Por Katrin Bennhold. 7 de abril de
2020
Les llaman taxis corona: personal
médico vestido con equipo de protección conduce por las calles vacías de
Heidelberg, Alemania, para atender a los pacientes en su casa durante cinco o
seis días después de haber contraído la COVID-19. Toman una muestra de sangre y
buscan señales que indiquen que el paciente puede ponerse muy enfermo. Es
posible que le sugieran hospitalizarse a algunos pacientes aunque solo
presenten síntomas leves, pues las probabilidades de sobrevivir aumentan mucho
si los pacientes están hospitalizados cuando inicia el deterioro.
“Existe un punto crítico al final de
la primera semana”, señaló Hans-Georg Kräusslich, director de virología en el
Hospital Universitario de Heidelberg, uno de los hospitales de investigación
más importantes de Alemania. “Si se trata de una persona cuyos pulmones pueden
fallar, es entonces cuando comenzará a empeorar”. Los taxis corona de
Heidelberg son solo una iniciativa en una ciudad, pero ilustran el nivel de
compromiso y de distribución de los recursos públicos para el combate de la
epidemia, lo que ayuda a resolver uno de los misterios más inexplicables de la
pandemia: ¿por qué la tasa de letalidad es tan baja en Alemania?
El virus y la enfermedad que este provoca,
la COVID-19, ha atacado a Alemania con fuerza: de acuerdo con la Universidad
Johns Hopkins, este país tenía más de 92.000 casos confirmados hasta el
mediodía del sábado, más que cualquier otro país, excepto Estados Unidos,
Italia y España. Pero con 1295 muertes, el índice de letalidad de Alemania se
situó en 1,4 por ciento en comparación con el 12 por ciento en Italia;
alrededor del 10 por ciento en España, Francia y el Reino Unido; 4 por ciento
en China, y 2,5 por ciento en Estados Unidos. Incluso Corea del Sur, el país
modelo en cuanto a aplanar la curva, tiene una tasa de letalidad más alta: 1,7
por ciento.
“Se ha hablado de una anomalía en
Alemania”, señaló Hendrik Streeck, director del Instituto de Virología del
Hospital Universitario de Bonn. Streeck ha estado recibiendo llamadas de sus
colegas de Estados Unidos y de otros países del mundo. “Me preguntan qué
estamos haciendo distinto y por qué nuestra tasa de letalidad es tan baja”,
comentó. Los expertos sostienen que hay varias respuestas a estas preguntas:
una combinación de tergiversaciones estadísticas y diferencias muy reales en la
forma en que el país ha manejado la pandemia.
La edad promedio de las personas
contagiadas en Alemania es menor que en muchos otros países. Según Kräusslich,
muchos de los primeros pacientes contrajeron el virus en los centros para
esquiar de Austria e Italia, así que eran relativamente jóvenes y sanos. “Empezó
como una epidemia de los esquiadores”, afirmó. Conforme se ha propagado el
virus, este ha llegado a personas de mayor edad, y la tasa de letalidad —de
solo 0,2 por ciento hace dos semanas— también se ha elevado. Pero la edad
promedio de los contagiados sigue siendo relativamente baja: 49 años. En
Francia es de 62,5 años y en Italia, de 62 años, de acuerdo con sus informes
nacionales más recientes.
Otra explicación de la baja tasa de
letalidad es que Alemania ha estado administrándoles pruebas a muchas más
personas que la mayoría de los demás países. Eso implica que detecta a más
personas asintomáticas o que presentan pocos síntomas, con lo cual aumenta el
número de casos conocidos, pero no el número de muertes. “Eso reduce en forma
automática la tasa de letalidad en las estadísticas”, comentó Kräusslich.
Pero, según los epidemiólogos y los
virólogos, también existen factores médicos importantes que han mantenido
relativamente bajas las cifras de muertos en Alemania, en especial las pruebas
y los tratamientos oportunos y generalizados, la gran cantidad de camas de
cuidados intensivos y un gobierno confiable cuyas medidas de distanciamiento
social son acatadas por casi todos. A mediados de enero, mucho antes de que la
mayoría de los alemanes realmente prestara atención al virus, el Hospital
Charité de Berlín ya había desarrollado una prueba y había compartido la
fórmula en internet.
Para cuando Alemania registró su primer
caso de COVID-19 en febrero, los laboratorios de todo el país ya tenían un
suministro de paquetes de pruebas. “El motivo por el que en Alemania tenemos
tan pocas muertes en este momento en relación con la cantidad de personas
contagiadas se puede explicar en gran medida por el hecho de que estamos
realizando una gran cantidad de pruebas de laboratorio”, dijo Christian
Drosten, virólogo principal en el Hospital Charité, cuyo equipo desarrolló la
primera prueba.
Por ahora, Alemania está aplicando
cerca de 350.000 pruebas de coronavirus a la semana, muchas más que cualquier
otro país europeo. Las pruebas tempranas y generalizadas han permitido que las
autoridades reduzcan la propagación de la pandemia al aislar a las personas
diagnosticadas mientras pueden contagiar a los demás. Esto también ha
posibilitado que se administren los tratamientos para salvar la vida de los
pacientes de una manera más oportuna.
“Cuando hay un diagnóstico oportuno y
puedo darles tratamiento a los pacientes en una etapa temprana —por ejemplo,
ponerlos en un respirador antes de que se deterioren—, las posibilidades de
supervivencia son mucho más altas”, afirmó Kräusslich.
El seguimiento
Un viernes de finales de febrero,
Streeck recibió la noticia de que por primera vez un paciente de su hospital en
Bonn había dado positivo por coronavirus: un hombre de 22 años que no tenía
síntomas, pero cuyo empleador —una escuela— le había pedido que se hiciera la
prueba luego de saber que había participado en un carnaval en el que había estado
una persona que había dado positivo. En la mayoría de los países, incluyendo
Estados Unidos, las pruebas se limitan en gran medida a los pacientes más
enfermos, así que probablemente a ese hombre se la habrían negado.
Eso no sucede en Alemania. Tan pronto
como llegaron los resultados, se cerró la escuela y se les ordenó a todos los
niños y al personal que permanecieran en casa con su familia durante dos
semanas. Se realizaron pruebas a unas 235 personas. “Las pruebas y el
seguimiento es la estrategia que tuvo éxito en Corea del Sur y hemos intentado
aprender de eso”, señaló Streeck.
Un sistema de salud pública sólido
Antes de que la pandemia del
coronavirus arrasara en Alemania, el Hospital Universitario de Giessen tenía
173 camas para cuidados intensivos equipadas con respiradores. En las últimas
semanas, el hospital se ha esforzado para añadir otras 40 camas y aumentó un 50
por ciento el personal que estaba en espera para trabajar en cuidados
intensivos. “Ahora tenemos tanta capacidad que estamos recibiendo pacientes de
Italia, España y Francia”, comentó Susanne Herold, especialista en infecciones
pulmonares en ese hospital que ha supervisado la reconversión del pabellón de
cuidados intensivos. “Tenemos un área de cuidados intensivos muy reforzada”.
En toda Alemania, los hospitales han
ampliado su capacidad en cuidados intensivos. Además, comenzaron desde un nivel
alto. En enero, Alemania tenía aproximadamente 28.000 camas de cuidados
intensivos equipadas con respiradores, o 34 por cada 100.000 personas. En comparación,
en Italia esa cifra es de 12 y en los Países Bajos, de 7. En estos momentos,
Alemania cuenta con 40.000 camas de cuidados intensivos.
La confianza en el gobierno
Además de las pruebas masivas y del
nivel de preparación del sistema de salud, muchas personas también consideran
que el liderazgo de la canciller Angela Merkel es una de las razones de que
haya seguido baja la tasa de letalidad. Merkel ha mantenido una comunicación
clara, serena y periódica durante toda la crisis, al tiempo que impuso medidas
cada vez más estrictas de distanciamiento social en el país. Las restricciones,
que han sido fundamentales para reducir la propagación de la pandemia, no
tuvieron mucha oposición política y la mayor parte de la población las respeta.
El índice de aceptación de la
canciller se ha disparado.
“Tal vez nuestra mayor fortaleza en
Alemania”, comentó Kräusslich, “sean las decisiones sensatas que se toman en el
nivel gubernamental más alto, junto con la confianza de la población en el
gobierno”.
Christopher F. Schuetze colaboró desde
Berlín para este reportaje. (c) The New
York Times 2020
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