Sebastián
Campanario. 8 de septiembre de 2019
"Cómo
me gustaría ser una madre en los años 80, darles a mis hijos Chikenitos sin
culpa con el noticiero de la tele como sonido de fondo", escribió semanas
atrás, a la hora de la cena, una tuitera con hijos chicos. El "sin
culpa" de hace 20 o 30 años para la clase media también incluía no ponerse
el cinturón de seguridad en el auto (y hasta llevar un vehículo atiborrado de
personas, por encima de lo permitido). O comprar cigarrillos de chocolates para
volver cool y aspiracional este hábito desde la niñez (en una época en la que
las principales compañías de tabaco se publicitaban como "la marca más
elegida por los médicos"). O, después de cenar, poner a Olmedo o Benny
Hill, con sus chistes homofóbicos o cosificadores de mujeres.
Así
como hace relativamente poco tiempo muchas conductas, hábitos y decisiones que
nos resultaban normales hoy nos parecen inadmisibles, es seguro que de aquí a
unos años varias de las cuestiones que hoy consideramos "naturales"
nos resulten extrañas. Y probablemente en un lapso menor al descripto en el
primer párrafo, porque la dinámica de cambio se está acelerando. Las redes
sociales, por ejemplo, amplifican y le dan velocidad a la formación de nuevos
consensos o tomas de conciencia.
"En
un futuro más cercano de lo que pensamos nos vamos a avergonzar y nos van a
parecer insólitas conductas que tenemos hoy como naturales", cuenta a LA
NACION Edwin Rager, un estratega de marcas que reside en Bogotá y que participa
en distintos proyectos de diseño de futuro. Rager planteó días atrás esta
discusión en sus redes y armó una lista con el aporte de distintos lectores y
especialistas. Muchas de los comentarios respecto de qué temas nos avergonzarán
tienen que ver con la llamada flecha de cambio ambiental: "la poca
importancia que se le da a la crisis climática", "que aceptemos que
la comida barata sea ultraprocesada y envuelta en mil envases de plástico y lo
orgánico, un lujo para ricos", "que la mayor parte de la gente no
separe la basura", "el consumo diario de carne", etcétera.
Relacionado
con este vector, las costumbres alimenticias están llenas de hábitos que
probablemente nos resultarán extraños dentro de pocos años. El exceso de azúcar
o comida chatarra, el desperdicio de alimentos o producir mucho más de lo que
termina ingiriendo la población (como sucede en la actualidad). La
consideración hacia los animales va en esta misma línea: los zoológicos tienden
a ser una excentricidad de décadas pasadas (como hoy consideramos a las ferias
del siglo XlX que exhibían a humanos raros en jaulas) y, según una de las
conversaciones que tuvo Rager, tal vez la exposición de la Sociedad Rural deba
reconvertirse drásticamente si pretende que los vientos de cambio no se la
lleven puesta.
La
conciencia acerca de los costos cognitivos del exceso de exposición a
smartphones y pantallas en general también se traducirán en hábitos que pronto
pueden ser vistos como vergonzantes. En algunos sitios sociales de clase media
alta de países desarrollados ya empieza a estar mal considerado el uso
intermitente del celular, no por una cuestión de etiqueta sino como una señal
de ignorancia ante el daño a la concentración, a la higiene de sueño, a la
memoria y a la salud mental en general.
Lo
que nos sucedió con los juguetes estigmatizadores "para nenes y para nenas
por separado", que hoy ya casi no se toleran, tal vez pronto suceda en
otras áreas: estarán mal vistas las profesiones vinculadas a un género en
particular. La naturalización de la discriminación etaria (a adultos mayores)
también podrá desvanecerse en la década que viene, con consecuencias enormes
para los negocios, las marcas y las políticas públicas.
Buena
parte de las sugerencias para la lista de Rager tuvieron que ver con la
estructura familiar tradicional: cada vez veremos menos historias en libros,
cine y TV basadas en un matrimonio con dos o tres hijos. La escritora y
periodista Tamara Tenenbaum, autora del best seller El Fin del Amor (Editorial
Ariel), criticó recientemente a la serie de la BBC Years And Years, que imagina
un futuro cercano en Londres, en el que todos se siguen casando con anillos y
jurando amor eterno. "Hay más modernidad y diversidad familiar en Villa
Crespo de 2019, donde vivo, que en el futuro de la vanguardia inglesa",
planteó la escritora y colaboradora de LA NACION.
¿El
fin de la intuición?
¿Qué
novedades podrán traer, a nivel económico, estos cambios de eje sobre lo que
nos resulta natural o normal hoy? Muchísimas, seguramente. Un informe reciente
de la oficina de prospectiva del gobierno británico muestra cómo se aceleró en
los últimos meses -más de lo previsto- el uso del dinero electrónico: los
billetes y monedas serán pronto rarezas del pasado, lo mismo que las llaves
para entrar al auto o al hogar (se usarán sistemas más seguros de
reconocimiento facial).
Para
el experto en diseño de futuros Alejandro Repetto, la irrupción de Internet de
las Cosas combinada con ciencia de datos e Inteligencia Artificial confluirá en
un futuro cercano en el que muy probablemente no se usen más técnicas de
muestreo para obtener datos. "Eso es bastante fuerte en términos
comerciales. Si podés poner sensores de todo, medís, no extrapolás y ahí se
acaban un par de versos. Es la lógica de cambio de negocios que se dio en los
medios de TV versus Internet, en la TV extrapolan la audiencia y la targetean
más o menos; en Internet sabés exactamente quién te vio", plantea Repetto,
ingeniero y representante en la Argentina del Institute for the Future.
"Hay
que imaginarse lo que esto significa para el comercio minorista, para el
mercado inmobiliario, para las ciudades. El valor de los departamentos o los
alquileres de los negocios van a ser más transparentes, porque se va a saber
exactamente cuál es el público que pasa. Un poco lo pensamos como la caída de
la intuición", agrega.
Para
Julián Bulgheroni, vicepresidente para América Latina de Kedge, una consultora
especializada en diseño de futuros, "es apasionante ver cómo el zeitgeist
de las sociedades condiciona los usos y costumbres, lo estándar, lo socialmente
aceptado y todo aquello que comúnmente definimos como "normal".
Cuando a lo normal lo analizamos sobre una línea de tiempo de largo plazo nos
damos cuenta de que sencillamente es una constante evolutiva relativa que, con
el simple paso del tiempo, se modifica de forma diaria e imperceptible".
El
denominado "diseño de futuros", que estudian varios de los
consultados para esta nota, se define como "una disciplina de
planificación de largo plazo que combina innovación, creatividad y estrategia y
que permite, a través de la identificación de señales tempranas de la
actualidad, construir patrones y clusters de trabajo que se combinan entre sí
para comenzar a visualizar probables futuros."
En
el campo del liderazgo, el mercado de trabajo y las empresas, entre las cosas y
hábitos que muy pronto nos resultarán extraños estarán, enumera Bulgheroni,
"las estructuras piramidales jerárquicas, la división de tareas y la
secuenciación del trabajo, las descripciones laborales fijas, el control de
horarios, los líderes omnipotentes y la centralización de las decisiones".
En
muchas industrias, los elementos del párrafo anterior ya son vergonzantes hoy.
Como en la serie Years and Years, el futuro cercano se funde con el presente,
en un flujo que se vuelve indistinguible.
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