar lugar a todo ese material. Al mismo tiempo, en internet el archivo de la obra de arte es algo que no existe, porque es posible que las cosas desaparezcan. Tengo muchos amigos artistas que no confían en la imagen digital, y tratan de hacer algo físico porque temen que si se focalizan mucho en el evento y en lo digital puede llegar una instancia en que todo rastro de esa obra desaparezca. Lo que sí encierra internet es una promesa de divulgación, de publicidad para ese artista, a la vez que encierra una absoluta falta de estabilidad.

- ¿La marca de nuestra época?

-Sabés, es una marca de la vida humana en general (sonríe). Un aspecto quizás positivo de todo esto es que podemos sentir que estamos viviendo una aventura, todo el tiempo, inclusive sentados en casa frente a la computadora. Aunque no nos movamos demasiado por el contexto en que estamos viviendo, podemos sentir esta inestabilidad y por lo tanto este sentimiento de aventura. Una condición un poco extraña, vivir una aventura sentado ante la pantalla de una computadora.

Minibio

Boris Groys nació en Berlín en 1947. Estudió Matemática y Filosofía en la Universidad de Leningrado. Luego se doctoró en Filosofía en la Universidad de Münster. Además de ocuparse de diversas curadurías de arte, fue docente en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, la Academia de Bellas Artes de Viena y las universidades de Pensilvania, Filadelfia y Nueva York. Su obra ensayística se concentra en las vanguardias y el universo digital. Escribió Volverse público, Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural, Bajo sospecha: una fenomenología de los medios.