domingo, 30 de mayo de 2021

UCRONÍAS Y VIAJES A MARTE: LA CARRERA ESPACIAL TIRA DEL CARRO DE LA INNOVACIÓN

30 de mayo de 2021. Sebastián Campanario. PARA LA NACION

¿Qué hubiera pasado si un determinado suceso del pasado no hubiera ocurrido, o si se hubiera desarrollado de otra manera? La “historia contrafactual” tiene una amplia tradición en la academia, con promotores como Niall Ferguson, y también da el pie para un género literario donde brilló Philip Dick con su novela El hombre en el castillo. En este libro de 1962 –y en la serie homónima de Amazon de 2015– se especula con el devenir histórico alternativo si Alemania y Japón ganaban la Segunda Guerra y se repartían a los Estados Unidos en dos partes.

Otra obra ucrónica más reciente, Para toda la humanidad (2019, Apple TV) se plantea un contrafáctico interesante: qué hubiera pasado si la Unión Soviética llegaba primero con una misión tripulada a la luna. Probablemente toda la trayectoria geopolítica posterior (incluyendo la debacle de la URSS) se habría alterado, lo que muestra lo medular que resultan en la sociedad moderna los hitos espaciales. ¿Qué pasaría si China llegara antes que Estados Unidos con humanos a Marte? ¿Marcaría eso el final del siglo de dominio americano?

En un libro lanzado en 2019, a los 50 años de la llegada del hombre a la Luna, Un paso gigante, el periodista de la revista Fast Company Charles Fishman repasa el legado de “externalidades tecnológicas” que dejó el programa Apollo en los 60 y 70, con avances que se pensaron en primer término para llegar a la Luna pero luego tuvieron un impacto enorme en la tierra. Así como en el campo de la innovación se habla de “moon-shots” (tiros a la luna) para caracterizar a una meta grandiosa, su contraparte “earth-shots” sirve para evaluar cómo esas fronteras tecnológicas que se van corriendo impactan en la Tierra.

Fishman cuenta que a principios de los 60, cuando se inició el programa Apollo, que en su cenit ocupó a más de 400.000 personas (fue por lejos el trabajo colaborativo más ambicioso de la historia de la Humanidad), los Estados Unidos eran un país “tecnológicamente naif”. La carrera espacial fue el origen de invenciones como los filtros de agua, el GPS o componentes claves que hoy usan las cámaras de los celulares.

Pero hay una avenida de innovación vinculada a aquel proceso que realmente “lo cambió todo”. La NASA fue, durante más de una década, el único cliente de la naciente industria de los microchips. Este monopsonio permitió que pudiera crecer desde su fragilidad inicial un sector que luego tomó la velocidad de la famosa “Ley de Moore” y propició la revolución de las computadoras personales, internet, celulares, etcétera.

Con más de 50 despegues programados solamente en los Estados Unidos, 2021 apunta a ser, por la densidad de misiones y la cantidad de novedades, el año más importante para la carrera espacial desde 1969. El plato fuerte se dio en febrero con la llegada simultánea de tres misiones no tripuladas a Marte (de los Estados Unidos, de China y de Emiratos Árabes). Hay pasos claves en el Programa Artemis (que volverá a poner humanos en la Luna desde 2024), iniciativas para llegar más cerca del sol, desviar asteroides y poner en órbita telescopios infinitamente más poderosos que los actuales, entre otros hitos.

En paralelo, la agenda de la cultura pop acompaña con un récord de series y películas de esta temática: en octubre, Tom Cruise viajará al espacio para rodar la primera película de ficción filmada completamente fuera de la Tierra. Como ocurría con quienes pasaron su infancia en los 70 rodeados de posters de naves espaciales en sus habitaciones, lo nerd vuelve a ser cool (y esto no es nada trivial, por ejemplo, para la selección de carreras universitarias)

En este contexto, muchos científicos especulan acerca de cuáles serán las tecnologías que hoy se están empujando “al límite” y que tendrán un impacto en la Tierra del nivel de lo que fue la revolución digital.

“Un área donde veo corrimiento de frontera es en robótica e inteligencia artificial por las misiones no tripuladas a lugares cada vez más lejanos, donde tienen que tomarse decisiones autónomas cada vez más sofisticadas”, cuenta Alejandro Repetto, CTO de Inipop y experto en diseño de futuros. “Lo vemos con todas las iniciativas de Marte, con sensores, robótica y procesado que luego decanta directamente en autos, aviones o electrodomésticos en la Tierra”.

“El otro tema fuerte, que impulsa mucho Elon Musk, tiene que ver con que para poner personas en Marte hace falta producir agua y alimentos en ambientes muy extremos”, continúa Repetto. “Ese tipo de logros son los que luego permitirían plantar soja en el Sahara”, agrega.

Prácticamente todas las tecnologías exponenciales actuales tienen proyectos vinculados a la exploración espacial que empujan sus fronteras. Los contratos inteligentes anclados en blockchain resultan ideales para proyectos logísticos ultrasofisticados, como el minado de asteroides; o la construcción de bases espaciales (además de que los satélites se usan como nodos de esta arquitectura de software). De hecho, la empresa Planetary Resources (de minería de asteroides) fue comprada por ConsenSys (una compañía de blockchain).

El ida y vuelta con la biotecnología también arde. En línea con lo que contaba Repetto, la NASA tiene toda una tradición en transferencias que se aplican tanto a mejora del agua como a mitigación del cambio climático y desafíos alimentarios. La científica Clara Rubinstein cita por ejemplo el caso de la “astropatología”, una subdisciplina emergente que usa algoritmos que se utilizan para identificar cuerpos celestiales en el espacio para hacer lo propio con células patógenas en pacientes con cáncer.

Para el físico ruso Andrei Vazhnov, “hoy en día se volvió más difícil de distinguir aplicaciones terrestres de las espaciales. Por ejemplo, mucho de dinamismo reciente en la industria espacial fue gracias al mercado de lanzar miles de satélites de bajo costo. Estos, si bien es una tecnología espacial, tienen aplicaciones directamente terrestres para provisión de internet o agricultura de precisión”.

Sin embargo, agrega Vazhnov a La Nacion, “creo que en el futuro puede haber casos que en sí tienen un potencial impresionante. Por ejemplo, el SpaceShipTwo de Virgin Galactic esta originalmente pensado como vehículo para turismo espacial pero una vez que los costos bajan puede ofrecer vuelos de ciudad a ciudad con velocidades orbitales.”.

Otras tecnologías “de ciencia ficción” que se planean para la década que viene contemplan, por ejemplo, motores para viajar varias veces más rápido que con los actuales y aspirar, en un futuro, a llegar a algún exoplaneta.

Si queremos conocer algún día una civilización alienígena, tal vez estos viajes largos serán indispensables; porque como dice el chiste de astrónomos “la mejor prueba de que allá afuera hay vida inteligente es que nunca visitaron la Tierra”.

sábado, 29 de mayo de 2021

BYUNG-CHUL HAN. UN FILÓSOFO DE LA ACTUALIDAD PIENSA EL DOLOR Y LA MUERTE

En sus nuevos libros, el autor coreano-alemán advierte sobre los peligros de anestesiar el sufrimiento, como proponen las sociedades contemporáneas, y medita sobre la manera más sabia de asumir la finitud

29 de mayo de 2021. Gustavo Santiago. PARA LA NACION

El coreano-alemán Byung-Chul Han (Seúl, 1959) es, indudablemente, uno de los principales protagonistas de la actualidad filosófica. El caudal de su producción es tal que aun el lector más atento nunca puede asegurarse de estar al tanto de su último trabajo. Pero, a su vez, Han hace de la actualidad su principal objeto de estudio. Esa dedicación fue lo que lo llevó a ser centro de debates a pocos meses de haberse desatado el Covid-19. Su breve artículo “La emergencia viral y el mundo del mañana” despertó airadas réplicas por ser tomado –erróneamente– como una propuesta de incrementar la vigilancia y el control en Occidente, a semejanza de lo que estaban haciendo algunos países asiáticos que exhibían resultados más eficaces en la gestión de la pandemia. Acallados los ecos de esa disputa, se puede recurrir a dos de sus más recientes publicaciones para intentar pensar en algunos temas que, si bien tienen un largo trayecto en el campo de la filosofía, hoy nos interpelan de un modo particular: el dolor y la muerte.

Una de las aficiones de Han es postular nombres para la sociedad contemporánea. Nos la ha presentado ya como “la sociedad del cansancio”, “la sociedad del rendimiento”, “la sociedad de la transparencia”. Cada nombre destaca un aspecto particular. En La sociedad paliativa propone otro. Su tesis principal es que vivimos en una sociedad que tiene fobia al dolor, que lo evita, lo enmascara, lo anestesia. Y esto genera, según el autor, importantes consecuencias en aspectos de lo humano tan diversos como la política, el arte o el amor. Una política paliativa nunca se atreverá a afrontar cuestiones de fondo, conflictivas, que demanden esfuerzo o generen mal humor en la sociedad. Al contrario, opta por acciones de corto alcance que actúan a modo de “analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos”. En cuanto al arte, lo que se impone es el criterio del “me gusta”. El arte, si quiere resultar rentable, debe adaptarse a un circuito comercial que no busca que las obras interpelen, incomoden, conmuevan. Para ser consumido, el arte debe abjurar del aura. En lo que al amor respecta, se buscan “sensaciones positivas”. Como en otros aspectos de la vida humana, de lo que se trata es de “consumir, disfrutar y vivenciar”, huyendo de cualquier tipo de relación enfática con el otro.

En diversos pasajes del texto, el filósofo se refiere a la pandemia actual. La absolutización de la supervivencia ha llevado a abandonar otros componentes de la vida, como el disfrute, la solidaridad y, en definitiva, el sentido: “Nuestra propia vida, reducida a un proceso biológico, se ha quedado vacía de sentido”. Por otra parte, el estado de excepción instaurado mundialmente a partir de la pandemia hace pensar en un crecimiento alarmante del control biopolítico, que incluya dispositivos de vigilancia digital tanto como mecanismos de control sobre el desplazamiento de los cuerpos. La sociedad paliativa es un libro breve, de lectura ágil, que puede emparentarse con otros textos en los que Han brinda una caracterización de nuestro tiempo.

En Caras de la muerte, otro nuevo título, nos encontramos con un libro más arduo, con capítulos extensos, argumentación más rigurosa y una importante presencia de otros autores. No se trata de un texto de coyuntura (si bien ha sido recientemente publicado en español, apareció en alemán en 2015). Su actualidad se debe, en realidad, a que el tema abordado nunca deja de estar vigente. Como el autor anuncia en el prólogo, su intención ha sido seguir algunas consideraciones realizadas por otros filósofos para intentar aproximarse, como si de asíntotas matemáticas se tratara, al entorno de la muerte. A lo largo del texto, Han irá bocetando diversas “caras” –aspectos, perspectivas, matices– de ella.

Una de las primeras preguntas es: ¿qué se hace ante la muerte? La muerte –de otro, pero también la anticipación de la propia– se presenta como una herida que provoca dolor. La filosofía de Hegel invita a superar la herida, a saltarla, a suturarla mediante la dialéctica. Theodor Adorno habla de una conmoción que lleva a detenerse, a vacilar, que sensibiliza el pensar. En el Heidegger de Ser y tiempo, la muerte es siempre la muerte propia. La de otro cobra relevancia únicamente en referencia a la mía. Para Emmanuel Lévinas, en cambio, la muerte del otro ocupa un lugar clave en la conformación de una ética: “Temer por el otro y su muerte es amar al otro”, pero la muerte propia debe resultar indiferente.

En la discusión con estas y otras posturas, Han va delineando su propia filosofía de la muerte que, por paradójico que pueda parecer, no es otra cosa que una filosofía de vida. Porque posicionarse ante la muerte no es simplemente prepararse para afrontar el punto final de la existencia, sino asumir la finitud que nos hace humanos cada día de nuestra vida: “Una finitud que no habría que entender como límite aniquilador, sino como espacio habitable”. La serenidad ante la muerte propia anunciada se traduce en hospitalidad para aquellos con los que compartimos nuestra vida, nuestra muerte: “Lo humano consistiría en poder compartir la muerte”. Para ello, es necesario dejar de concebirnos como individuos que buscan afirmarse, dominar a los otros, a la naturaleza, a las cosas; incluso, a las palabras. Se trata de abrirse al azar, en lugar de aferrarse y aferrar. Vivir como un “nadie” que no se angustia por su muerte, ni la de los demás, sino que asume su finitud con alegría, que “tendrá que aprender a vivir bajo el signo y a la luz del ‘ya estoy muerto’”.

En La sociedad paliativa, Han advierte acerca del peligro de anestesiar el dolor. En Caras de la muerte nos sugiere caminos para asumirlo –particularmente, el dolor mayor, el de la muerte– pero sin dejarnos doblegar por él. Y esto es algo que en una situación como la actual resulta invaluable.

jueves, 13 de mayo de 2021

INTELIGENCIA ARTIFICIAL PARA EL BIEN SOCIAL: CUANDO EL AVANCE TECNOLÓGICO AYUDA DE VERDAD

Para los próximos años se espera un boom de desarrollos tecnológicos que utilicen la inteligencia artificial (IA) para resolver problemas sociales y ambientales. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, la IA podría aportar hasta un 14 % de riqueza adicional a las economías emergentes de América Latina

Por Axel Marazzi. 13 de Mayo de 2021

Reducir hasta un 40 % el consumo de agua en la agricultura, detener el avance del virus del Zika en África o predecir inundaciones en la India: la utilización de la IA para resolver los problemas del mundo es un área incipiente, pero llena de oportunidades. Mientras la aplicación de la IA en el mundo privado nos ofrece vehículos que se manejan solos, mejoras en los canales de compra digital y promesas de eficiencia y productividad, su vínculo con el mundo social —de la mano de organizaciones de la sociedad civil y Gobiernos— augura un boom en la solución de problemas ambientales y sociales.

El concepto hoy instalado de “IA para el bien social” (por “AI for Social Good”) ha sido adoptado hasta por los gigantes tecnológicos como Google o Microsoft, que lo aplican a iniciativas, conferencias, informes y talleres. Pero que las grandes tecnológicas hayan empezado ha utilizar este concepto no significa que sea nuevo.

Desde hace más de diez años existen movimientos “tecnooptimistas” como DataKind, Bayes Impact, Data Science for Social Good, AI4ALL o hack4impact, entre otros, que hablan sobre cómo utilizar la tecnología para abordar y resolver algunos de los desafíos más complejos que enfrenta la sociedad. ¿Por qué usar inteligencia artificial? Porque los algoritmos de machine learning pueden detectar, por ejemplo, cómo una solución en un lugar geográfico podría funcionar o no en otro lugar o qué modelos habría que modificar para que sí pudieran ser aplicada con éxito.

Los casos en los que la IA puede resolver estos problemas son extremadamente variables. Desde tecnologías que funcionan como aliadas de médicos para detectar enfermedades con menor margen de error, pasando por aquellas que ayudan a maestros a diseñar planes de estudio personalizados para sus alumnos, hasta las que determinan si hay que incrementar o reducir la frecuencia del transporte público teniendo en cuenta la hora y circulación de los pasajeros para que se viaje mejor y se gaste menos.

Reducir el uso del agua en la agricultura

Un ejemplo de cómo se utiliza la IA para mejorar el ambiente es Kilimo, un emprendimiento argentino nacido en Córdoba que logró hacer un uso más eficiente del agua en la agricultura. Si consideramos que esta actividad consume el 70 % del agua dulce disponible en el mundo, resolver el gasto innecesario tiene una importancia vital.

La plataforma Agtech de Kilimo lleva ahorrados más de 30 billones de litros de agua en 75.000 hectáreas monitoreadas en Latinoamérica, trabajando junto a productores de cultivos intensivos y extensivos de Argentina, Estados Unidos, Chile, Uruguay, Paraguay, México y Perú.

¿Cómo lo hace? Un algoritmo de aprendizaje automático analiza imágenes satelitales, bases de datos históricos y otras informaciones disponibles para estimar el consumo hídrico del cultivo a una semana y ofrecer entonces consejos sobre la cantidad necesaria de riego. La solución propone un balance hídrico mediante un sistema que se alimenta de datos satelitales, climáticos y la caracterización del campo en cuestión. Luego, aplica la metodología de big data para sugerir cuándo y con cuánta agua regar, según una estrategia de riego seleccionada por el agricultor.

El ámbito de la salud es uno de los que más oportunidades presenta para el uso de la IA. IBM, por ejemplo, trabaja en un proyecto que ayuda a frenar el avance del virus del Zika. La iniciativa, realizada en colaboración con el Instituto Cary de Estudios de Ecosistemas, con sede en New York, utiliza técnicas de aprendizaje automático para analizar datos sobre los virus y los primates que los portan para después comparar estos rasgos con 364 especies de primates en todo el mundo. Esto permite producir, finalmente, un mapa interactivo que muestra dónde corren mayor riesgo las personas de contraer la enfermedad.

Uno de los desarrollos que podría tener un inmenso impacto global es el que llevó a cabo AI for Social Good, de Google, para predecir inundaciones. Estas afectan a 250 millones de personas de todo el mundo y generan miles de millones de pérdidas en daños tanto para las personas, los Gobiernos y privados.

Un desarrollo tecnológico de Google puede predecir (y dar aviso) de futuras inundaciones analizando miles datos climáticos y geográficos. 

La empresa creó algoritmos que toman diferentes datos para presentar modelos de predicción para determinar mejor cuándo y dónde tendrá lugar una inundación. Pero no se queda ahí. También incorpora esa información en un sistema de alertas para avisarle a la ciudadanía. Este sistema desde su nacimiento activó decenas de miles de alertas que fueron vistas por más de 1.500 millones de personas. La primera fue en el año 2018 para la región de Patna, en India.

Lo bueno es que este tipo de tecnologías pueden extrapolarse. Por ese motivo, desde el buscador ya están desarrollando iniciativas similares para predecir terremotos e incendios forestales.

En el informe La inteligencia artificial al servicio del bien social en América Latina y el Caribe publicado por el BID se señala que: “La IA promete mejorar el diseño de los servicios digitales centrados en las necesidades de las personas y la eficiencia de procesos de importancia vital —como la prestación de servicios sociales y la transparencia en la toma de decisiones públicas— e incentivar la economía mediante aumentos en la productividad”. Y le pone número a la promesa: “Un ejemplo es el impacto que pueda tener en la economía de un país en vías de desarrollo; se estima que la IA podría aportar hasta un 14 % de riqueza adicional a las economías emergentes de América Latina”, explica el informe.

Un camino con inconvenientes

Sin embargo, el avance de la aplicación de IA para resolver los problemas sociales y ambientales es un camino que presenta sus inconvenientes. “La sociedad no tiene suficientes mecanismos adecuados para invertir en este tipo de desarrollos”, explica Saska Mojsilovic, jefa de inteligencia artificial en IBM Research. “Por lo general, invertimos en aplicaciones de inteligencia artificial generadoras de ingresos en lugar de hacerlo en estos problemas sociales, menos cómodos”, asegura.

Según Mojsilovic, todo lo que respecta a la inteligencia artificial aplicada a lo social está todavía en pañales y falta tiempo para que veamos su explosión. Lo bueno es que eso significa que hay cientos de potenciales aplicaciones que pueden ser resueltas entre equipos ayudados a través de la tecnología.

“Muchas organizaciones no gubernamentales y agencias gubernamentales no están todavía utilizando el poder que tiene la inteligencia artificial como sí lo está usando el sector privado. En los próximos diez años veremos un esfuerzo muy grande de aplicar estas tecnologías para el bien social”, comenta en Raconteur y agrega: “Espero que usar la tecnología para atacar problemas relacionados al hambre, las enfermedades y la pobreza nos hagan mejores humanos. Todo se reduce a qué diseñemos y dónde hagamos nuestras inversiones. La tecnología existirá, pero la decisión es nuestra.

Un informe del BID subraya la importancia de la IA para el futuro de América Latina y, al mismo tiempo, señala el largo camino por recorrer en términos de alcanzar un mayor desarrollo e incidencia.

¿Qué hace falta para que funcione? Lo responde el informe del BID: “El éxito del aprovechamiento de esta tecnología dependerá de numerosos factores: la existencia de una visión común con la que se puedan alinear todos los esfuerzos y actores de los ecosistemas de IA; la dotación de una infraestructura digital facilitada por los Gobiernos en alianza con el sector privado; la formación de talento local y la investigación sobre temas pertinentes; la adopción de IA por parte de la sociedad civil para avanzar en sus objetivos; la decisión de poner al ser humano en el centro de toda conversación y actividad relacionada con la IA; el impulso del ecosistema emprendedor y el respeto de marcos y lineamientos éticos para su desarrollo y uso”.

Dependiendo de cómo se utilice esta tecnología funcionará como nivelador o divisor. Permitirá generar mayor igualdad, inclusividad y ampliación de derechos o, por el contrario, nuevas desigualdades, exclusiones y sesgos. Hace tiempo estamos viendo —por suerte— cómo nacen emprendimientos que, justamente, buscan atacar estas problemáticas, pero para que florezcan hace falta intención e inversión estatal.

Mark Purdy, un asesor independiente en economía y tecnología de Inglaterra, publicó un artículo en Harvard Business Review, donde lo explica con extrema claridad: “La respuesta está en nuestras propias manos. Al tomar medidas ahora para abordar los prejuicios y los riesgos, las empresas y los Gobiernos pueden comenzar a hacer de la inteligencia artificial una verdadera fuerza para el progreso social y la prosperidad económica”, asegura.