Eduardo Luis Fracchia. LA NACIÓN. 17 de octubre de 2020
La primera revolución industrial,
la de la máquina de vapor, aumentó la productividad en una medida mucho mayor
respecto a los siglos anteriores, claramente más estacionarios. Hoy se está
desarrollando la Revolución 4.0, también llamada cuarta revolución industrial.
En esta oportunidad, el liderazgo de la disrupción tecnológica se encuentra en
la automatización (robots) y en un conjunto de nuevas tecnologías, entre la que
se destaca la inteligencia artificial.
Por citar algunos nombres de esos
impulsores del cambio tecnológico: máquinas de aprender, manufactura adictiva
(impresión 3D), transporte autónomo, realidad aumentada, drones, big data y
blockchain. Pareciera que estas tecnologías se potencian entre sí. La
inteligencia artificial podría desplazar a la inteligencia humana en unos
veinte años (la singularidad).
Se supone que estos cambios
comenzaron hace una década y que se extenderán hacia adelante. Aparece una
visión tecnooptimista que considera que, ante la desaparición de trabajos
tradicionales por el impacto tecnológico, se crearán otros nuevos que incluso
hoy no conocemos. El tecnopesimismo, en cambio, expresado en los años 90 en El
fin del trabajo, un libro de Jeremy Rifkin, plantea que el desempleo será un
dato estructural de la nueva economía.
Todavía el aporte de esta
revolución no se ve en las estadísticas de crecimiento prepandemia: el mundo
desarrollado crece poco. Lo mismo ocurrió en los años 80, cuando Robert Solow
argumentaba que el impacto de las computadoras (protagonistas principales de la
tercera revolución industrial) no se reflejaba en el crecimiento.
Las grandes consultoras como BCG,
McKinsey, Price, KPMG, entre otras, han investigado el tema. Para el Foro
Económico Mundial, este cambio tecnológico es un asunto de vital importancia
que nos cambiará, sobre todo a nosotros mismos, más que a la realidad. Así
piensa el fundador del Foro, Klaus Schwab. El BID publicó trabajos importantes
sobre esta problemática, entre ellos Robotlución o Algoritmolandia. Mucho
autores académicos, como por ejemplo Daron Acemoglu, son muy activos en este
campo.
Los estudios sobre puestos de
trabajo que podrían desaparecer son muy variados. El historiador económico Carl
Frey (Universidad de Oxford) plantea que el 47% de 702 trabajos típicos en
Estados Unidos ya no existirán en una década. Las proyecciones de desaparición
de profesiones, análogas a lo que ocurrió en la actividad agrícola a principios
del siglo XX, son muy disímiles y resulta muy difícil determinar ahora lo que
realmente pasará.
Se estima que el impacto mayor no
se dará en los índices de desempleo. De hecho, los países con más robots no
tenían desempleo prepandemia, como vemos en los casos de Estados Unidos,
Alemania, Japón y Corea del Sur, entre otros. Sin embargo, se amplía la brecha
salarial entre el trabajo calificado y el no calificado, y la masa salarial
respecto al PIB tiende a retraerse en favor del factor capital. Hay actualmente
una gran discusión sobre el destino de los dividendos derivados de este proceso
de crecimiento. Esto ha llevado a Bill Gates a plantear que los robots deben
"pagar'' impuestos. Frente a esta cuestión, vuelve con fuerza una vieja
idea que es la de la renta universal. Esta renta podría compensar a quienes no
tienen ingreso salarial o reciben una remuneración magra.
La educación es desafiada en un
mundo donde no conocemos los futuros trabajos. Se estimula la inteligencia
computacional entre los estudiantes y el desarrollo de la inteligencia
emocional y creativa. Las empresas tienen este desafío como oportunidad
competitiva. La clave de todo este proceso, que debe ser coordinado, según
Acemoglu, es que represente un aumento de productividad que no implique
exclusión social.
Economista, doctor en dirección
de empresas; IAE - Universidad Austral
Por: Eduardo Luis Fracchia
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