Por Eugenia Mitchelstein y Pablo
J. Boczkowski
6 de Junio de 2020
La pandemia de coronavirus y
las medidas de aislamiento que se tomaron en muchos países revelaron las
desigualdades que existen en las escuelas. En Argentina, uno de cada cinco
estudiantes de escuelas primarias no tiene acceso a internet en su casa, y casi
un cuarto no cuenta con una computadora. En México, solo el 40 por ciento de
los hogares tiene acceso a una PC. En los Estados Unidos, siete millones de
alumnos de nivel primario y secundario no cuentan con acceso a internet en sus
hogares.
Aunque la inequidad en el
acceso a las herramientas digitales no es un fenómeno nuevo, la suspensión de
clases presenciales en gran parte del mundo la hizo más evidente que nunca.
Para analizar este tema, hablamos con cuatro especialistas en educación y
tecnología de instituciones líderes de Estados Unidos y Europa.
Danah Boyd es investigadora
principal en Microsoft Research, y fundadora y presidenta de Data &
Society. Para ella, “la desigualdad es sistémica, no está enraizada en la
tecnología sino que se amplifica a través de ella... cuando las escuelas
entregan tecnología, a menudo asumen de forma ingenua que esto cerrará la
brecha. Si un estudiante no tiene internet en casa, el dispositivo es inútil.
Si el estudiante tiene miedo de ser asaltado en el camino de la escuela, la
tecnología puede presentar nuevos riesgos". Boyd agrega: “No podemos
esperar que las escuelas resuelvan problemas sistémicos con una sola
intervención. (...) La clave es pensar realmente en los diferentes estudiantes
y adaptar las intervenciones que pueden ayudar a aliviar las desigualdades
estructurales”.
La desigualdad estructural
también se hace evidente en cómo algunos docentes valoran distintas actividades
de los estudiantes. Sonia Livingstone, profesora de Comunicación y Medios en
London School of Economics and Political Science, reflexiona sobre la
investigación para su libro The Class: Living and Learning in the Digital Age
(La Clase: Vivir y Aprender en la Era Digital), escrito junto a Julian
Sefton-Green: “Esperábamos encontrar que la escuela dedicaba esfuerzos a
superar las desigualdades pero, en cambio, encontramos maestros que elogiaban a
los estudiantes que aprendían música clásica en el piano pero no a los que
aprendían un instrumento folclórico”.
Sonia Livingstone comenta que
“los niños de clase media tenían en sus casas la computadora y la conectividad
que necesitaban para profundizar intereses escolares e individuales, mientras
que los niños más pobres a menudo carecían de esos recursos”.
Jessica Taylor Piotrowski,
profesora de Comunicación en la Universidad de Ámsterdam, propone: “Si un
sistema escolar cuenta con la infraestructura para integrar smartphones a las
lecciones y actividades de clase, pueden ser una gran opción para un
aprendizaje más personalizado (...) Esta infraestructura incluye tener una red
segura, presupuesto para contenido, desarrollo profesional para maestros y
acceso inclusivo para todos los estudiantes”.
Pero Taylor Piotrowski
explica: “Sin estos recursos, es probable que se produzca más interrupción que
integración; en ese caso, parece que prohibir o limitar el uso es una opción
mucho más razonable. El uso limitado debería estar acompañado por
alfabetización digital (para maestros, padres y estudiantes) para ayudar a
garantizar un uso inteligente”.
Piotrowski, además, duda “si
se le puede pedir más a los docentes, que ya están sobrecargados con demasiados
estudiantes, recursos insuficientes en el aula y oportunidades insuficientes
para el desarrollo profesional”.
La desigualdad va más allá del
acceso a los dispositivos. Mizuko Ito, profesora en la Universidad de
California en Irvine, sostiene que un factor adicional es “la falta de aprecio
de los adultos por el aprendizaje que los jóvenes pueden obtener mientras se
dedican a sus intereses usando los recursos de las redes y los medios
digitales". "Esta percepción ha cambiado con la crisis de COVID-19,
que ha traído gran parte de la vida social y el aprendizaje en línea, pero los
adultos han estigmatizado la participación digital de los jóvenes”, explica.
Según Ito, “esto significa
que, incluso cuando los jóvenes aprenden lectura, matemática y resolución de
problemas en comunidades de gaming y fandom, por ejemplo, los adultos tienden a
ver estas actividades como una pérdida de tiempo" . "Esto es
particularmente cierto para los intereses de los jóvenes que no forman parte de
la cultura dominante y la cultura pop de las adolescentes, así que es
importante reconocer ese sesgo”, agrega.
Livingstone coincide: “En The
Class vimos una y otra vez cómo los jóvenes se perdían la oportunidad de
perseguir sus propios intereses y profundizar su aprendizaje (...)
especialmente en relación con sus actividades digitales, que los adultos
descartaban o menospreciaban sin tomarse la molestia de descubrir por qué los
jóvenes las encuentran interesantes o placenteras. Escuchar a los niños parece
difícil para los adultos, pero es crucial”.
¿Qué cambios se podrían
introducir en la educación digital? boyd cree “que los estudiantes necesitan comprender
las diversas lógicas que sustentan nuestro mundo sociotécnico: cómo las
presiones externas pervierten las herramientas que utilizamos; (...) por qué
los periodistas están obsesionados con los clics; cómo se diseña y vende la
publicidad digital (...); cómo se puede manipular la economía de la atención
(...)?”.
Por ello, agrega: “El árbol
nos tapa el bosque si nos enfocamos en enseñar a los estudiantes a programar.
Al invertir la perspectiva para comprender las lógicas que sostienen el
ecosistema digital, podemos ayudar a los estudiantes a comprender cómo está
estructurado el mundo”.
Por su parte, Livingstone se
pregunta: “¿No podrían las escuelas pensar en formas de abrir los recursos de
la escuela a la comunidad, creando oportunidades extracurriculares para que los
jóvenes persigan sus propios intereses (¿Fotografía? ¿Hacer gifs y memes?
¿Convertirse en un YouTuber?). ¡Quizás hasta puedan enseñar algo a sus padres y
maestros!”.
Ito explica que esto “no
significa que las escuelas tengan que transformar su plan de estudios
tradicional, pero incluso algo como patrocinar un club de anime o un equipo de
e-sports en la escuela, o incluso un maestro que tome o comparta un interés en
la cultura popular con los estudiantes puede marcar la diferencia”.
Esto es clave, según Ito,
porque “la escuela es mucho más que un sistema formal, y para los jóvenes, las
relaciones y la pertenencia son esenciales para que les vaya bien en la
escuela”.
La alfabetización digital
también incluye fomentar oportunidades para la desconexión. Taylor Piotrowski
que la escuela es un buen lugar para enseñar autorregulación. “Los medios son
un espacio maravilloso para aprender, participar, conectarse y entretenerse. Y
no deseo demonizarlos ni tratarlos como problemáticos. Pero como todo, el
equilibrio es importante”.
Esta investigadora agrega que
“expertos en medios y juventud hablan de una dieta mediática (similar a una
dieta nutricional), y aunque quizás sea un ejemplo anticuado, todavía funciona.
Si podemos modelar una relación saludable con los medios en nuestro mundo
siempre conectado, podemos recorrer un largo camino para ayudar a los chicos y
chicas a activar y desarrollar sus procesos de autorregulación”.
Boyd concuerda con que el uso
inteligente y saludable es crucial: “La misma tecnología puede ser una
herramienta o una distracción (...). Las herramientas deben introducirse en el
aula de una manera pedagógicamente sólida donde puedan ayudar a los estudiantes
a aprender mejor o alcanzar otras metas”.
Para Boyd, “las escuelas
deberían ayudar a capacitar a los estudiantes para que sean
independientes". “Esto significa ayudarlos a trabajar con la tecnología
como herramienta en lugar de simplemente presentarla como una distracción.
Después de todo, los estudiantes usarán sus teléfonos cuando salgan de la clase
y si queremos ayudar a producir personas que puedan aprender durante toda su
vida, deben desarrollar una relación saludable con sus dispositivos, herramientas
y juguetes”, agrega.
La educación digital tiene por
delante los desafíos de reducir la desigualdad en el acceso a los dispositivos,
fomentar la creatividad en los modos de uso, y ayudar al desarrollo de un
vínculo sano con los mismos. Esta enseñanza ayudaría no solo a los y las
estudiantes, sino también a docentes, padres, madres y la sociedad en su
conjunto. La vida, después de todo, es un aprendizaje continuo.
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