Extracción del artículo "El español, en una era de máxima tensión".
Revista La Nación. 23 de marzo de 2019.
La popularidad de las nuevas tecnologías, como el masivo uso
de los teléfonos inteligentes, nos obliga a relacionarnos con las palabras. Las
redes sociales intervienen en todos los ámbitos de nuestra vida, incluida la
lengua. El uso del lenguaje escrito se multiplicó y encontró en las redes una
aspiración declarada a imitar la oralidad. "Es verdad que muchas palabras
se han abreviado, minimizado o reemplazado por emoticones, pero si la
inteligibilidad funciona, no me parece grave -opina Gonzalo Celorio, flamante
director de la Academia Mexicana de la Lengua-. Lo preocupante es la pobreza,
la futilidad, la insulsez de la expresión en las redes sociales. Aun así, no
creo que la escritura formal sufra un deterioro, porque la buena redacción y la
ortografía siguen teniendo un enorme prestigio o, mejor dicho, la comisión de
faltas gramaticales u ortográficas genera un desprestigio inmediato en la vida
pública. Aun así, existe el peligro en algunas sociedades, y sobre todo en la
juventud, de que la buena escritura sea considerada un signo clasista
aristocratizante, anacrónico y elitista, al que se debe combatir".
La lengua es un ente vivo y, en este sentido, el académico de
la RAE Juan Gil afirma: "Si la lengua no evoluciona, es que está
muerta". Ante la preocupación del uso de imágenes y símbolos, él no cree
que estemos ante una nueva escritura capaz de expandirse más allá de las redes
sociales. "La escritura europea durante la Edad Media utilizó muchas más
abreviaturas e inventó signos de puntuación nuevos (el latín no tenía comas ni
signos de interrogación ni exclamación: ellos fueron los emoticones medievales).
Las diferentes lenguas, la latina y las romances, no sufrieron por tal motivo
quebranto alguno".
El mismo ejemplo adopta Luis García Montero al destacar que
los amanuenses (escribientes en la Edad Media) se adaptaban a la escasez del
pergamino y escribían con abreviaturas. "Si uno ve las cartas oficiales de
los siglos XI, XII, que manejaban en la administración de la corona española en
Hispanoamérica, van encontrar que están llenas de abreviaturas -ejemplifica
Concepción María del Pilar Company Company, lingüista, filóloga, investigadora
y académica mexicana-. De hecho, hay diccionarios de abreviaturas para poder
entenderlas. No estamos ante algo nuevo: es un mecanismo usual de los hablantes
abreviar ante la rapidez y la necesidad que requiere el texto".
En los años 50, el francés André Martinet acuñó el término
economía lingüística. "De esta manera designa uno de los principales
mecanismos de la evolución en lingüística -analiza la escritora, profesora y
licenciada en Letras Modernas Perla Suez-. Abreviar, acortar o simplificar
claramente está entre nosotros desde antes de Twitter. Necesitamos nuevos usos
del lenguaje para los nuevos medios. Los soportes cambian y los usos también;
detenernos a pensar que son errores, negarlos o pretender encorsetarlos es perder
el tiempo". Carme Riera, escritora y miembro académico de la RAE, deja
constancia de su preocupación: "Escribimos de manera telegráfica, tendemos
a abreviar y es posible que, si seguimos así, tengamos que enfrentarnos a
cambios ortográficos importantes. La conjunción 'que' puede que en el futuro
sea sustituida por 'K'", advierte.
"Cuando la 'p' en la palabra septiembre formaba parte de
la norma, la grafía setiembre era errónea y ahora está en el Diccionario de la
Real Academia -ilustra Elena Pérez, decana de la Facultad de Lenguas de la
Universidad Nacional de Córdoba-. Quiero decir, con este breve ejemplo aislado,
que las lenguas están en constante mutación y que no todos los cambios deben
catalogarse como erróneos. Prefiero hablar de nuevos usos a los que el idioma
debe adaptarse, ya que los nuevos soportes habilitan y nos demandan otros
usos".
Que escribamos y nos comuniquemos mucho más siempre es
positivo. "Sin embargo, parece que cada vez que surge una nueva tecnología
hay un movimiento sísmico que considera que todo lo anterior era mejor, una
especie de nostalgia anestesiada -observa el poeta, ensayista y crítico
literario español Luis García Montero-.
Hay que reconocer las posibilidades de
comunicación, expresión y libertad que dan las redes sociales, pero no por ello
olvidarnos de sus peligros. Peligros que son más cívicos que gramaticales u
ortográficos. Son 'poderes salvajes', en el sentido de ingobernables, que
pueden extender infundios, falsos planteamientos y fomentar subjetividades
antidemocráticas. Por otra parte, no podemos olvidar que se han convertido en
un ágora moderna donde se congregan los ciudadanos, los que cometen faltas de
ortografía y los que no; los que invitan a reflexionar o a compartir, y los que
llaman a la división. Las redes sociales parecen el resultado de una sociedad
que estaba reivindicando el derecho a hablar, pero que a veces se ha olvidado
del deber de escuchar con respeto".
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