Muchas
startups van en busca de nuevas geografías, lo que hace pensar que podría
declinar su primacía como centro de tecnología.
2 de septiembre de 2018, LONDRES.-
"Como Florencia en el Renacimiento". Esa es una descripción común de
cómo es vivir en Silicon Valley. La capital de la tecnología de los Estados Unidos
tiene una influencia desproporcionada en la economía, las bolsas y la cultura a
nivel mundial. Esta pequeña porción de tierras que va de San José hasta San
Francisco es sede de tres de las cinco compañías más valiosas del mundo.
Gigantes como Apple, Facebook, Google y Netflix tienen a Silicon Valley como su
lugar de nacimiento y su sede, al igual que empresas que abren nuevos rumbos,
como Airbnb, Tesla y Uber. El Área de la Bahía tiene la decimonovena economía
del mundo, por encima de Suiza y Arabia Saudita.
Silicon
Valley no es solo un lugar. También es una idea. Desde que Bill Hewlett y David
Packard se instalaron en un garaje hace casi 80 años, ha sido un sinónimo de
innovación e ingenio. Ha estado en el centro de varios ciclos de destrucción y
regeneración schumpeterianos, en chips de silicio, computadores personales,
software y servicios de internet. Algunos de sus inventos han sido absurdos:
teteras conectadas a internet o una app que le vendía monedas a la gente para
usar en lavaderos de ropa automatizados. Pero otros fueron éxitos mundiales:
los microprocesadores en chips, las bases de datos y los celulares, todos
tienen linajes que arrancan en Silicon Valley.
Su
combinación de conocimiento experto en ingeniería, redes de negocios prósperas,
cuantiosos fondos de capitales, universidades fuertes y una cultura a favor del
riesgo han hecho que Silicon Valley sea imposible de clonar, pese a los muchos
intentos de hacerlo. Sin embargo, hay señales de que su influencia está
llegando a su pico. Si eso fuera solo un síntoma de una mucha mayor innovación
en otra latitud, sería motivo de felicidad. La verdad es menos feliz.
Ya
hay evidencia de que algo está cambiando. El año pasado fueron más los
estadounidenses que dejaron el condado de San Francisco que los que arribaron.
Según una reciente encuesta, 46% de los entrevistados dijo que piensa dejar el
Área de la Bahía en los próximos años, comparado con el 34% en 2016. Tantas
startups se están ramificando a nuevas locaciones que la tendencia tiene un
nombre: "Off Silicon Valleying" ("irse al off Silicon
Valley"). Peter Thiel, quizás el capitalista de riesgo de más alto perfil
del lugar, se cuenta entre quienes se van. Los que se quedan tienen perspectivas
más amplias: en 2013 los inversores de Silicon Valley pusieron la mitad de su
dinero en startups fuera del Área de la Bahía; ahora la cifra es más cercana a
dos tercios.
Los
motivos de este cambio son múltiples, pero uno muy importante es lo caro de la
zona. El costo de vida se cuenta entre los más elevados del mundo. Un fundador
calcula que las startups jóvenes pagan al menos cuatro veces más por operar en
el Área de la Bahía que en la mayoría de las demás ciudades estadounidenses.
Las nuevas tecnologías, desde la computación cuántica hasta la biología
sintética, ofrecen márgenes más bajos que los servicios de internet, lo que
hace más importante para las startups en estos campos emergentes cuidar su
dinero. Todo esto sin considerar los aspectos más negativos de la vida allí:
tráfico, jeringas descartadas y desigualdad de ingresos.
Como
resultado de ello otras ciudades están alcanzando relativa importancia. La
Kauffman Foundation, un grupo sin fines de lucro que sigue los registros de la
iniciativa empresaria, ahora rankea el área de Miami-Fort Lauderdale como la
primera en cuanto a actividad de startups en los Estados Unidos, basado en la
densidad de nuevas firmas y emprendedores. Thiel se está mudando a Los Ángeles,
que tiene un ambiente tecnológico vibrante. Phoenix y Pittsburgh se han
convertido en centros para el desarrollo de vehículos autónomos; Nueva York
para startups de medios; Londres para fintech; Shenzhen para hardware. Ninguno
de estos lugares se equipara por sí solo a Silicon Valley, pero entre todos
apuntan a un mundo en el que la innovación está más repartida.
Si
las grandes ideas pueden surgir en más lugares, eso es bienvenido. Hay algunos
motivos para pensar que el campo de juego para la innovación se está haciendo
más parejo. El capital está más disponible para las nuevas ideas en todas
partes: los inversores en tecnología cada vez más pasan el cedazo en busca de
ideas brillantes por todo el mundo, no sólo California. Hay menos motivos que
nunca para que una sola región sea el epicentro de la tecnología. Gracias a las
herramientas que las propias firmas de Silicon Valley han producido, desde los
celulares inteligentes, pasando por las videollamadas, hasta las apps de
mensajería, los equipos pueden trabajar en forma efectiva desde distintas
oficinas y lugares. Una distribución más pareja de la riqueza puede ser un
resultado de ello, una mayor diversidad de pensamientos, otro. Silicon Valley
hace muchas cosas llamativamente bien, pero se acerca peligrosamente a ser una
monocultura de hombres blancos nerds. Compañías fundadas por mujeres recibieron
sólo el 2% de los fondos repartidos por los capitalistas de riesgo el año
pasado.
El
problema es que el campo de juego más extendido para la innovación también se
está nivelando hacia abajo. Un factor es el dominio de los gigantes de la
tecnología. Startups, en particular las que operan en el negocio de internet
para consumidores, cada vez tienen más dificultades para atraer capitales a la
sombra de Alphabet, Apple o Facebook. En 2017 la cantidad de rondas de financiación
iniciales en los Estados Unidos fue un 22% menor que en 2012. Alphabet y
Facebook remuneran a sus empleados tan generosamente que a las startups les
puede resultar muy difícil atraer talento (el salario medio de Facebook es de
US$240.000).
Cuando
las probabilidades de éxito de un emprendimiento son poco seguras y el premio
no es tan diferente del que se obtiene con un puesto estable en uno de los
gigantes, el dinamismo se resiente, y no sólo en Silicon Valley. La historia es
similar en China, donde Alibaba, Baidu y Tencent son responsables por cerca de
la mitad de las inversiones de capital de riesgo locales, lo que da a los
gigantes gran incidencia en cuanto al futuro de potenciales rivales.
La
segunda manera en que la innovación se está nivelando hacia abajo es por
políticas cada vez más antagónicas en Occidente. El creciente sentimiento en
contra de los inmigrantes y los regímenes más duros en materia de visa, del
tipo impuesto por el presidente Donald Trump, tienen efectos sobre el conjunto
de la economía: empresarios extranjeros crean alrededor del 25% de las nuevas
compañías en los Estados Unidos. Silicon Valley floreció inicialmente en gran
medida gracias a la generosidad estatal. Pero el gasto en las universidades
públicas en los Estados Unidos y Europa cayó desde la crisis financiera de
2008. La financiación para la investigación es inadecuada -el gasto de Estados
Unidos en investigación y desarrollo fue un 0,6% del PBI en 2015, un tercio de
lo que era en 1964- y va en el sentido equivocado.
Si
la declinación relativa de Silicon Valley estuviera anunciando el auge de una
red global de centros de tecnología rivales, habría que celebrarlo.
Desgraciadamente, el pico que ha alcanzado Silicon Valley más bien parece un
alerta de que la innovación en todas partes se vuelve más difícil.
Traducción
de Gabriel Zadunaisky. Por: The Economist
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