miércoles, 29 de abril de 2020

JEREMY RIFKIN: "ESTAMOS ANTE LA AMENAZA DE UNA EXTINCIÓN Y LA GENTE NI SIQUIERA LO SABE"


Jeremy Rifkin es asesor de gobiernos y corporaciones en todo el mundo. 
29 de abril de 2020

El sociólogo estadounidense Jeremy Rifkin , que se define como activista en favor de una transformación radical del sistema basado en el petróleo y en otros combustibles fósiles, lleva décadas reclamando un cambio de la sociedad industrial hacia modelos más sostenibles.

Rifkin tiene 74 años y es asesor de gobiernos y corporaciones de todo el mundo. Ha escrito más de veinte libros dedicados a proponer fórmulas que garanticen nuestra pervivencia en el planeta, en equilibrio con el medio ambiente y también con nuestra propia especie.

¿Cuál cree que será el impacto de la pandemia de la COVID-19 en el camino hacia la tercera revolución industrial?
-No podemos decir que esto nos haya cogido por sorpresa. Todo lo que nos está ocurriendo se deriva del cambio climático, del que han venido advirtiendo los investigadores y yo mismo desde hace tiempo. Hemos tenido otras pandemias en los últimos años y se han lanzado advertencias de que algo muy grave podría ocurrir. La actividad humana ha generado estas pandemias porque hemos alterado el ciclo del agua y el ecosistema que mantiene el equilibrio en el planeta. Los desastres naturales -pandemias, incendios, huracanes, inundaciones.- van a continuar porque la temperatura en la Tierra sigue subiendo y porque hemos arruinado el suelo. Hay dos factores que no podemos dejar de considerar: el cambio climático provoca movimientos de población humana y de otras especies; el segundo es que la vida animal y la humana se acercan cada día más como consecuencia de la emergencia climática y, por ello, sus virus viajan juntos.

Es esta una buena oportunidad para extraer lecciones y actuar en consecuencia, ¿no cree?
-Ya nada volverá a ser normal. Esta es una llamada de alarma en todo el planeta. Lo que toca ahora es construir las infraestructuras que nos permitan vivir de una manera distinta. Debemos asumir que estamos en una nueva era. Si no lo hacemos, habrá más pandemias y desastres naturales. Estamos ante la amenaza de una extinción. Usted trabaja, estará trabajando estos días, con gobiernos e instituciones de todo el mundo. No parece que impere el consenso respecto al futuro inmediato. Lo primero que debemos hacer es tener una relación distinta con el planeta. Cada comunidad debe responsabilizarse de cómo establecer esa relación en su ámbito más cercano. Y sí, tenemos que emprender la revolución hacia el Green New Deal global, un modelo digital de cero emisiones; tenemos que desarrollar nuevas actividades, crear nuevos empleos, para reducir el riesgo de nuevos desastres. La globalización se ha terminado, debemos pensar en términos de glocalización. Esta es la crisis de nuestra civilización, pero no podemos seguir pensando en la globalización como hasta ahora, se necesitan soluciones glocales para desarrollar las infraestructuras de energía, comunicaciones, transportes, logísticas.

¿Cree que durante esta crisis, o incluso cuando se rebaje la tensión, los gobiernos y las empresas tomarán medidas en esa dirección?
-No. Corea del Sur está combatiendo la pandemia con tecnología. Otros países lo están haciendo. Pero no estamos cambiando nuestro modo de vida. Necesitamos una nueva visión, una visión distinta del futuro, y los líderes en los principales países no tienen esa visión. Son las nuevas generaciones las que pueden realmente actuar.

Usted plantea un cambio radical en la forma de ser y de estar en el mundo. ¿Por dónde empezamos?
-Tenemos que empezar con la manera en la que organizamos nuestra economía, nuestra sociedad, nuestros gobiernos; por cambiar la forma de ser en este planeta. La nuestra es la civilización de los combustibles fósiles. Se ha cimentado durante los últimos 200 años en la explotación de la Tierra. El suelo se había mantenido intacto hasta que empezamos a excavar los cimientos de la tierra para transformarlo en gas, petróleo y carbón. Y pensábamos que la Tierra permanecería allí siempre, intacta. Hemos creado una civilización entera basada en el uso de los fósiles. Hemos utilizado tantos recursos que ahora estamos recurriendo al capital de la tierra en vez de obtener beneficios de ella. Estamos usando una tierra y media cuando solo tenemos una. Hemos perdido el 60% de la superficie del suelo del planeta; ha desaparecido y se tardará miles de años en recuperarlo.

¿Qué les diría a quienes creen que es mejor vivir el momento, el aquí y el ahora, y esperan que en el futuro vengan otros para arreglarlo?
-Estamos realmente ante un cambio climático, pero también a tiempo de cambiarlo. El cambio climático provocado por el calentamiento global y las emisiones de CO2 altera el ciclo del agua de la tierra. Somos el planeta del agua, nuestro ecosistema ha emergido y evolucionado a lo largo de millones de años gracias al agua. El ciclo del agua permite vivir y desarrollarse. Y aquí está el problema: por cada grado de temperatura que aumenta como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero, la atmósfera absorbe un 7% más de precipitaciones del suelo y este calentamiento las fuerza a caer más rápido, más concentradas y provocando más catástrofes naturales relacionadas con el agua. Por ejemplo, grandes nevadas en invierno, inundaciones en primavera por todas las partes del mundo, sequías e incendios en toda la temporada de verano y huracanes y tifones en otoño barriendo nuestras costas. Las consecuencias se irán agravando con el tiempo. Nos enfrentamos a la sexta extinción y la gente ni siquiera lo sabe. Dicen los científicos que van a desaparecer la mitad de todos los hábitats y animales de la tierra en ocho décadas. Ese es el marco en el que estamos, nos encontramos cara a cara con una extinción en potencia de la naturaleza para la que no estamos preparados.

¿Cuán grave es esa emergencia global? ¿Cuánto tiempo nos queda?
-No lo sé. He sido parte de este movimiento en favor del cambio desde los años 70 y creo que se nos ha pasado el tiempo que necesitábamos. Nunca volveremos dónde estábamos, a la buena temperatura, a un clima adecuado. El cambio climático va a estar con nosotros por miles y miles de años; la pregunta es: ¿podemos nosotros, como especie, ser resilientes y adaptarnos a ambientes totalmente distintos y que nuestros compañeros en la tierra puedan tener también la oportunidad de adaptarse? Si me pregunta cuánto tiempo nos llevará cambiar a una economía no contaminante, nuestros científicos en la cumbre europea del cambio climático en 2018 dijeron que nos quedaban 12 años; ya es menos lo que nos queda para transformar completamente la civilización y empezar este cambio. La Segunda Revolución Industrial, que provocó el cambio climático, está muriendo. Y es gracias al bajo coste de la energía solar, que es más rentable que el carbón, el petróleo, el gas y la energía nuclear. Nos estamos moviendo hacia una Tercera Revolución Industrial.

¿Es posible un cambio de tendencia global sin EE.UU. de nuestro lado?
-La Unión Europea y China se han unido para trabajar conjuntamente y Estados Unidos está avanzando porque los estados desarrollan las infraestructuras necesarias para lograrlo. No olviden que somos una república federal. El gobierno federal solo crea los códigos, las regulaciones, los estándares, los incentivos; en Europa sucede lo mismo: sus estados miembros han creado las infraestructuras. Lo que ocurre en Estados Unidos es que prestamos mucha atención al señor Trump pero, de los 50 estados, 29 han desarrollado planes para el desarrollo de energías renovables y están integrando la energía solar. El año pasado en la conferencia europea por la emergencia climática, las ciudades estadounidenses declararon una emergencia climática y ahora están lanzando su Green New Deal. Están sucediendo bastantes cambios en Estados Unidos. Si tuviéramos una Casa Blanca diferente sería genial pero, aún así, esta Tercera Revolución Industrial está emergiendo en la UE y en China y ha comenzado en California, en el estado de Nueva York y en parte de Texas.

¿Cuáles son los componentes básicos de esos cambios tan relevantes en diferentes regiones del mundo?
-La nueva Revolución Industrial trae consigo nuevos medios de comunicación, energía, medios de transporte y logística. La revolución comunicativa es Internet, como lo fueron la imprenta y el telégrafo en la Primera Revolución Industrial en el siglo XIX en Reino Unido o el teléfono, la radio y la televisión en la segunda revolución en el siglo XX en Estados Unidos. Hoy tenemos más de 4.000 millones de personas conectadasy pronto tendremos a todos los seres humanos comunicados a través de Internet; todo el mundo ahora está conectado. En un periodo como el que vivimos, las tecnologías nos permiten integrar a un gran número de personas en un nuevo marco de relaciones económicas. El internet del conocimiento se combina con el internet de la energía y con el internet de la movilidad. Estos tres internet crean la infraestructura de la Tercera Revolución Industrial. Estos tres internet convergerán y se desarrollarán sobre una infraestructura de internet de las cosas que reconfigurará la forma en que se gestiona toda la actividad en el siglo XXI.

¿Qué papel van a jugar los nuevos agentes económicos en la formación de ese nuevo modelo económico y social?
-Estamos creando una nueva era llamada glocalización. La tecnología cero emisiones de esta tercera revolución será tan barata que nos permitirá crear nuestras propias cooperativas y nuestros propios negocios tanto física como virtualmente. Las grandes compañías desaparecerán. Algunas de ellas continuarán pero tendrán que trabajar con pequeñas y medianas empresas con las que estarán conectadas por todo el mundo. Estas grandes empresas serán proveedoras de las redes y trabajarán juntas en lugar de competir entre ellas. En la primera y en la segunda revolución, las infraestructuras se hicieron para ser centralizadas, privadas. Sin embargo, la tercera revolución tiene infraestructuras inteligentes para unir el mundo de una manera glocal, distribuida, con redes abiertas.

¿De qué forma afecta la superpoblación a la sostenibilidad del planeta en el modelo industrial?
-Somos 7.000 millones de personas y llegaremos muy pronto a 9.000 millones. Esa progresión, sin embargo, se va a terminar. Las razones para ello tienen que ver con el papel de las mujeres y su relación con la energía. En la antigüedad las mujeres eran esclavas, eran las proveedoras de energía, tenían que mantener el agua y el fuego. La llegada de la electricidad está íntimamente relacionada con los movimientos sufragistas en América; liberó a las mujeres jóvenes, que iban a la escuela y podían continuar su formación hasta la universidad. Cuando las mujeres se volvieron más autónomas, libres, más independientes, hubo menos nacimientos.

No parece usted optimista y, sin embargo, sus libros son una guía para un futuro sostenible. ¿Tenemos o no un futuro mejor a la vista?
-Todas mis esperanzas están depositadas en la generación millenial. Los millenials han salido de sus clases para expresar su inquietud. Millones y millones de ellos reclaman la declaración de una emergencia climática y piden un Green New Deal. Lo interesante es que esta no es como ninguna otra protesta en la historia, y ha habido muchas, pero esta es diferente: mueve esperanza, es la primera revuelta planetaria del ser humano en toda la historia en la que dos generaciones se han visto como especies, especies en peligro. Proponen eliminar todos los límites y fronteras, los prejuicios, todo aquello que nos separa; empiezan a verse como una especie en peligro e intentan preservar a las demás criaturas del planeta. Esta es probablemente la transformación más trascendente de la conciencia humana en la historia.

* Juan M. Zafra es profesor asociado en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual, Universidad Carlos III, Madrid, España.

jueves, 9 de abril de 2020

GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY: "LOS BUENOS DOCENTES, Y NO LA TECNOLOGÍA, SON LOS QUE VAN A CAMBIAR LA EDUCACIÓN"


El académico, ex rector de la UBA, sostiene que, en la medida en que no haya una auténtica valoración social por las prácticas educativas, la crisis en este campo continuará sin resolverse.
Daniel Gigena. 4 de abril de 2020. Crédito: Alejandro Guyot

La cuarentena preventiva y obligatoria se decretó horas después del encuentro con Guillermo Jaim Etcheverry, presidente de la Academia Nacional de Educación y miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias. No obstante, Jaim Etcheverry, rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006, saluda a dos metros de distancia y cualquier contacto será evitado. "Vivimos una circunstancia de excepción que alterará de manera radical nuestras vidas -dice en el departamento donde vive desde hace veinte años, rodeado de obras de artistas como Alicia Penalba, Fortunato Lacámera y Alfredo Londaibere-. También lo hará con la educación. Ante la suspensión de las clases, recurriremos a experimentar con las nuevas tecnologías. Coincido con el filósofo italiano Nuccio Ordine, cuando señala el peligro de transformar una educación de emergencia en la normalidad, el peligro de una enseñanza sin el docente mirando a los ojos del estudiante, que es lo que transforma sus vidas".

Este mes, cuando se cumplen poco más de veinte años de la publicación de su best seller La tragedia educativa , acaba de lanzar Educación. La tragedia continúa (Sudamericana). Durante veinte años, fue colaborador de la revista de la nacion con artículos en los que ahora trabaja con el propósito de darles nueva circulación. "El panorama educativo no solo no mejoró sino que ha empeorado", diagnostica.

¿Qué relación guarda el nuevo libro con el anterior?
Aquel libro, que tuvo como veinticinco reediciones, nunca lo reescribí. Ahora pensé que era un buen momento para volverlo a ver con la idea de modificar algo. Pero escribí otra cosa, con nuevos elementos y más datos. En esencia el mensaje es el mismo: la tragedia continúa. Algunos amigos me sugerían que le pusiera "la tragedia empeora", pero me pareció demasiado dramático.

¿No hubo mejoras en la educación en estas décadas?
Está peor. Las cifras indican eso; estamos estancados o peor que antes. En ese momento no estaban las pruebas PISA , por ejemplo. El mensaje es el mismo: tratar de llamar la atención sobre los graves problemas que tenemos. Muy poca gente educada, mucha desigualdad en la distribución de la educación y una calidad cuestionada. Las pruebas nacionales e internacionales demuestran lo mismo año a año. La mitad de los chicos que termina la escuela media no entiende lo que lee; dos de cada tres tienen problemas con las operaciones matemáticas más simples. Es un fracaso grande.

Sin embargo, la inversión en educación aumenta.
Sí, claramente ha aumentado, pero no se manifiesta en los logros. Sin el dinero es imposible, pero con el dinero solo no basta. Lo que está en crisis en el país es el valor social de la educación. A nadie le interesa realmente. Más allá de lo que se dice en los discursos, el interés social por la educación es muy pobre. El 70% de los padres manifiesta que está satisfecho con la educación de sus hijos y a la vez sostiene que la educación en el país está muy mal. El 80% afirma que no cambiaría a sus hijos de escuela para mejorar la educación. O sea que la gente está conforme y esa conformidad atraviesa todos los sectores sociales y niveles educativos. Por alguna razón misteriosa la mayoría piensa que la educación de sus hijos es extraordinaria.

En una entrevista, el Presidente dijo que la vuelta a las clases no le preocupaba ante la emergencia sanitaria por la pandemia.
Hoy es imposible anticipar cuál será la evolución del año escolar. La respuesta de nuestras autoridades educativas ha sido rápida y adecuada al promover el uso intensivo de las herramientas tecnológicas, como se ha procedido en muchos otros países. Una de las ventajas de esta lamentable situación es que docentes y alumnos se entrenarán en el empleo de esos útiles recursos complementarios. Pero, al igual que en otros aspectos de las relaciones interpersonales, el riesgo es que esta experiencia contribuya a instalar la idea de que la tecnología puede reemplazar el vínculo directo y presencial entre maestros y alumnos, que sigue siendo esencial, al menos en las etapas iniciales del aprendizaje.

¿Con la cuarentena estamos en pleno experimento educativo?
Vamos a ver qué va a pasar. Es muy incierto, pero entiendo que el docente es un modelo, es un ejemplo y la educación es ejemplo. El buen docente es el que sabe mucho de una materia, que siente pasión por eso que sabe y que transmite esa pasión. Cualquiera que recuerde a un buen docente lo sabe. Y además era el que exigía. Las pantallas no pueden hacer eso, son medios fríos, que no traducen emociones ni el poder de reflexión por su propia estructura. Como recurso son importantísimas, pero la tecnología no va a modificar la educación; la van a modificar los buenos docentes. En el libro menciono una entrevista a Streve Jobs, que se arrepentía de haber introducido la tecnología en las escuelas, no porque le pareciera mal sino porque había contribuido a dar la impresión de que la tecnología revolucionaría la educación. La educación depende de los docentes.

¿Qué papel deben desempeñar los padres o los adultos a cargo de chicos en esta circunstancia?
La colaboración de los padres en la educación de sus hijos durante la cuarentena es, obviamente, esencial. Es imprescindible su contribución en la selección de los materiales, en la supervisión de los aprendizajes, y sobre todo, demostrando interés por el cumplimiento de esas tareas. La imposición de horarios, la creación de hábitos de estudio, y en especial de lectura, constituye una tarea impostergable para los padres en el contexto actual.

¿En lengua y en matemática es donde más se advierte la mala calidad educativa?
Sí, y son herramientas básicas para encarar cualquier estudio. El fracaso universitario se explica por eso, porque carecen de herramientas de comprensión. Si no se entiende lo que se lee, es complicado acceder a textos de mediana complejidad. No se enseña bien lengua; el repertorio de vocabulario de los estudiantes secundarios es muy limitado. La escuela debe proveer el manejo de las herramientas intelectuales fundamentales y eso se ha perdido. Eso se adquiere con esfuerzo y trabajo.

¿Esos valores pasaron de moda?
Aprender a leer es difícil. El esfuerzo ya no le interesa a nadie, cayó en desuso. No se ha insistido más en eso.

¿A los docentes tampoco les interesa?
Han abandonado ese camino porque la pedagogía contemporánea ha acompañado ese cambio de valores. Con la entronización del "niño rey", que aprende cuando quiere y como quiere, la enseñanza es vista como una intromisión. ¿Por qué se le va a enseñar al chico si el chico ya sabe? Y la tecnología ha contribuido a eso, porque pareciera que el manejo de herramientas tecnológicas confiere inteligencia, aunque lamentablemente no es así. Los teléfonos no son inteligentes; inteligentes son los científicos que los crearon.

Otro cliché es que la escuela debe ser divertida.
Un entretenimiento más, como si fuera parte del mundo del espectáculo. Se apunta a eso: que sea light , que moleste poco. El pacto educativo básico que era la alianza de padres con maestros para educar a los chicos está roto. Hoy los padres están aliados con sus hijos en contra de los maestros o la institución escolar. Los padres quieren que no los molesten. En realidad, ser exigido es un derecho de los estudiantes, eso demuestra el interés que se tiene en el otro.

¿Estamos ante una situación irremontable?
¡No! Si creyera eso, ya estaría encerrado en la cuarentena final. Hay que llamar la atención sobre esto y hacer un esfuerzo para retomar esas cuestiones básicas. El dictado, por ejemplo, ahora es considerado una imposición, pero es fundamental para aprender a escribir. En un momento hay que sentarse a aprender algo.

¿Desde el Ministerio de Educación qué se hace, de un gobierno a otro?
Se hacen cosas y aportes, pero este es un problema social, de la base. Eso es lo que hay que cambiar. Las autoridades tienen que mostrar los problemas y no ocultarlos. A la escuela se le piden muchas cosas, pero la tarea fundamental es mostrarles a los chicos las posibilidades intelectuales que encierra la educación: ayudar a cada uno a ver sus propias dimensiones como ser humano.

¿Ahí radica la importancia de la educación?
Claro. Amoblarse por dentro, para enriquecerse como persona. Habrá que volver a poner de moda ideas así.

Durante el menemismo el objetivo era preparar a los chicos para el mundo del trabajo.
Y eso tampoco se consigue. Es una misión importante, claro, hay que saber lo fundamental para entrar en ese mundo. En todo el mundo, los mejores resultados los tienen los chicos que pertenecen a las familias del 25% de mayor nivel socioeconómico, los hijos de profesionales y los que van a escuelas con mayores recursos humanos y económicos. El nivel socioeconómico es el mejor predictor del éxito educativo. En la Argentina pasa lo mismo, pero el promedio de los argentinos mejor educados es inferior al promedio de los peores educados en treinta países. Vale decir que hay treinta países donde los estudiantes del nivel socioeconómico más bajo, y que van a escuelas de escasos recursos, están mejor formados que los mejores estudiantes argentinos.

¿Qué responsabilidad tienen los institutos de formación docente?
Fundamental. Es el tema central: no hay buena educación sin buenos docentes. Son claves. La Argentina tiene más de mil quinientos. ¿Cómo se puede controlar la calidad de semejante número? Los países desarrollados tienen cincuenta, setenta, noventa. Ahí hay un problema grave, que hay que revisar. No entendí nunca el proyecto de la UniCABA, donde convivían institutos terciarios y universidades. La docencia es una actividad social muy sensible y no puede ser una salida laboral más. El salario es un índice de la valoración social de la educación, de lo poco que se valora, pero no debe ser el único. La calidad de la formación es otro. Todos los países que mejoraron su educación lo hicieron mejorando la calidad de la formación en los institutos de formación docente.

¿Antes la escuela era una institución más democrática que en la actualidad?
Sí, debajo del guardapolvo blanco estaban el hijo del carnicero, el del obrero, el del médico, el del empresario. Se tendía no te digo a una igualdad, sino a cierta equivalencia de posibilidades. La escuela hoy eso no lo está haciendo. Eso sirvió para la cohesión social y se ha perdido. Los chicos se educan en guetos: los ricos con los ricos y los pobres con los pobres, y ahí se va reproduciendo esa estructura. Recién en la universidad, y en ciertos casos, se da la mezcla por primera vez. Son educaciones de países separados. Y hay desigualdades asombrosas entre las provincias. Después de la reforma de los años noventa, cada gobernador hizo lo que quiso y eso se ve. Es muy grave. Hay diferencias no solo dentro de las jurisdicciones, sino también entre ellas. Hay que volver a recrear una épica educativa, volver a Sarmiento.

¿Usted conoció a los tres premios Nobel de ciencias del país?
A los tres. Se sabe muy poco de las vidas de estas personas tan importantes para el desarrollo de la ciencia. Estos años no han sido favorables para las ciencias, y eso se siente. Esperemos que repunte. Ya lo decía Sarmiento, el éxito económico solo no hace a un país, en todo caso eso es una factoría; un país es éxito económico puesto al servicio de la cultura, la educación y la ciencia. Un país que no domina la ciencia está condenado al fracaso. Nuestros antecedentes son muy importantes: el primero educado y formado en instituciones públicas [Bernardo Houssay]; el segundo, Luis Federico Leloir, ya trabajando en una institución privada, y el tercero, César Milstein, trabajando en el exterior. Eso marca el derrotero de nuestra ciencia. Ojalá el próximo Premio Nobel de ciencia que tengamos trabaje en la Argentina. Si tenemos ciencia de calidad, es gracias a la labor de esta gente, sobre todo gracias a Houssay, que fue el constructor del sistema científico argentino.
Por: Daniel Gigena

miércoles, 8 de abril de 2020

PORQUÉ ALEMANIA ES UNA EXCEPCIÓN? PORQUÉ ES BAJA LA TASA DE LETALIDAD POR CORONAVIRUS EN ESTE PAÍS


Por Katrin Bennhold. 7 de abril de 2020

Les llaman taxis corona: personal médico vestido con equipo de protección conduce por las calles vacías de Heidelberg, Alemania, para atender a los pacientes en su casa durante cinco o seis días después de haber contraído la COVID-19. Toman una muestra de sangre y buscan señales que indiquen que el paciente puede ponerse muy enfermo. Es posible que le sugieran hospitalizarse a algunos pacientes aunque solo presenten síntomas leves, pues las probabilidades de sobrevivir aumentan mucho si los pacientes están hospitalizados cuando inicia el deterioro.

“Existe un punto crítico al final de la primera semana”, señaló Hans-Georg Kräusslich, director de virología en el Hospital Universitario de Heidelberg, uno de los hospitales de investigación más importantes de Alemania. “Si se trata de una persona cuyos pulmones pueden fallar, es entonces cuando comenzará a empeorar”. Los taxis corona de Heidelberg son solo una iniciativa en una ciudad, pero ilustran el nivel de compromiso y de distribución de los recursos públicos para el combate de la epidemia, lo que ayuda a resolver uno de los misterios más inexplicables de la pandemia: ¿por qué la tasa de letalidad es tan baja en Alemania?

El virus y la enfermedad que este provoca, la COVID-19, ha atacado a Alemania con fuerza: de acuerdo con la Universidad Johns Hopkins, este país tenía más de 92.000 casos confirmados hasta el mediodía del sábado, más que cualquier otro país, excepto Estados Unidos, Italia y España. Pero con 1295 muertes, el índice de letalidad de Alemania se situó en 1,4 por ciento en comparación con el 12 por ciento en Italia; alrededor del 10 por ciento en España, Francia y el Reino Unido; 4 por ciento en China, y 2,5 por ciento en Estados Unidos. Incluso Corea del Sur, el país modelo en cuanto a aplanar la curva, tiene una tasa de letalidad más alta: 1,7 por ciento.

“Se ha hablado de una anomalía en Alemania”, señaló Hendrik Streeck, director del Instituto de Virología del Hospital Universitario de Bonn. Streeck ha estado recibiendo llamadas de sus colegas de Estados Unidos y de otros países del mundo. “Me preguntan qué estamos haciendo distinto y por qué nuestra tasa de letalidad es tan baja”, comentó. Los expertos sostienen que hay varias respuestas a estas preguntas: una combinación de tergiversaciones estadísticas y diferencias muy reales en la forma en que el país ha manejado la pandemia.

La edad promedio de las personas contagiadas en Alemania es menor que en muchos otros países. Según Kräusslich, muchos de los primeros pacientes contrajeron el virus en los centros para esquiar de Austria e Italia, así que eran relativamente jóvenes y sanos. “Empezó como una epidemia de los esquiadores”, afirmó. Conforme se ha propagado el virus, este ha llegado a personas de mayor edad, y la tasa de letalidad —de solo 0,2 por ciento hace dos semanas— también se ha elevado. Pero la edad promedio de los contagiados sigue siendo relativamente baja: 49 años. En Francia es de 62,5 años y en Italia, de 62 años, de acuerdo con sus informes nacionales más recientes.

Otra explicación de la baja tasa de letalidad es que Alemania ha estado administrándoles pruebas a muchas más personas que la mayoría de los demás países. Eso implica que detecta a más personas asintomáticas o que presentan pocos síntomas, con lo cual aumenta el número de casos conocidos, pero no el número de muertes. “Eso reduce en forma automática la tasa de letalidad en las estadísticas”, comentó Kräusslich.

Pero, según los epidemiólogos y los virólogos, también existen factores médicos importantes que han mantenido relativamente bajas las cifras de muertos en Alemania, en especial las pruebas y los tratamientos oportunos y generalizados, la gran cantidad de camas de cuidados intensivos y un gobierno confiable cuyas medidas de distanciamiento social son acatadas por casi todos. A mediados de enero, mucho antes de que la mayoría de los alemanes realmente prestara atención al virus, el Hospital Charité de Berlín ya había desarrollado una prueba y había compartido la fórmula en internet.

Para cuando Alemania registró su primer caso de COVID-19 en febrero, los laboratorios de todo el país ya tenían un suministro de paquetes de pruebas. “El motivo por el que en Alemania tenemos tan pocas muertes en este momento en relación con la cantidad de personas contagiadas se puede explicar en gran medida por el hecho de que estamos realizando una gran cantidad de pruebas de laboratorio”, dijo Christian Drosten, virólogo principal en el Hospital Charité, cuyo equipo desarrolló la primera prueba.

Por ahora, Alemania está aplicando cerca de 350.000 pruebas de coronavirus a la semana, muchas más que cualquier otro país europeo. Las pruebas tempranas y generalizadas han permitido que las autoridades reduzcan la propagación de la pandemia al aislar a las personas diagnosticadas mientras pueden contagiar a los demás. Esto también ha posibilitado que se administren los tratamientos para salvar la vida de los pacientes de una manera más oportuna.

“Cuando hay un diagnóstico oportuno y puedo darles tratamiento a los pacientes en una etapa temprana —por ejemplo, ponerlos en un respirador antes de que se deterioren—, las posibilidades de supervivencia son mucho más altas”, afirmó Kräusslich.

El seguimiento
Un viernes de finales de febrero, Streeck recibió la noticia de que por primera vez un paciente de su hospital en Bonn había dado positivo por coronavirus: un hombre de 22 años que no tenía síntomas, pero cuyo empleador —una escuela— le había pedido que se hiciera la prueba luego de saber que había participado en un carnaval en el que había estado una persona que había dado positivo. En la mayoría de los países, incluyendo Estados Unidos, las pruebas se limitan en gran medida a los pacientes más enfermos, así que probablemente a ese hombre se la habrían negado.

Eso no sucede en Alemania. Tan pronto como llegaron los resultados, se cerró la escuela y se les ordenó a todos los niños y al personal que permanecieran en casa con su familia durante dos semanas. Se realizaron pruebas a unas 235 personas. “Las pruebas y el seguimiento es la estrategia que tuvo éxito en Corea del Sur y hemos intentado aprender de eso”, señaló Streeck.

Un sistema de salud pública sólido
Antes de que la pandemia del coronavirus arrasara en Alemania, el Hospital Universitario de Giessen tenía 173 camas para cuidados intensivos equipadas con respiradores. En las últimas semanas, el hospital se ha esforzado para añadir otras 40 camas y aumentó un 50 por ciento el personal que estaba en espera para trabajar en cuidados intensivos. “Ahora tenemos tanta capacidad que estamos recibiendo pacientes de Italia, España y Francia”, comentó Susanne Herold, especialista en infecciones pulmonares en ese hospital que ha supervisado la reconversión del pabellón de cuidados intensivos. “Tenemos un área de cuidados intensivos muy reforzada”.

En toda Alemania, los hospitales han ampliado su capacidad en cuidados intensivos. Además, comenzaron desde un nivel alto. En enero, Alemania tenía aproximadamente 28.000 camas de cuidados intensivos equipadas con respiradores, o 34 por cada 100.000 personas. En comparación, en Italia esa cifra es de 12 y en los Países Bajos, de 7. En estos momentos, Alemania cuenta con 40.000 camas de cuidados intensivos.

La confianza en el gobierno
Además de las pruebas masivas y del nivel de preparación del sistema de salud, muchas personas también consideran que el liderazgo de la canciller Angela Merkel es una de las razones de que haya seguido baja la tasa de letalidad. Merkel ha mantenido una comunicación clara, serena y periódica durante toda la crisis, al tiempo que impuso medidas cada vez más estrictas de distanciamiento social en el país. Las restricciones, que han sido fundamentales para reducir la propagación de la pandemia, no tuvieron mucha oposición política y la mayor parte de la población las respeta.

El índice de aceptación de la canciller se ha disparado.
“Tal vez nuestra mayor fortaleza en Alemania”, comentó Kräusslich, “sean las decisiones sensatas que se toman en el nivel gubernamental más alto, junto con la confianza de la población en el gobierno”.

Christopher F. Schuetze colaboró desde Berlín para este reportaje. (c) The New York Times 2020

martes, 7 de abril de 2020

"ESTAMOS CONTANDO MAL LOS INFECTADOS Y LOS MUERTOS": EL ANÁLISIS CRÍTICO DE UN RECONOCIDO NEURÓLOGO ARGENTINO


"Podemos elegir entre ser Taiwan y limitar la extensión de la epidemia, o ser Italia y lamentar la muerte de muchas personas", dijo el doctor Conrado Estol luego de que se decretara la cuarentena total.

Al doctor Conrado Estol le preocupa la poca cantidad de casos confirmados en el país. El prestigioso médico neurólogo aseguró que en Argentina solo se ve la punta del iceberg de la pandemia. “Deberíamos tener unos 30 mil infectados”, estimó Conrado Estol es médico neurólogo (MN 65005), con formación en clínica médica en los Estados Unidos. Hizo la residencia en el hospital Moint Sinai de Nueva York en 1983: en pleno brote de epidemia del HIV, los insumos y la instrumentación sobraban. Le sorprendió eso: la disponibilidad de recursos. Su incredulidad desnudaba su experiencia en Argentina, donde la infraestructura sanitaria se ve amenazada por el alcance del Covid-19 a zonas populosas. En era de coronavirus, procedió a una nueva comparación. “Hoy, ahí, tienen que elegir entre dos pacientes para darles un respirador. Nosotros estamos muy limitados”, contrastó.

El doctor Estol es una referencia. El coronavirus lo estimuló. Se instruyó en marcos de referencia y en políticas preventivas. Aglomera datos, regiones, tendencias, curvas, indicadores de positividad y fatalidad. En rigor a sus interpretaciones estadísticas, hay algo que le inquieta: paradójicamente, la poca cantidad de infectados. “La semana pasada cumplimos un mes de la infección. Llegamos con 966 infectados. Se había cumplido la expectativa. Fue un número que me tranquilizó. Ahora, una semana después, estoy preocupado”, aseveró.

A Estol le preocupa que en Argentina, hasta el lunes 6 de abril, haya (tan solo) 1.554 contagiados. “Me llama la atención que en una semana no se hayan duplicado los casos. Es raro. Por más que hayamos declarado la cuarentena en el momento correcto, por más que hayamos sido unos adelantados en el aislamiento preventivo, que no se haya duplicado el número de infectados es extraño. Me parecía que veníamos con números razonables, pero cuando leo que en el día 37 de la enfermedad tenemos apenas 1.500 infectados, noto algo raro en el conteo”.

"¿Por qué Argentina se va a comportar tan distinto a otros lugares del mundo? La ciudad de Boston acaba de declarar toque de queda: no sale nadie. Son 70.000 personas, tienen 1.900 infectados y 15 muertos", advirtió Estol. Los infectados en la ciudad estadounidense son más que todo el país
No fogonea teorías conspirativas, un fraude en los registros, divulgación mezquina o datos ocultos. Insiste en que su percepción se sostiene en la buena fe. Porque, explica, no se trata de una opinión: es una lectura numérica. La rareza de la curva la atribuye a la falta de hisopados: un testeo insuficiente. 

“Nuestro testeo es uno de los más bajos del mundo. Testeamos a 0,2 por cada mil personas. En Italia, testean once cada mil, en Dinamarca ocho cada mil, en Chile tres cada mil”. En el ejemplo de Chile se detuvo: “Han hecho ya 50.000 testeos. Nosotros apenas ocho mil”. “Si ellos pudieron, nosotros también deberíamos poder”, interpretó. Según cifras del Ministerio de Salud del país trasandino con una población de 18 millones de habitantes, hasta el domingo 5 de abril eran 4.471 los casos confirmados y 34 los fallecidos. En la Argentina, hasta el 6 de abril el número de infectados asciende a 1.554 y los muertos a 48.

Por qué testeamos menos es la pregunta que no pudo contestar. “Solo uno controla lo que mide”, definió, y comparó: “Si a la gente no le tomo la presión, no la voy a poder tratar nunca por presión alta. Si no testeo, no sé quién está afectado. Estamos contando mal”. Estol entiende que el mapa del coronavirus en Argentina no es el correcto. Según sus cálculos, los números publicados en los reportes del Ministerio de Salud no son razonables: los contagiados en el país –dice– deberían ser 30 mil. “Debemos estar en un subconteo de gente que murió por coronavirus y en un subconteo severo de la gente que está infectada. Si extrapolamos números de otros países con un rasgo intermedio entre Dinamarca e Italia, un país que lleva buenas estadísticas del control de la pandemia con otro que hizo todo mal, si nos ponemos en el medio, deberíamos tener al menos unos 30 mil infectados”.

“Hay que saber primero qué grado de epidemia tenés para saber cómo combatirlo. Hay que medir más para saber la magnitud del coronavirus, la magnitud de los infectados y los muertos”, analizó. En su lectura, Argentina está contando mal los casos confirmados y los fallecidos. Realiza un subdiagnóstico a altas escalas: no vislumbra previsiones en pruebas a los pacientes asintomáticos ni recursos o decisión política para analizar las causas de muerte de las personas en terapia intensiva. “No estamos midiendo bien. Estamos viendo solo la punta del iceberg. En Alemania tienen una mejor idea del tamaño del problema. Nosotros lo vemos poquito. Si no lo vemos todo, no vamos a poder relajarnos”, expresó.

“Yo veo que casi todas las provincias argentinas están afectadas –visualizó–. En el mundo, cuando llegó a todos los estados, los distritos o las jurisdicciones de los países, el virus no limitó su contagio, no es que mágicamente dejó de avanzar. Si en Argentina avanza así de lento, seríamos un caso único en el mundo”. Su inquietud reside, justamente, en una curva de contagio moderada a razón de un bajo control poblacional de la enfermedad.

Estol comprende que el testeo masivo es una utopía. Postula, sin embargo, una selección de personas que ameritan una comprobación. “Todos los pacientes que entren con síntomas a un sanatorio tienen que ser testeados y sus contactos estrechos también”, advirtió. “Cuando se vaya levantando la cuarentena de a poco, habría que ir testeando si los que regresan al trabajo tienen anticuerpos de la infección. Si no le encuentro anticuerpos, significa que todavía puede contagiarse, entonces le retraso la vuelta a la actividad”, proyectó. El consabido fin del aislamiento social, preventivo y obligatorio lo describió como un dilema, potenciado por las urgencias económicas del país y por un panorama de infectados y fallecidos, a su juicio, fantasioso.

“Antes hay que saber qué impacto causó el coronavirus en nuestra población y para saberlo hay que testear más a los asintomáticos y a los que mueren por causas respiratorias. Y a su vez, respetar a rajatabla el aislamiento, mantener la distancia social de dos metros y que todo el mundo salga a la calle con máscaras para prevenir el contagio. Primero deberían volver los empleados de las industrias y por último, las personas mayores de 65 años”, sugirió. Acreditó que el 98% de la población de Hong Kong usa protección en sus rostros y en sus redes sociales publicó un instructivo para crear una máscara casera. En su análisis, las personas asintomáticas (aquellas que se creen sanas y portan el virus sin manifestar síntomas) son los principales transmisores del virus. Por eso, alienta su uso masivo.

Desde su mirada crítica, Estol no cuestiona la honestidad del Gobierno: “Me consta que hacen esfuerzos por testear más y que entienden perfecto el valor de los testeos. No termino de entender bien cuál es el problema de logística en que no se amplifique”. Ante la estimación de una escalada inevitable de casos confirmados, desde la cartera de Salud ordenaron la descentralización del análisis diagnóstico que en las primeras semanas se concentraba en el Instituto Anlis Malbrán. El domingo, Carla Vizzotti, la secretaria de Acceso a la Salud, notificó de que en la Argentina se habían realizado 9.705 pruebas para saber si una persona se había infectado o no. “Estamos trabajando fuerte con las provincias para seguir ampliando la posibilidad de testeo. Hasta el momento hay 97 laboratorios que están reportando al sistema nacional de vigilancia en salud y hay cuarenta que tienen reportadas más de diez muestras”, explicó la funcionaria. Para el doctor Conrado Estol, es prioritario emprender una campaña de testeo masivo. Solo así se conseguirá una fotografía precisa de la dimensión del coronavirus en el país.

viernes, 3 de abril de 2020

LA BIOLOGÍA ESTÁ ACELERANDO LA DIGITALIZACIÓN DEL MUNDO


El coronavirus está multiplicando exponencialmente nuestra dependencia de los dispositivos y de las grandes empresas tecnológicas (de Google a Netflix). La revolución está siendo completada por una pandemia.
Por Jorge Carrión. 29 de marzo de 2020
Crédito: Glenn Harvey

BARCELONA — Somos un matrimonio con dos hijos pequeños y nuestra rutina durante el encierro podría resumirse así. Después de desayunar, consultamos el Google Drive del colegio para ver las actividades educativas que realizaremos durante el día. La sesión de gimnasia la hacemos mirando tutoriales de YouTube. Los dibujos animados los encontramos en Netflix o en Movistar+; las series y las películas, sobre todo en HBO y Filmin. Mi pareja y yo nos turnamos para impartir clases a través de Zoom. Con la familia y los amigos nos comunicamos —y nos cuidamos— gracias a WhatsApp.

La paradoja es evidente: la biología —y no la tecnología— está acelerando la digitalización del mundo. Un virus que afecta a los cuerpos y que se transmite cara a cara o por la superficie de los objetos está multiplicando exponencialmente nuestra dependencia de los dispositivos. Un fenómeno biológico nos está hundiendo en la virtualidad. Si al ritmo del año pasado la transición digital se hubiera completado —digamos— en treinta o cuarenta años, es muy probable que tras la pandemia ese plazo se reduzca drásticamente.

En La estructura de las revoluciones científicas, el filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn afirmó que las crisis son prerrequisitos de las revoluciones y distinguió entre el cambio acumulativo y el revolucionario. Nunca antes en la historia de la humanidad había ocurrido una pandemia de contagio tan vertiginoso. Es probable que la acumulación exponencial de conocimiento complejo durante estos meses en los campos de la biotecnología, la informática, la robótica, la estadística, la ingeniería de sistemas o de datos complete en un tiempo récord la revolución tecnológica que ya estábamos viviendo.

Cuando las emergencias sanitaria, funeraria y psicológica terminen, en plena crisis económica, deberemos evaluar cómo hemos modificado nuestra relación con el mundo físico y con el virtual. Y recordar que también un virus informático podría paralizar la realidad. Porque en un futuro más o menos próximo la inteligencia artificial sufrirá sus propias epidemias.

Aunque no sabemos ni qué pasará mañana, podemos proseguir con ese ejercicio de imaginación. Si la crisis no acaba paralizando también la industria y la investigación tecnológicas, la descomunal inyección de dinero y de macrodatos que le está proporcionando a empresas como Google, Amazon, Facebook o Netflix va a impulsar todavía más el desarrollo de la inteligencia algorítmica. Y es verosímil pensar que, cuando hagamos un balance colectivo de la gestión de una epidemia que la informática detectó antes que la Organización Mundial de la Salud, no será extraño que se decida dar más poder de decisión a las máquinas. Mientras tanto, se habrá incrementado exponencialmente nuestra dependencia de las interfaces.

Dos son los catalizadores de esa inesperada y vertiginosa aceleración de nuestra dimensión digital. La economía, por un lado, porque la cuarentena ha amenazado la subsistencia de innumerables empresas de entretenimiento, cultura, turismo o moda, al tiempo que ha supuesto la llegada de un enorme capital a las plataformas tecnológicas. El fin de semana pasado, en España, el consumo de contenidos en Movistar+ creció un 47 por ciento con respecto al anterior y cada uno de ambos días los usuarios superaron los 42 millones de horas en la plataforma. Durante la emergencia ha crecido en este país un 80 por ciento el tráfico en internet.

En relación directa y por el otro lado, la sociología está impulsando también la digitalización. Durante el encierro, los niños se están acostumbrando a recibir información y conocimiento a través de las computadoras; se está monitorizando a través del móvil la temperatura o la geolocalización de los afectados por el virus; los abuelos están descargando incluso las aplicaciones a las que eran reticentes; todo el mundo se ha familiarizado con Skype, Google Hangouts o FaceTime; y hasta millones de fanáticos del deporte —ante la suspensión mundial de los campeonatos— se han empezado a aficionar a las competiciones de deportes electrónicos.

Los beneficios económicos y las nuevas costumbres convergen en la memoria emocional de cada uno de nosotros. La facturación de las corporaciones tecnológicas no es solo monetaria, también es sentimental. Seremos cientos de millones quienes anclaremos para siempre nuestro recuerdo de la cuarentena en los vídeos, películas, series, canciones, mensajes de texto, fotos o videoconferencias que vivimos a través de media docena de gigantescas empresas de logística digital.

En estos momentos los modelos de gestión con éxito de la epidemia son, sobre todo, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwan. Comparten el uso de aplicaciones de seguimiento de los ciudadanos que han estado en zonas de contagio o que padecen la enfermedad. China ha comprobado durante las últimas semanas que su sistema de reconocimiento facial no es efectivo en situaciones de uso masivo de mascarillas, de modo que ya debe de estar perfeccionando herramientas de identificación a partir de los ojos y la frente. Mientras tanto el mundo se prepara para implementar nuevas estrategias de biocontrol. Cuando esta pesadilla termine, es muy plausible que no solo se haya alejado de la esfera de nuestros hábitos y afectos la relación con los libros en papel, con las clases presenciales, con el trabajo en la oficina o con los espectáculos en vivo y en directo, sino que también estemos mucho más cerca de que los gobiernos accedan a nuestras coordenadas y a nuestro ADN, o que deleguen parte de sus decisiones en inteligencias artificiales.

¿Quién está más capacitado para gestionar una pandemia, la OMS, la ONU y los gobiernos nacionales o un macrosistema algorítmico? Supongo que la respuesta es, de momento, ni uno ni el otro: un diálogo entre la política, los expertos y la supercomputadoras. Pero está claro que estamos acelerando hacia lo que los teóricos de la inteligencia artificial han llamado el éxtasis computacional: ese momento en que la inteligencia algorítmica trascenderá la humanidad. El empujón, inesperado, lo está dando el COVID-19, tal vez porque, aunque su naturaleza sea biológica, es metafóricamente el primer virus cyborg. Se propaga con la misma facilidad por los cuerpos que por las pantallas. Y está revolucionando las dos dimensiones que constituyen nuestra frágil realidad.

Jorge Carrión (@jorgecarrion21) es escritor y crítico cultural. Es autor de la trilogía de ficción Los muertos, Los huérfanos y Los turistas. Su libro más reciente es Contra Amazon.