Martín De Ambrosio. 15 de febrero de
2020
Es un tópico de la ciencia ficción:
los extraterrestres llegan a la Tierra en busca del más preciado de los
recursos que hay aquí y que, por cierto, es escaso en el universo. Como sucede
en ocasiones con ese género literario, el mensaje es moralista: cuiden el agua
(como el resto de sus recursos naturales) porque es una rareza universal, tanto
que hasta vale la pena tomarse la molestia interestelar de llegar al tercer
planeta del sistema solar desde quién sabe dónde.
Más allá de la bajada de línea
ecologista, razones no les faltan a estos autores. Las diferencias entre el
Marte árido y la Tierra vergel de hoy son básicamente dos: la atmósfera y el agua.
Aquí, por ahora, hay mucha agua. Pero la mayor parte de ella es salada y de
momento inutilizable (la desalinización es cara, aunque sus costos han bajado
mucho y sus detritos también perjudican al ambiente). Entonces, menos del 3% es
potable; como el 2% está atrapada en los glaciares, queda menos del 1%.
Sin embargo, ese porcentaje mínimo de
agua dulce que -como dicen los expertos- debería alcanzar incluso para un mundo
superpoblado y pronto con 9000 millones de seres humanos, es maltratado y a la
vez atacado por los desbalances que provoca el cambio climático y otros
problemas adyacentes.
Basta un mínimo repaso global para
confirmar la gravedad del asunto: reportes de complicaciones en el
funcionamiento del canal de Panamá por la baja del 20% en las lluvias de 2019 y
el aumento de la evaporación de las reservas de las que se nutre; el Nilo, el
río más largo del mundo, que abastece a unas 250 millones de personas, sufre
por la escasez de agua (y su desigual distribución), que puede empeorar por el
cambio climático hacia 2040 y complicar al 35% de quienes lo utilizan (según un
trabajo del Darmouth College de Estados Unidos); en Tailandia, la baja de los
ríos es tan grande tras la peor sequía en cuarenta años que el agua de las
canillas de Bangkok viene salada y hace peligrar el trabajo de once millones de
granjeros.
La lista no es exhaustiva. De hecho,
el sitio de consultoría ISciences ( www.isciences.com) muestra un mapa con las
anomalías respecto del agua (también los excesos), con datos de los últimos
tres meses y prospectivas de los siguientes nueve. Marca por ejemplo los
déficits para Brasil y Chile, el sudoeste de Estados Unidos, Quebec y Alberta
(Canadá), Veracruz (México), Finlandia y los países bálticos, balcánicos e
Italia, además de zonas de África, Medio Oriente y resto de Asia.
Sistemas bajo estrés
Más allá de las proyecciones sobre lo
que pasará hacia mitad y finales de siglo si la actividad humana continúa como
si nada, la emergencia climática y sus efectos sobre el aprovisionamiento de agua
es cosa del presente. La organización ecologista World Wildlife Fund (WWF), con
sede en Suiza, afirma que más de mil millones de personas carecen de acceso al
agua y 2700 millones tienen problemas para hallarla al menos durante un mes al
año (por una mezcla de problemas de aguas y saneamientos que llevan a diarreas
que matan a dos millones de personas por año: lo climático también es social).
"Muchos de los sistemas de agua
que hacen que los ecosistemas florezcan y alimenten a una creciente población humana
están bajo estrés. Ríos, lagos y acuíferos se secan o están demasiado
contaminados para ser usados. Más de la mitad de los humedales del mundo han
desaparecido. La agricultura consume más agua que cualquier otra causa y
desperdicia mucho por ineficiencias. El cambio climático altera los patrones
del clima y el agua en todo el mundo, lo que causa desabastecimiento y sequía
en algunas áreas e inundaciones en otras. A las actuales tasas de consumo, la
situación solo podrá empeorar. Hacia 2025, dos tercios de la población del
mundo puede sufrir falta de agua. Los ecosistemas sufrirán aún más", dice
la WWF.
El Banco Mundial tiene un informe
similar, de 2016, titulado "High and Dry" (
https://www.worldbank.org/en/topic/water/publication/high-and-dry-climate-change-water-and-the-economy).
"La industria y la agricultura necesitan agua, las ciudades y la energía también;
cuando el agua escasea, los negocios se acaban y los trabajos desaparecen. La
historia muestra que eso lleva a conflictos y a migraciones", se indica en
un video de presentación, que de todos modos deja espacio para la esperanza
"si se cambia la manera de actuar".
Escasez y exceso
"La escasez del agua (sequía),
como el exceso de agua (inundaciones), son los componentes de los desastres
hídricos; cuando es duradera, la crisis provoca pérdidas humanas y económicas
perjudiciales para el balance político y social de los países víctimas. La
escasez del agua es un freno para el desarrollo humano así como para el
mantenimiento de la biodiversidad", explicó a este diario Loïc Fauchon,
presidente del Consejo Mundial del Agua (WWC, por sus siglas en inglés).
Fauchon también calcula en mil millones los habitantes del planeta que no
tienen suficiente agua (menos de 100 litros por día de promedio para todo tipo
de usos) y más del doble los que sufren los efectos de la diversas poluciones
que afectan recursos y ríos.
El desafío -dice- es garantizar el
acceso al agua y también asegurar el saneamiento para todos, en todo lugar y en
cada momento, lo que significa producir más agua y al mismo tiempo consumir
menos. "Por un lado se trata de apoyarse en la tecnología y utilizar la
digitalización para desarrollar bombeos, transferencias, almacenamiento,
desalinización o reutilización de aguas usadas. Por otro lado, se trata de
saber reducir los desperdicios colectivos e individuales, y cambiar nuestros
comportamientos para disminuir los consumos en nuestras cocinas, nuestros
baños, nuestros jardines, así como en la agricultura y la industria". Por
último, Fauchon considera que el problema del agua, tanto por exceso (inundaciones)
como por carencia, puede generar tensiones. "Solo una hidrodiplomacia
activa y una actuación solidaria para elevar el agua al rango de prioridad
política y planetaria permitiría mirar hacia el porvenir con optimismo",
dice.
No es el único que mezcla crisis
ambiental con crisis social; de hecho, ya hay un sistema de alertas tempranas
que relaciona la falta de agua y problemas con las siembras con potenciales
levantamientos populares. "Es la primera herramienta de su tipo que
considera información ambiental, como precipitaciones y sequías, junto con
variables socioeconómicas, para predecir conflictos sociales por el agua",
informó recientemente el diario inglés The Guardian; la misma herramienta hoy
señala la posibilidad de conflictos de este tipo en Irán, Irak, Mali, Nigeria,
India y Pakistán durante este año.
En la Argentina
Sobre el final de 2019, un tema
ambiental se convirtió en uno de los principales de la agenda nacional: la
intención del flamante gobierno de Mendoza de modificar una ley de 2007, que
protegía las aguas, para fomentar la minería. La intensa movilización social en
defensa del agua hizo que la nueva norma (que permitía el uso, entre otras
sustancias, de cianuro, mercurio y ácido sulfúrico) durara apenas una semana.
"Existe una gran cultura del agua
en la provincia", explicó a la prensa uno de los protagonistas de estas
protestas. Pero no es solo eso: Mendoza vive desde hace diez años la peor
sequía de su historia y las expectativas no son buenas. "Las previsiones
del cambio climático para la zona central del país es más lluvias y humedad, y
para el lado de la cordillera, donde estamos, todavía menos agua que
ahora", dijo a la nacion Mariano Masiokas, investigador del Instituto
Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla/Conicet),
que emitió un comunicado en medio de la crisis por la derogación de la ley de
aguas en el que llamaba a ser muy cuidadosos con el recurso.
"Los mendocinos no estamos
exentos de los desafíos que impone la crisis ambiental planetaria -dice el
escrito-. Por la falta de nieve en la cordillera, Mendoza vive la sequía más
extendida de los últimos ciento diez años. Desde el invierno del año 2010,
nuestra provincia se encuentra en emergencia hídrica [?]. El espejo de agua del
Embalse Potrerillos atraviesa su momento más crítico desde que comenzó a operar
hace casi dos décadas. Entre el nivel del agua y el límite de cota máximo, cabe
un edificio de cinco pisos. Los glaciares provinciales han perdido, en
promedio, más de 8 metros de espesor de hielo (es decir, casi la altura de un
edificio de tres pisos) durante el período 2009-2017, lo que impacta seriamente
en las reservas hídricas estratégicas de nuestra cordillera".
Del otro lado de los Andes también el
tema agua es crucial. Chile vive una megasequía en la zona central del país.
Que se hayan privatizado los derechos del agua tampoco ayuda y fue uno de los
reclamos más fuertes de las manifestaciones populares que jaquearon al gobierno
de Sebastián Piñera (cuarta en orden de importancia entre 109 demandas y antes
que la reforma de la salud, como señala el geólogo Scott Reynhout en su blog
www.scottareynhout.com).
Pilar Moraga, subdirectora del Centro
de Derecho Ambiental e investigadora de la Universidad de Chile, contó que un
estudio atribuyó el 25% de esa sequía al cambio climático. "A la situación
de sequía, que es el contexto biofísico, se suma un sistema de gestión en manos
privadas, que reconoce derechos de aguas a privados -sostiene-. Hay escasez
hídrica definida por la falta de precipitaciones, pero también escasez que
resulta de una perspectiva social vinculada al sistema de gestión. Hay
población que está limitada en su acceso al agua potable porque se ha agotado
en los acuíferos cercanos. Y luego otros la venden al Estado, que la reparte a
las poblaciones que no la tienen a través de camiones aljibe. Es escandaloso
que haya un comercio del agua. Resulta un incentivo perverso para agricultores,
porque es más rentable venderla al Estado que producir".
No es simplemente que por efecto
físico del clima se calentará el agua y se evaporarán cursos de agua (como ya
ocurrió con ciertos lagos y ríos): también la biología juega su partido. Lo
señala David Wallace-Wells en el libro El planeta inhóspito. Allí ofrece un
ejemplo: "En el lago Tai, en China, el florecimiento de bacterias
adaptadas al agua más caliente puso en riesgo el agua potable de dos millones
de personas". Este es el tipo de retroalimentación, muchas veces
inesperada, que pone en juego como cascada la crisis climática: primero cambios
físicos, luego cambios biológicos.
Cambio de hábitos
La contaminación también es un factor
clave. Basta mirar lo que pasa -lo que sigue pasando- con el Riachuelo,
producto sobre todo de las industrias de cuero situadas en el Gran Buenos
Aires; o las consecuencias sobre los flujos de agua -acuíferos incluidos- de la
agroganadería extensiva en términos de desechos de pesticidas y fertilizantes.
El tema es que no será homogénea la falta de agua, como no lo son el cambio
climático y sus consecuencias, desigualmente repartidas.
Hacia mediados de la década pasada,
Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, tuvo una sequía extraordinaria de tres años.
Ante la alarma, el municipio generó un comité de crisis en vista de que
llegaría literalmente un día en que ya no saldría nada de las canillas. En
tiempo récord, la comunidad redujo a la mitad su consumo promedio de agua. Las
lluvias volvieron y de momento pasó lo peor, pero el comité quedó constituido
para el futuro. Más cercana, la brasileña San Pablo sufrió una sequía similar y
restringió el uso de agua en 2015.
Una iniciativa de este tipo parece
algo lejano para los habitantes de la inconcebible ciudad de Buenos Aires, que
gastan la cantidad de 550 litros por día por persona, cuando la ONU dice que
con 100 debería alcanzar. El Río de la Plata parece un proveedor eterno, pero eso
podría cambiar. Como sea, la crisis climática ambiental ha llegado a este
punto: no se puede dar por garantizada ni siquiera el agua de la canilla.
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