miércoles, 15 de septiembre de 2010

GOBIERNO ABIERTO: UNA REVOLUCIÓN QUE YA LLEGÓ

Rafael Estrella.Embajador de España en la Argentina.
¿De qué hablamos cuando hablamos de "gobierno abierto"? Nos referimos a la emergencia, tan inevitable como saludable, de un modelo superior y avanzado en nuestro sistema democrático de valores y convivencia, un impulso en la transparencia de los gobiernos y, a su vez, a la participación y la colaboración del ciudadano como individuo. Se trata de una nueva dimensión de la política y lo político, que va mucho más allá de la democracia representativa y de la intermediación clásica de las organizaciones sociales. Internet y la Web 2.0, con máquinas y aplicaciones que ya no son monopolio de los poderes públicos, sino que están al alcance de cualquier ciudadano, son el vehículo sobre el que se construye este nuevo escenario.

En estos días, llega a las librerías argentinas el libro Gobierno abierto - Open Government. Se trata de una obra coral en que expertos españoles y argentinos reflexionamos sobre el impacto revolucionario de Internet y las tecnologías de la información y la comunicación, a través de la denominada Web 2.0, en la acción de gobierno, la política y la construcción social. El libro, coordinado por César Calderón y Sebastián Lorenzo, es también el primer producto de una prometedora alianza entre una editorial argentina (Capital Intelectual) y una española (Algón Editores).

En los últimos cinco años, la revolución tecnológica que supone Internet se ha acelerado de forma explosiva con el desarrollo de la Web 2.0. La integración y la accesibilidad del hipervínculo, el sonido o la imagen; los teléfonos inteligentes y el creciente ancho de banda favorecen su uso y expansión. Internet y el vertiginoso progreso tecnológico hacen posible y global esa transformación.

Las herramientas de la Web 2.0 permiten a ciudadanos individuales, no necesariamente integrados en organizaciones sociales tradicionales, difundir sus ideas y propuestas, y relacionarse con sus pares. La reciente emergencia de las redes sociales abiertas o selectivas (Facebook y Twitter nacieron en 2006) y de herramientas (el primer video en YouTube se subió en abril de 2005), además de ofrecer oportunidades de interacción a jóvenes y adolescentes han proyectado también a la primera línea a millones de ciudadanos que quieren y pueden modelar sus propias vidas y que se agrupan libremente en redes que no son orgánicas ni jerarquizadas, sino distribuidas.

En ese actuar del individuo como ciudadano del ciberespacio ("un mundo que está a la vez en todas partes y en cualquier lugar"), el activismo político ocupa espacios cada vez más amplios e influyentes. Ese es el rasgo más notable de la sociedad posmoderna: actores individuales en redes que reconocen referentes, pero que carecen de jerarquía. El nuevo umbral tecnológico tiene un doble efecto: tanto los gobiernos como los internautas están en condiciones de usar aplicaciones que permiten, a los primeros, ofrecer servicios eficaces y accesibles de administración electrónica, y, a los segundos, participar y exigir no sólo esos servicios, sino más transparencia y mejor acceso a la información, una noción más ambiciosa que la de gobernanza. También, una oportunidad frente a la desafección hacia la política.

Estamos ante una nueva frontera, no sólo tecnológica -la tecnología es un instrumento, no un fin en sí mismo-, sino también política. Si la sociedad en red actúa de manera distribuida en un mundo plano, como lo es también el ciberespacio, ello implicará, inevitablemente, el fin de las burocracias jerarquizadas.

Pero los ciudadanos que viven en el ciberespacio -la ciberpolis- no quieren sólo ser mejor administrados, sino también ser mejor servidos, más informados y escuchados. La conciencia de su influencia y las respuestas públicas a estas demandas hacen crecer la blogosfera política y de lo público en número y en calidad, y acercan a esos ciberciudadanos a la política con nuevos términos de relación, que no se traducen necesariamente en el encuadramiento. Pero, no lo olvidemos, el lugar de la ciberpolítica no es un espacio propio ni diferente; bien al contrario, comparte la arena política con otros poderes políticos, sean públicos o sociales, lo que abre escenarios de influencia y de cooperación.

En esa dirección, el constante avance tecnológico está ya haciendo posible y creíble una política de gobierno abierto. El objetivo es hacer accesible a los ciudadanos, en formatos compatibles y procesables por el usuario, la ingente cantidad de información de las administraciones (data.gov en Estados Unidos, data.gov.uk en Reino Unido o Irekia en el País Vasco).

El gobierno abierto exige, además de una visión y una acción integradas desde los gobiernos, una nueva cultura de lo público cuyo objetivo central es implicar al ciudadano en la gestión y, en particular, en la construcción y evaluación de las políticas. Ese cambio cultural, para que sea real y efectivo, no puede quedarse en la epidermis del gobierno, sino que debe extenderse y transformar al conjunto de las administraciones, en todos los ámbitos.

En cuanto a la diplomacia, la más global de las políticas domésticas, ya no es, como tradicionalmente, algo que sucede entre gobiernos y detrás de puertas cerradas. Hoy, la distinción entre lo doméstico y lo exterior se difumina y la política exterior se convierte cada vez más en el dominio de toda la gente, lo que le incluye plenamente en el debate sobre el gobierno abierto.

La diplomacia de hoy es muy abierta. Pero con la extensión de la Web 2.0 comienza a ser más dinámica y directa; su público ya no es una audiencia a la hora fija de un informativo de noche o mediodía, sino el ciudadano individual que está en el metro, en el trabajo o en un café. Ciudadanos que, en tiempo real, difunden, opinan y crean opinión. Internet y la Web 2.0 forman parte de un proceso también imparable: la revolución en los asuntos diplomáticos.© LA NACION

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