27 de febrero de 2021. Marcelo Elizondo. PARA LA NACION
Publicó The Economist que un récord de 20.000 argentinos inició en 2020 trámites para radicarse en Uruguay. Otras fuentes afirman que más de 2000 lo hicieron en Paraguay. Y según el Ieral durante 2020 se cuadruplicaron las búsquedas de los argentinos en Google sobre “emigrar” en comparación con el promedio 2011-2018. Parece estar produciéndose la pérdida del principal capital del siglo XXI: las personas. Hay 1.150.000 argentinos registrados como residentes en el exterior, pero cuando comenzó el siglo XXI la cantidad era la mitad (555.000). Nuestro país es proveedor al exterior de personas calificadas: se estima que casi 200.000 profesionales argentinos actúan en posiciones de cierta relevancia en el extranjero. Por caso, se dice que el 30% de los argentinos en Estados Unidos posee una licenciatura y 30.000 son ingenieros o científicos. La cuestión no es menor: la sociedad del conocimiento requiere, antes que dinero o máquinas, personas preparadas.
Los pronósticos de una
reversión de la globalización motivada por la pandemia de Covid-19 son
rechazados por la realidad. Pero una globalidad adaptada muestra patrones
actualizados: rotundo cambio tecnológico, empresas desnacionalizadas, nueva
geopolítica, alianzas entre países forjadas sobre exigentes estándares cualitativos
y decisiva relevancia de “personas globales”.
Vivimos una globalización
integral y sistémica (que se consolidará con la salida de la pandemia) que
puede ser denominada “globalización hexagonal”. Una vorágine que integra seis
flujos: el comercio internacional de bienes (que se redujo menos de lo previsto
en 2020 y ya recupera fuerzas) y la inversión extranjera directa; pero también
el comercio internacional de servicios (más dinámico que el de bienes), flujos
de financiamiento internacional (que apuntalan proyectos innovadores) y dos
movimientos propios de la época: el tráfico internacional de datos,
conocimiento e información (que creció 1500 veces en diez años) y las
modernísimas migraciones (físicas y especialmente virtuales).
Señala el World Intellectual
Property Report en “La geografía de la innovación” que están consolidándose las
global innovation networks, que son redes internacionales de empresas,
instituciones y personas que construyen el desarrollo tecnológico mundial. Y
que en ellas las innovaciones son creadas por grupos de personas (75% del
total) y no por individuos aislados. Más del 80% de todas las patentes o
productos innovativos registrados en el planeta está generado por inventores o
investigadores que operan en equipos de trabajo que son multiorigen. Ahora la
globalización se apoya en “redes complejas de valor” (complex value networks)
en las que interactúan estaciones intensivas en conocimiento ubicadas en
aglomeraciones locales con condiciones apropiadas. Esas “estaciones” no son
necesariamente países, sino ciudades y regiones y se caracterizan por atraer
personas globales superpreparadas.
Hay una cualidad de la nueva
globalidad: las migraciones funcionales. Y no solo las físicas. En el planeta
se computan unos 300 millones de migrantes físicos, de los cuales dos tercios
son migrantes laborales. La India es el país del que más han salido y Estados
Unidos el que más ha recibido. Pero a ello debe añadírsele que crece –y se
acelerará en la pospandemia– la cantidad de telemigrantes. Dice Richard
Baldwing (en The Globotics Upheavel) que la presente fase de la globalización
es la del telecommuting: personas que trabajan desde sus ciudades para
organizaciones ubicadas en otro país.
Escribe Ricardo Hausmann que
la nueva tecnología como conocimiento cobra tres formas: conocimiento inserto
en nuevas herramientas; conocimiento codificado en fórmulas, algoritmos y
manuales; y conocimiento tácito o know-how. Y agrega que mientras el primero se
produce en países ricos, el segundo está disponible y es comprable, pero el
tercero es esencial y requiere “desplazar cerebros” a través de migraciones,
integraciones de equipos y hasta viajes de negocios. Los migrantes
(especialmente los virtuales) están cambiando el mundo. Y están consolidando
nuevos soportes: en 2020 hubo más de 40.000 millones de dispositivos conectados
a internet en el globo. Se vincularon por ellos 4700 millones de personas, de
las cuales 80% tienen más de 25 años (edad laboral).
Se está gestando la
globalización de los trabajadores. Dice Derek Thomson que la expresión “vives
donde trabajas” es crecientemente una antigua perogrullada. Ambos tipos de
migraciones son crecientemente relevantes. Por un lado, las economías prósperas
muestran una cantidad de trabajadores inmigrantes alta: representan 20,6% del
total en América del Norte y 17,8% en Europa del Norte. Pero además en el mundo
hay ya 50 millones de personas trabajando online desde un país hacia otro de
manera regular (nómades digitales). Y también 15 millones de estudiantes internacionales
online. Por eso ya ciertos países (desde Georgia o Estonia en Europa hasta
Barbados y Bermudas en el Caribe) ofrecen visas de teletrabajo: permisos para
que personas con tareas remotas se instalen para trabajar desde allí hacia el
exterior. A la vez, crecientemente empresas internacionales invitan a
inscribirse en sus programas de teletrabajo foráneo.
Expresa en el BID Laura Ripani
que el trabajo pasa primero de la oficina a la casa, de allí a la oficina móvil
y ahora ya se mueve a la oficina virtual; y que ello cambia organizaciones y
espacios. Esto y las migraciones virtuales, totales o parciales, van de la
mano. Miles de personas han mantenido reuniones internacionales por plataformas
digitales en 2020 (Zoom registró más de 300 millones de reuniones diarias).
Lo que se requiere entonces es
atraer y no distraer. Es preciso seducir talento, evitar fugas de los más
formados y preparar mejor a través de atributos globales, cultura trasnacional
y habilidad móvil. El mejor futuro es el de las sociedades que crean capital
intelectual y no el de los que alejan a los ilusionados. ¿Estamos en la
Argentina también en esto yendo a contramano? Nuestro aislamiento económico
externo dificulta la participación de empresas en las redes internacionales y
la obstrucción a diversos flujos de la globalización hexagonal desalienta la
acción suprafronteriza.
Más aún: según la OCDE, el 19%
de los argentinos de entre 25 y 34 años tiene un título universitario y en
América Latina solo Brasil tiene menos recibidos en ese rango etario (17%). Son
pocos para este nuevo tiempo. Pero peor es observar la tendencia: si se mide la
finalización de los estudios universitarios hasta la edad de 64 años, la
Argentina cuenta con el 21% de su población con título universitario y el
panorama allí se da vuelta: nuestro país queda por encima de Chile (13%),
México y Costa Rica (ambos con 15%). O sea: con el tiempo la proporción de
graduados decrece. Los países compiten en la atracción de talento que aporta
más que el capital financiero o las máquinas. Por ello las noticias sobre los
muchos interesados en irse de la Argentina no merecen solo referencias
sentimentales ni meras adiciones en estadísticas migratorias.
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