Una sociedad
transparente, información libre, control del poder, una vida más simple: la Web
anticipaba un mundo ideal que parece quedar cada vez más lejos
La promesa era
una sociedad transparente, con ciudadanos "empoderados", información
que circula libremente para todos por igual y redes sociales como nuevos
espacios de sociabilidad. La realidad más reciente nos devuelve los sorpresivos
resultados del Brexit y la elección estadounidense; la "post-verdad"
y los "hechos alternativos"; el protagonismo político de los
microclimas de Twitter y Facebook.
La promesa era un
mundo más seguro, donde el intercambio de información y la comunicación
horizontal favorecerían el control del poder y la convivencia, en el que la
vida se volvería más simple y relajada gracias a la tecnología. Hoy, la brecha
social, económica y cultural no deja de profundizarse, crece la xenofobia y se
afianzan los discursos nacionalistas, los piratas informáticos son la nueva
pesadilla global y la ansiedad y la dependencia de los aparatos nos vuelven
vulnerables.
En sólo 25 años,
Internet impregnó todos los órdenes de la vida, creó su propia utopía y ahora
parece estar contradiciéndola. ¿Se terminó el romance con las posibilidades
democratizadoras de la Red?
Quizás una
primera respuesta tenga que empezar por reconocer que, como con casi todo en
esta vida, suele haber una brecha entre lo ideal y lo real, entre las
expectativas detrás de una innovación tecnológica y lo que ocurre después. Si
algo terminamos de aprender en 2016, es que el universo digital no es
precisamente la excepción. Si el creador de Internet, Tim Berners Lee, buscaba
hacer posible una red de redes que permitiera compartir información científica,
esa posibilidad disparó un sinfín de expectativas con respecto a esas
posibilidades, muchas de las cuales se frustraron o tomaron la dirección
opuesta. ¿Cuánto de aquella tecnoutopía se logró? ¿En qué medida nuestra
percepción sobre el potencial de la world wide web ha ido cambiando con el paso
del tiempo?
"Internet
fue creada, antes de los billonarios y las apps, por personas formadas en
ciencia y tecnología, en su mayoría académicos relativamente jóvenes, con un
compromiso instintivo muy fuerte con el flujo libre de información y el uso de
computadoras para educación y ciencia. Lógicamente, entonces, la promesa inicial
de Internet era que levantaría la cantidad y calidad de información a las que
las personas tendrían acceso, de manera gratuita y en un espíritu más académico
y 'hobbista' que comercial", reconoce Marcelo Rinesi, científico de datos
freelance y miembro del Instituto Baikal.
El especialista
sostiene que la brecha entre lo que debía ser y lo que es no es infrecuente en
el mundo de la tecnología: "Lo que pasó es lo que siempre pasa: el efecto
estructural y a largo plazo de una tecnología tiene menos que ver con la
intención de los inventores que con el deseo de los usuarios y de quienes
regulan o financian proyectos".
"Si uno mira
principalmente sitios de papers científicos y blogs de investigadores
-continúa-, la Internet que soñaban al principio sí existe: lo que pasa es que
también existe la Internet que no se les ocurrió, y que es muchísimo más
grande, simplemente porque hay muchísima más gente que quiere otra cosa."
El optimismo
generalizado que despertaba Internet cuando era más que nada una promesa
decantó también en la creencia de que esa innovación sería capaz, por sí misma,
de tener un impacto social determinante. La tecnología, según este supuesto,
modificaría a la sociedad.
Beatriz
Busaniche, presidenta de la Fundación Vía Libre, sostiene que aquella creencia
continúa bastante vigente, aunque fue perdiendo intensidad a lo largo de la
última década. "El determinismo tecnoutópico hoy es permanentemente
contrastado con la realidad, ya sea en su vertiente optimista, la que sostiene
que la tecnología va a solucionar todos los problemas laborales, educativos,
políticos, económicos, o la pesimista, sostenida por la idea de que lo que va a
sobrevenir es una suerte de oscurantismo", asegura. Y pone como ejemplo el
caso de la pérdida de privacidad. "Es el ejemplo más emblemático, ya que
sus consecuencias negativas no son responsabilidad de la tecnología en sí
misma, sino de un modelo de negocio que se basa en la pérdida de la privacidad.
La tecnología es un medio, un facilitador, pero lo que hay detrás es un sistema
económico, político y social que ha puesto la vida de las personas en el
mercado", se lamenta Busaniche.
Claro que la
pérdida de privacidad y la vigilancia de los ciudadanos es un temor de larga
data, según puntualiza la investigadora principal del Conicet Susana
Finquelievich, quien recuerda que ya en los años ochenta era una factor
preocupante. A su entender, las tecnologías de la información y la comunicación
incrementaron de una forma notable el poder de vigilancia en las últimas décadas
del siglo XX y en lo que va del XXI, generando un sinfín de tensiones sociales.
"Los
gobiernos reclaman el derecho de monitorear las actividades de los ciudadanos y
los residentes, argumentando cuestiones relacionadas con seguridad y justicia.
El ciudadano común, por otro lado, está cada vez más consciente de que sus
documentos de identidad, sus tarjetas de crédito y hasta sus tarjetas de
transporte, ni hablar de su participación en redes sociales, se usan para
seguir sus pasos, sus tendencias de consumo, sus actividades y hasta sus
preferencias políticas", grafica Finquelievich, directora del Programa de
Investigaciones sobre la Sociedad de la Información del Instituto Gino Germani
(Facultad de Ciencias Sociales de la UBA) y autora del libro I-Polis. Ciudades
en la era de Internet.
La privacidad
habría pasado a ser un concepto de museo, de acuerdo con Silvio Waisbord,
profesor de la Escuela de Medios y Asuntos Públicos de la George Washington
University. El especialista considera que para ser miembros de una sociedad
digital hay que renunciar a lo que se entendía por privacidad. Y por cada
ventaja que trae aparejado ser ciudadanos digitales, podríamos enunciar una
desventaja.
"Hoy
cualquier persona tiene mucho más acceso a información que el que tenía la
élite hace unos 30 años -ejemplifica-. Pero el hecho de que haya más acceso a
información no nos hace necesariamente personas más informadas, o parte de un
colectivo que entiende mejor o es más consciente de los problemas del mundo.
Los estudios no demuestran que haya contribuido a eso."
Wikipedia lo hizo
¿Cuáles han sido,
entonces, las principales ventajas de estar inmersos en una vida digital? Todas
las fuentes consultadas coinciden en una: el acceso a bajo o nulo costo a todo
tipo de conocimientos, de fuentes de información y de datos.
"La promesa
que mejor se desarrolló y sigue vigente e instituida desde el punto de vista de
lo social es la democratización del conocimiento. Wikipedia es la realización
de esa promesa. Nos muestra una estructura organizada que permite combinar el
voluntariado con los medios digitales y eso cambia la estructura de la
sociedad", considera el sociólogo Alejandro Artopoulos, profesor de la
Universidad de San Andrés.
¿Una mayor
accesibilidad al conocimiento debería redundar en sociedades mejor educadas? No
necesariamente. Pero ya no se trataría de un problema eminentemente
tecnológico. "En el sistema educativo es en donde más se resiste el avance
de las TIC, sencillamente porque amenazan sus bases, o sus fundamentos
históricos. Si uno tiene un sistema educativo que reproduce la estructura de
una sociedad cerrada, introducir cambios o innovaciones implica perder el
control. Requiere un grado de madurez que no tiene cualquier sistema
educativo", se lamenta Artopoulos.
Volviendo a las
promesas que sí se pudieron cumplir, suele haber bastante consenso respecto de
que la censura se ha tornado más difícil; la información, más accesible y la
geografía, menos restrictiva. "No coincido con la visión de que alguien
mirando el celular durante una charla de amigos está demostrando aislamiento
social. Probablemente se está comunicando con (o al menos viendo algo de) una
persona por la que se está, al menos, tan interesado como de las que tiene
alrededor; Internet no nos hace menos sociables, simplemente agrega nuevas
opciones de comunicación intermedias entre ?nada' y ?frente a frente', y
resulta que para muchísimas personas eso complementa muy bien las opciones que
ya tenían", opina Marcelo Rinesi.
Con él acuerda
Waisbord: "Yo no creo que, como decía Bauman, las redes sociales
incrementen la soledad. Para mí complejizan la vida en sociedad, así como la
noción de identidad personal. Se hace necesaria una suerte de management de la
persona pública, porque cuando tenemos presencia digital permanentemente
mandamos señales de quiénes somos o, al menos, de quiénes pensamos que
somos".
En cualquier
caso, lo que es indudable -y quedó en evidencia a lo largo del año último- es
que las redes sociales son una poderosa herramienta en términos políticos,
económicos, e informativos. "En los años noventa se pensaba que el auge de
Internet sería un factor decisivo para que se acabara la ignorancia. Sin
embargo, hoy es una fuente inagotable de mitos y teorías conspirativas?
amplificada por las redes sociales. Por otra parte, así como podés acceder a la
NASA o a medios digitales de todo el mundo, las páginas que difunden
pseudociencia y el horóscopo continúan siendo mucho más leídas que sitios que
ofrecen análisis, profundidad y conocimiento", reconoce Busaniche.
A medida que el
rastreo y análisis de lo que ocurre en las redes sociales se hace más
sofisticado, otros fenómenos se hacen visibles. Por ejemplo, que las
conversaciones en ellas -lejos de posibilitar diálogos entre posturas
diferentes, que amplíen horizontes- no suelen traspasar las fronteras de los
micromundos de cada ciudadano. En otras palabras, hablamos con los que piensan
como nosotros. O, en términos de comunicación política, se llega con mensajes a
los convencidos, del lado que sean.
Rinesi ve un
problema social, actual y creciente en la forma en que el acceso a la información,
e incluso la difusión de ciertas actividades comerciales, académicas y
políticas están convergiendo fuertemente en las redes sociales (y,
paralelamente, en los comentarios en los sitios).
"Es
absolutamente entendible porque es donde las personas ponen su interés y su
tiempo, pero una red social es, en el mejor de los casos, un modo muy limitado
de producir y acceder a información y análisis. La definición de una sociedad
democrática, ilustrada y empírica es que siempre se votan gobiernos pero nunca
se votan hechos. No descubrimos la realidad mediante el intercambio de rumores,
sino mediante la observación organizada, el análisis técnico y el debate
profundo y estructurado, todas actividades para las que las redes sociales son
no sólo ineficientes, sino también contraproducentes", considera.
Pero, a su
entender, no todo el panorama es desalentador. "Desde un punto de vista
republicano, tener un medio con el que cierta información que podría ser
calificada como ?indeseable' para un gobierno se pueda difundir de manera
rápida y universal es una poderosa medida de seguridad. Pero cuando se
transforma en el mecanismo principal no sólo de socialización sino también de
intercambio de información política, económica, ambiental (y en esto los
mecanismos económicos de Internet, con el tráfico como factor de viabilidad
comercial, son relevantes), las sociedades se vuelven terriblemente vulnerables
a lo que en Estados Unidos están llamando en estos días ?fake news.' En pocas
palabras, gana el que grita más fuerte y más seguido la mentira más
espectacular o que asuste más, y ésa no es la forma de tomar decisiones de
forma colectiva. Por ejemplo, elegir presidente", asegura.
Lo que queremos de Internet
En cualquier
caso, no habría que perder de vista que todo lo que ocurre en el mundo digital
es, en última instancia, la expresión de los intereses y prioridades de una
sociedad.
"Uno
imaginaba que la sociedad progresaría en términos éticos y morales pero nos
encontramos ante una regresión hacia un discurso pacato. Estoy un poco asustada
con el recrudecimiento de un conservadurismo moral que no se preveía. Que
estemos otra vez discutiendo la exhibición de un pezón femenino o que las
empresas que sostienen Facebook, Twitter o Instagram eliminen o censuren
imágenes de personas desnudas me parece preocupante y muy peligroso", se
alarma Busaniche quien, por otra parte, tampoco está muy convencida acerca de
que la promesa de una mayor democratización a caballo de Internet se hubiera
cumplido.
"Internet
prometía democratización y ésa fue la promesa menos cumplida -considera-.
Porque implicaba democratización en el sistema educativo, en el sistema de
riqueza, en el sostenimiento de lo público y social, en términos económicos,
cosas que Internet, por sí sola, nunca podría haber cambiado. Lo que está
ocurriendo es, más bien, todo lo contrario. El mundo está cada vez más
concentrado y se percibe cada vez más firme la idea de frontera. La
globalización se volvió una realidad para el mundo de las finanzas pero no para
las personas. La democratización fue la promesa más falaz."
De todas formas,
ya sea más o menos cerca de nuestros sueños, Internet nos facilita la vida de
infinitas maneras. Como reconoce Rinesi, hace más fácil que sepamos lo que
queremos saber, escuchemos a quien queremos escuchar y digamos lo que queremos
decir, aunque en ocasiones no estemos del todo cómodos con lo que resulta que
queríamos saber, escuchar y decir. Tal vez, lo que hace falta sea un gesto de
adultez colectiva: reconocer que esto que hicimos con Internet, y no lo que nos
dijimos que haríamos, es realmente lo que queríamos hacer.
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