En La sinagoga de los iconoclastas, Juan
Rodolfo Wilcock imaginó un mecanismo capaz de componer por cuenta propia
sentencias "no siempre desprovistas de sentido". Más parecido a una
máquina de fábrica que a un poeta, "los rodillos del filósofo mecánico
universal", así lo llamó, arrojaron azarosamente frases que fueron
apropiadas por "un hormigueante futuro de deshonestos profesores de
semiótica y de brillantes poetas de vanguardia", según se lee en ese volumen
de hace casi medio siglo. En pleno 2016, Google llevó a la práctica la idea de
Wilcock al ordenarle a su sistema de inteligencia artificial (IA) que escriba
versos.
Expertos en IA y lingüistas trabajan desde 2011 en
Google Brain, una red neuronal que procura imitar el funcionamiento de la mente
humana. Para que ganara naturalidad inyectaron en la vena virtual miles de
novelas románticas y poemas, según contaron en un paper publicado
este año. Tras el aprendizaje le pidieron que escriba poemas; los resultados
son gramaticalmente coherentes y de estilo oscuro, si es que una máquina puede
bucear melancolías. "No hay
nadie más en el mundo/ No hay nadie más a la vista/ Sólo hubo algunos que
importan/ Sólo quedan algunos/ Él tenía que estar conmigo/ Ella tenía que estar
con él/ Tuve que hacerlo/ Quise matarlo/ Comencé a llorar/ Me volví hacia
él."
En vista de los progresos en estas investigaciones,
¿es plausible imaginar que en el futuro un robot sea el ganador del Premio
Nobel de Literatura, digamos, en el año 2030? ¿La industria editorial se
prepara para postular a las nuevas estrellas de las letras, que ya no serán
autores sensibles y de sangre caliente, sino inertes mecanismos cumpliendo la
orden de ser creativos?
Tampoco fue un mortal quien escribió "Quebraste mi alma/ el juego de la
eternidad/ el espíritu de mis labios". Estas líneas fueron emitidas
por unsoftware diseñado por el experto en IA y director de
ingeniería en Google, Raymond Kurzweil, que en este caso inoculó en el sistema
textos del poeta británico John Keats. Pero ni la obra de Wilcock, ni la
ingeniería de Kurzweil, ni los recientes avances de Google son los únicos que
se han lanzado a explorar las capacidades creativas de las máquinas.
Pablo Gervás, director de Instituto de Tecnología
del Conocimiento de la Universidad Complutense de Madrid, trabaja hace más de
15 años en WASP explorando qué partes de los procesos de composición poética
pueden ser modelados desde una computadora. Según Gervás, la clave para no
incurrir en comparaciones injustas reside en comprender qué se intenta alcanzar
en cada caso. "A nadie le preocupa el vacío humano que pueda tener una
calculadora que simplemente modela la capacidad humana de realizar operaciones
aritméticas", apunta.
Hay más creatividad mecánica, por caso, en la
siguiente sentencia: "La reina se mantuvo de pie, como un castillo
firme". La analogía que sigue a la coma tampoco es la estricta creación de
un escriba humano, sino de FIGURE8, un diseño de la programadora y matemática
Sarah Harmon. "Quería saber si un ordenador es capaz de escribir de un
modo que sea hermoso, sorprendente y también significativo", cuenta Harmon
y agrega que el sistema opera en forma similar a como lo hacemos los seres
humanos. "FIGURE8 busca en su memoria para generar analogías y también
puede buscar en la Web para aprender sobre conocimientos culturales pertinentes
y cómo otros escriben."
La cooperación hombre-máquina también es defendida
por Roberto Cruz, gerente general de Cognitiva para Argentina, Paraguay y
Uruguay, quien trabaja en investigación y desarrollo de Watson, el sistema de
inteligencia artificial de IBM. "La idea con la que salió a la luz en 2011
es la de un nuevo y poderoso espacio de colaboración entre las personas y los
sistemas", comenta antes de abordar las cruzadas de Watson en el terreno
creativo. Por caso, este sistema de IA colaboró recientemente en la realización
del tráiler de la película Morgan, que se estrenó hace algunas
semanas. "La creatividad y la emoción no son características que tenga la
tecnología, por lo tanto estaríamos confundiendo su lugar si pensamos que nos
pueden reemplazar en el tipo de inteligencia y sensibilidad necesarias para la
creación artística. No es el sentido de esta tecnología hacerse pasar por una
persona", dice Cruz.
"Odio vida, cuánto
odio. Sólo por tu audición se ha desangrado. ¡Ay de mi índice! ¡Oh limón
amarillo! Me darás un minuto de mar, vida como de alpistes, la tierra que nos
dejará desiertos. Ni las halles, guárdalas en dos cajitas, hermano, como para
niñas blancas. Seguro que después de leer este poema."Una vez más asistimos a un
texto creado por un ente mecánico, en este caso el mencionado sistema WASP, que
aquí creó con la orden de trabajar con octasílabos y tras leer versos del
español Miguel Hernández.
Luego de leer este poema, la referente del género
Diana Bellesi señaló que tiene imágenes y rupturas preciosas, pero que el
conjunto no apunta a nada. "Hace uso de muchas de las operatorias de un
poeta, pero el poeta no está y esto ofrece un vacío, no el alma humana que de
pronto todo lo llena. Y llamemos alma a lo que hemos nombrado por milenios, o
llamemos así a ese misterio que se produce en la interrelación de las partes de
la materia orgánica, no importa. Pero sabemos de ese misterio día a día que nos
hace decir cosas que no sabemos."
Desde la exótica Shanghai, adonde viajó becada,
Ángela Pradelli agrega: "Creo que se escribe por una necesidad, ¿la
sentirán las máquinas algún día?" Y aunque la creatividad sigue siendo
cosa humana y nos resulta improbable que el próximo Neruda o García Lorca vaya
a ser mecánico, ciertas lógicas podrían alterarse. "Como ya ha ocurrido en
el ajedrez, a lo mejor se acerca el momento en que las máquinas dejen de
aprender de las personas y las personas también puedan empezar a aprender de
las máquinas", concluye Gervás.
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