Leo
Heileman. 08/09/2019
La
Amazonía es el bosque tropical más grande de nuestro planeta. Alberga 33
millones de personas de 9 países y es hogar de una extraordinaria
biodiversidad. Su densa vegetación y sus suelos húmedos contienen 140.000
millones de toneladas de carbono, capaces de trastocar el clima global en caso
de ser liberadas a la atmósfera.
Preservar
la Amazonía es un asunto de interés global y debe convertirse en una de las
grandes prioridades de nuestro tiempo.
En
los últimos 50 años ya hemos perdido 17% de este bosque vital. A pesar de los
esfuerzos para protegerlo, se registra un incremento alarmante de la
deforestación, cuyos efectos se intensificarán a causa de la crisis climática.
Los
voraces incendios que están devastando grandes porciones de bosque amazónico son
evidencia de que la inclemente expansión agraria y una creciente demanda
minera, sumadas a unas condiciones climáticas cada vez más extremas, están
acelerando la degradación de los ecosistemas.
Esto
es cierto en la Amazonía y también en otros paisajes vitales, como el Ártico,
donde se han reportado más de 100 grandes incendios desde junio. Ambos lugares,
aunque disímiles y lejanos, sufren los efectos de un calentamiento global
inédito. El pasado mes de julio podría pasar a la historia como el mes más caluroso
jamás registrado, y es posible que 2019 se convierta en uno de los cinco años
más cálidos de los últimos siglos.
En
este contexto, los esfuerzos para salvar la Amazonía tienen que abrazar lo
global y lo local. El cambio en las políticas nacionales de uso de tierras y la
lucha contra la crisis climática deben acelerarse. Los países que comparten el
bioma amazónico deben fortalecer la gobernanza de sus bosques, integrar a los
sectores productivos y promover actividades económicas sostenibles, sin las cuales
sería imposible preservar los ecosistemas y generar beneficios socioeconómicos
locales.
Todas
estas naciones tienen experiencias de conservación exitosas. Entre 2004 y 2012,
sus esfuerzos ayudaron a reducir en 80% la deforestación en la Amazonía. Existen
importantes lecciones aprendidas en la efectividad de manejo y gobernanza de
áreas protegidas, y debemos seguir avanzando, en estrecha cooperación con los
Estados de la región y con las 400 comunidades indígenas del bioma, que pueden
hacer grandes aportes a la construcción de soluciones innovadoras basadas en la
naturaleza.
Sí
es posible preservar la Amazonía y su biodiversidad. Necesitamos compromisos y
medidas audaces para aumentar el monitoreo de los ecosistemas, restaurar las
zonas degradadas y crear un mercado vibrante para las actividades productivas
sostenibles, como por ejemplo los productos amazónicos no maderables.
La
Cumbre sobre la Acción Climática convocada por el Secretario General de la ONU,
en septiembre en Nueva York, y la COP25 sobre Cambio Climático, que albergará
Chile en diciembre, son la oportunidad para llevar estos compromisos al máximo
nivel.
Las
discusiones sobre el Marco Global de Biodiversidad post-2020 ofrecen otro
espacio para repensar los modelos de conservación y uso sostenible de biomas
estratégicos como la Amazonía. Igualmente, la nueva Década de las Naciones
Unidas para la Restauración de los Ecosistemas proveen una plataforma práctica
para avanzar en la recuperación a gran escala de este bioma.
Sin
la Amazonía y sin los demás bosques tropicales del planeta no podremos limitar
el calentamiento global en 2°C -mucho menos en 1,5°C-, con lo cual será
imposible cumplir los compromisos del Acuerdo de París. No tenemos tiempo que
perder.
Leo
Heileman es Director Regional de ONU Medio Ambiente.
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