El académico,
ex rector de la UBA, sostiene que, en la medida en que no haya una auténtica
valoración social por las prácticas educativas, la crisis en este campo
continuará sin resolverse.
Daniel Gigena. 4
de abril de 2020. Crédito: Alejandro Guyot
La cuarentena
preventiva y obligatoria se decretó horas después del encuentro con Guillermo
Jaim Etcheverry, presidente de la Academia Nacional de Educación y miembro de
número de la Academia Nacional de Ciencias. No obstante, Jaim Etcheverry,
rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006, saluda a dos metros
de distancia y cualquier contacto será evitado. "Vivimos una circunstancia
de excepción que alterará de manera radical nuestras vidas -dice en el
departamento donde vive desde hace veinte años, rodeado de obras de artistas
como Alicia Penalba, Fortunato Lacámera y Alfredo Londaibere-. También lo hará
con la educación. Ante la suspensión de las clases, recurriremos a experimentar
con las nuevas tecnologías. Coincido con el filósofo italiano Nuccio Ordine,
cuando señala el peligro de transformar una educación de emergencia en la
normalidad, el peligro de una enseñanza sin el docente mirando a los ojos del
estudiante, que es lo que transforma sus vidas".
Este mes, cuando
se cumplen poco más de veinte años de la publicación de su best seller La
tragedia educativa , acaba de lanzar Educación. La tragedia continúa
(Sudamericana). Durante veinte años, fue colaborador de la revista de la nacion
con artículos en los que ahora trabaja con el propósito de darles nueva
circulación. "El panorama educativo no solo no mejoró sino que ha
empeorado", diagnostica.
¿Qué relación
guarda el nuevo libro con el anterior?
Aquel libro, que
tuvo como veinticinco reediciones, nunca lo reescribí. Ahora pensé que era un
buen momento para volverlo a ver con la idea de modificar algo. Pero escribí
otra cosa, con nuevos elementos y más datos. En esencia el mensaje es el mismo:
la tragedia continúa. Algunos amigos me sugerían que le pusiera "la
tragedia empeora", pero me pareció demasiado dramático.
¿No hubo mejoras
en la educación en estas décadas?
Está peor. Las
cifras indican eso; estamos estancados o peor que antes. En ese momento no
estaban las pruebas PISA , por ejemplo. El mensaje es el mismo: tratar de
llamar la atención sobre los graves problemas que tenemos. Muy poca gente
educada, mucha desigualdad en la distribución de la educación y una calidad
cuestionada. Las pruebas nacionales e internacionales demuestran lo mismo año a
año. La mitad de los chicos que termina la escuela media no entiende lo que
lee; dos de cada tres tienen problemas con las operaciones matemáticas más
simples. Es un fracaso grande.
Sin embargo, la
inversión en educación aumenta.
Sí, claramente ha
aumentado, pero no se manifiesta en los logros. Sin el dinero es imposible,
pero con el dinero solo no basta. Lo que está en crisis en el país es el valor
social de la educación. A nadie le interesa realmente. Más allá de lo que se
dice en los discursos, el interés social por la educación es muy pobre. El 70%
de los padres manifiesta que está satisfecho con la educación de sus hijos y a
la vez sostiene que la educación en el país está muy mal. El 80% afirma que no
cambiaría a sus hijos de escuela para mejorar la educación. O sea que la gente
está conforme y esa conformidad atraviesa todos los sectores sociales y niveles
educativos. Por alguna razón misteriosa la mayoría piensa que la educación de
sus hijos es extraordinaria.
En una
entrevista, el Presidente dijo que la vuelta a las clases no le preocupaba ante
la emergencia sanitaria por la pandemia.
Hoy es imposible
anticipar cuál será la evolución del año escolar. La respuesta de nuestras
autoridades educativas ha sido rápida y adecuada al promover el uso intensivo
de las herramientas tecnológicas, como se ha procedido en muchos otros países.
Una de las ventajas de esta lamentable situación es que docentes y alumnos se
entrenarán en el empleo de esos útiles recursos complementarios. Pero, al igual
que en otros aspectos de las relaciones interpersonales, el riesgo es que esta
experiencia contribuya a instalar la idea de que la tecnología puede reemplazar
el vínculo directo y presencial entre maestros y alumnos, que sigue siendo esencial,
al menos en las etapas iniciales del aprendizaje.
¿Con la
cuarentena estamos en pleno experimento educativo?
Vamos a ver qué
va a pasar. Es muy incierto, pero entiendo que el docente es un modelo, es un
ejemplo y la educación es ejemplo. El buen docente es el que sabe mucho de una
materia, que siente pasión por eso que sabe y que transmite esa pasión.
Cualquiera que recuerde a un buen docente lo sabe. Y además era el que exigía.
Las pantallas no pueden hacer eso, son medios fríos, que no traducen emociones
ni el poder de reflexión por su propia estructura. Como recurso son
importantísimas, pero la tecnología no va a modificar la educación; la van a
modificar los buenos docentes. En el libro menciono una entrevista a Streve
Jobs, que se arrepentía de haber introducido la tecnología en las escuelas, no
porque le pareciera mal sino porque había contribuido a dar la impresión de que
la tecnología revolucionaría la educación. La educación depende de los
docentes.
¿Qué papel deben
desempeñar los padres o los adultos a cargo de chicos en esta circunstancia?
La colaboración
de los padres en la educación de sus hijos durante la cuarentena es,
obviamente, esencial. Es imprescindible su contribución en la selección de los
materiales, en la supervisión de los aprendizajes, y sobre todo, demostrando
interés por el cumplimiento de esas tareas. La imposición de horarios, la creación
de hábitos de estudio, y en especial de lectura, constituye una tarea
impostergable para los padres en el contexto actual.
¿En lengua y en
matemática es donde más se advierte la mala calidad educativa?
Sí, y son
herramientas básicas para encarar cualquier estudio. El fracaso universitario
se explica por eso, porque carecen de herramientas de comprensión. Si no se
entiende lo que se lee, es complicado acceder a textos de mediana complejidad.
No se enseña bien lengua; el repertorio de vocabulario de los estudiantes
secundarios es muy limitado. La escuela debe proveer el manejo de las
herramientas intelectuales fundamentales y eso se ha perdido. Eso se adquiere
con esfuerzo y trabajo.
¿Esos valores
pasaron de moda?
Aprender a leer
es difícil. El esfuerzo ya no le interesa a nadie, cayó en desuso. No se ha
insistido más en eso.
¿A los docentes
tampoco les interesa?
Han abandonado
ese camino porque la pedagogía contemporánea ha acompañado ese cambio de
valores. Con la entronización del "niño rey", que aprende cuando
quiere y como quiere, la enseñanza es vista como una intromisión. ¿Por qué se
le va a enseñar al chico si el chico ya sabe? Y la tecnología ha contribuido a
eso, porque pareciera que el manejo de herramientas tecnológicas confiere
inteligencia, aunque lamentablemente no es así. Los teléfonos no son
inteligentes; inteligentes son los científicos que los crearon.
Otro cliché es
que la escuela debe ser divertida.
Un
entretenimiento más, como si fuera parte del mundo del espectáculo. Se apunta a
eso: que sea light , que moleste poco. El pacto educativo básico que era la
alianza de padres con maestros para educar a los chicos está roto. Hoy los
padres están aliados con sus hijos en contra de los maestros o la institución
escolar. Los padres quieren que no los molesten. En realidad, ser exigido es un
derecho de los estudiantes, eso demuestra el interés que se tiene en el otro.
¿Estamos ante una
situación irremontable?
¡No! Si creyera
eso, ya estaría encerrado en la cuarentena final. Hay que llamar la atención
sobre esto y hacer un esfuerzo para retomar esas cuestiones básicas. El
dictado, por ejemplo, ahora es considerado una imposición, pero es fundamental
para aprender a escribir. En un momento hay que sentarse a aprender algo.
¿Desde el
Ministerio de Educación qué se hace, de un gobierno a otro?
Se hacen cosas y
aportes, pero este es un problema social, de la base. Eso es lo que hay que
cambiar. Las autoridades tienen que mostrar los problemas y no ocultarlos. A la
escuela se le piden muchas cosas, pero la tarea fundamental es mostrarles a los
chicos las posibilidades intelectuales que encierra la educación: ayudar a cada
uno a ver sus propias dimensiones como ser humano.
¿Ahí radica la
importancia de la educación?
Claro. Amoblarse
por dentro, para enriquecerse como persona. Habrá que volver a poner de moda
ideas así.
Durante el
menemismo el objetivo era preparar a los chicos para el mundo del trabajo.
Y eso tampoco se
consigue. Es una misión importante, claro, hay que saber lo fundamental para
entrar en ese mundo. En todo el mundo, los mejores resultados los tienen los
chicos que pertenecen a las familias del 25% de mayor nivel socioeconómico, los
hijos de profesionales y los que van a escuelas con mayores recursos humanos y
económicos. El nivel socioeconómico es el mejor predictor del éxito educativo.
En la Argentina pasa lo mismo, pero el promedio de los argentinos mejor
educados es inferior al promedio de los peores educados en treinta países. Vale
decir que hay treinta países donde los estudiantes del nivel socioeconómico más
bajo, y que van a escuelas de escasos recursos, están mejor formados que los
mejores estudiantes argentinos.
¿Qué
responsabilidad tienen los institutos de formación docente?
Fundamental. Es
el tema central: no hay buena educación sin buenos docentes. Son claves. La
Argentina tiene más de mil quinientos. ¿Cómo se puede controlar la calidad de
semejante número? Los países desarrollados tienen cincuenta, setenta, noventa.
Ahí hay un problema grave, que hay que revisar. No entendí nunca el proyecto de
la UniCABA, donde convivían institutos terciarios y universidades. La docencia
es una actividad social muy sensible y no puede ser una salida laboral más. El
salario es un índice de la valoración social de la educación, de lo poco que se
valora, pero no debe ser el único. La calidad de la formación es otro. Todos
los países que mejoraron su educación lo hicieron mejorando la calidad de la
formación en los institutos de formación docente.
¿Antes la escuela
era una institución más democrática que en la actualidad?
Sí, debajo del
guardapolvo blanco estaban el hijo del carnicero, el del obrero, el del médico,
el del empresario. Se tendía no te digo a una igualdad, sino a cierta
equivalencia de posibilidades. La escuela hoy eso no lo está haciendo. Eso
sirvió para la cohesión social y se ha perdido. Los chicos se educan en guetos:
los ricos con los ricos y los pobres con los pobres, y ahí se va reproduciendo
esa estructura. Recién en la universidad, y en ciertos casos, se da la mezcla
por primera vez. Son educaciones de países separados. Y hay desigualdades
asombrosas entre las provincias. Después de la reforma de los años noventa,
cada gobernador hizo lo que quiso y eso se ve. Es muy grave. Hay diferencias no
solo dentro de las jurisdicciones, sino también entre ellas. Hay que volver a
recrear una épica educativa, volver a Sarmiento.
¿Usted conoció a
los tres premios Nobel de ciencias del país?
A los tres. Se
sabe muy poco de las vidas de estas personas tan importantes para el desarrollo
de la ciencia. Estos años no han sido favorables para las ciencias, y eso se
siente. Esperemos que repunte. Ya lo decía Sarmiento, el éxito económico solo
no hace a un país, en todo caso eso es una factoría; un país es éxito económico
puesto al servicio de la cultura, la educación y la ciencia. Un país que no
domina la ciencia está condenado al fracaso. Nuestros antecedentes son muy
importantes: el primero educado y formado en instituciones públicas [Bernardo
Houssay]; el segundo, Luis Federico Leloir, ya trabajando en una institución
privada, y el tercero, César Milstein, trabajando en el exterior. Eso marca el
derrotero de nuestra ciencia. Ojalá el próximo Premio Nobel de ciencia que
tengamos trabaje en la Argentina. Si tenemos ciencia de calidad, es gracias a
la labor de esta gente, sobre todo gracias a Houssay, que fue el constructor
del sistema científico argentino.
Por: Daniel
Gigena
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