sábado, 29 de mayo de 2021

BYUNG-CHUL HAN. UN FILÓSOFO DE LA ACTUALIDAD PIENSA EL DOLOR Y LA MUERTE

En sus nuevos libros, el autor coreano-alemán advierte sobre los peligros de anestesiar el sufrimiento, como proponen las sociedades contemporáneas, y medita sobre la manera más sabia de asumir la finitud

29 de mayo de 2021. Gustavo Santiago. PARA LA NACION

El coreano-alemán Byung-Chul Han (Seúl, 1959) es, indudablemente, uno de los principales protagonistas de la actualidad filosófica. El caudal de su producción es tal que aun el lector más atento nunca puede asegurarse de estar al tanto de su último trabajo. Pero, a su vez, Han hace de la actualidad su principal objeto de estudio. Esa dedicación fue lo que lo llevó a ser centro de debates a pocos meses de haberse desatado el Covid-19. Su breve artículo “La emergencia viral y el mundo del mañana” despertó airadas réplicas por ser tomado –erróneamente– como una propuesta de incrementar la vigilancia y el control en Occidente, a semejanza de lo que estaban haciendo algunos países asiáticos que exhibían resultados más eficaces en la gestión de la pandemia. Acallados los ecos de esa disputa, se puede recurrir a dos de sus más recientes publicaciones para intentar pensar en algunos temas que, si bien tienen un largo trayecto en el campo de la filosofía, hoy nos interpelan de un modo particular: el dolor y la muerte.

Una de las aficiones de Han es postular nombres para la sociedad contemporánea. Nos la ha presentado ya como “la sociedad del cansancio”, “la sociedad del rendimiento”, “la sociedad de la transparencia”. Cada nombre destaca un aspecto particular. En La sociedad paliativa propone otro. Su tesis principal es que vivimos en una sociedad que tiene fobia al dolor, que lo evita, lo enmascara, lo anestesia. Y esto genera, según el autor, importantes consecuencias en aspectos de lo humano tan diversos como la política, el arte o el amor. Una política paliativa nunca se atreverá a afrontar cuestiones de fondo, conflictivas, que demanden esfuerzo o generen mal humor en la sociedad. Al contrario, opta por acciones de corto alcance que actúan a modo de “analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos”. En cuanto al arte, lo que se impone es el criterio del “me gusta”. El arte, si quiere resultar rentable, debe adaptarse a un circuito comercial que no busca que las obras interpelen, incomoden, conmuevan. Para ser consumido, el arte debe abjurar del aura. En lo que al amor respecta, se buscan “sensaciones positivas”. Como en otros aspectos de la vida humana, de lo que se trata es de “consumir, disfrutar y vivenciar”, huyendo de cualquier tipo de relación enfática con el otro.

En diversos pasajes del texto, el filósofo se refiere a la pandemia actual. La absolutización de la supervivencia ha llevado a abandonar otros componentes de la vida, como el disfrute, la solidaridad y, en definitiva, el sentido: “Nuestra propia vida, reducida a un proceso biológico, se ha quedado vacía de sentido”. Por otra parte, el estado de excepción instaurado mundialmente a partir de la pandemia hace pensar en un crecimiento alarmante del control biopolítico, que incluya dispositivos de vigilancia digital tanto como mecanismos de control sobre el desplazamiento de los cuerpos. La sociedad paliativa es un libro breve, de lectura ágil, que puede emparentarse con otros textos en los que Han brinda una caracterización de nuestro tiempo.

En Caras de la muerte, otro nuevo título, nos encontramos con un libro más arduo, con capítulos extensos, argumentación más rigurosa y una importante presencia de otros autores. No se trata de un texto de coyuntura (si bien ha sido recientemente publicado en español, apareció en alemán en 2015). Su actualidad se debe, en realidad, a que el tema abordado nunca deja de estar vigente. Como el autor anuncia en el prólogo, su intención ha sido seguir algunas consideraciones realizadas por otros filósofos para intentar aproximarse, como si de asíntotas matemáticas se tratara, al entorno de la muerte. A lo largo del texto, Han irá bocetando diversas “caras” –aspectos, perspectivas, matices– de ella.

Una de las primeras preguntas es: ¿qué se hace ante la muerte? La muerte –de otro, pero también la anticipación de la propia– se presenta como una herida que provoca dolor. La filosofía de Hegel invita a superar la herida, a saltarla, a suturarla mediante la dialéctica. Theodor Adorno habla de una conmoción que lleva a detenerse, a vacilar, que sensibiliza el pensar. En el Heidegger de Ser y tiempo, la muerte es siempre la muerte propia. La de otro cobra relevancia únicamente en referencia a la mía. Para Emmanuel Lévinas, en cambio, la muerte del otro ocupa un lugar clave en la conformación de una ética: “Temer por el otro y su muerte es amar al otro”, pero la muerte propia debe resultar indiferente.

En la discusión con estas y otras posturas, Han va delineando su propia filosofía de la muerte que, por paradójico que pueda parecer, no es otra cosa que una filosofía de vida. Porque posicionarse ante la muerte no es simplemente prepararse para afrontar el punto final de la existencia, sino asumir la finitud que nos hace humanos cada día de nuestra vida: “Una finitud que no habría que entender como límite aniquilador, sino como espacio habitable”. La serenidad ante la muerte propia anunciada se traduce en hospitalidad para aquellos con los que compartimos nuestra vida, nuestra muerte: “Lo humano consistiría en poder compartir la muerte”. Para ello, es necesario dejar de concebirnos como individuos que buscan afirmarse, dominar a los otros, a la naturaleza, a las cosas; incluso, a las palabras. Se trata de abrirse al azar, en lugar de aferrarse y aferrar. Vivir como un “nadie” que no se angustia por su muerte, ni la de los demás, sino que asume su finitud con alegría, que “tendrá que aprender a vivir bajo el signo y a la luz del ‘ya estoy muerto’”.

En La sociedad paliativa, Han advierte acerca del peligro de anestesiar el dolor. En Caras de la muerte nos sugiere caminos para asumirlo –particularmente, el dolor mayor, el de la muerte– pero sin dejarnos doblegar por él. Y esto es algo que en una situación como la actual resulta invaluable.

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