Por:
Alieto Aldo Guadagni. 4 de mayo de 2019
La
educación está jugando un papel importante en este siglo, caracterizado por la
globalización impulsada por los avances científicos y tecnológicos; la
fortaleza económica de una sociedad depende cada vez más de su capital humano.
La población es la depositaria de ese capital, que es decisivo para impulsar el
progreso y mejorar las condiciones de vida, en especial, de los más humildes.
El nivel de conocimientos acumulados en la mente de los habitantes de un país
es la garantía de su avance. Estuvo en lo cierto The Economist cuando, haciendo
referencia al nivel educativo, afirmó en 2014 que: "La fortaleza de una
sociedad depende principalmente de lo que está en la cabeza de las personas.
Por esta razón Japón y Alemania pudieron recuperarse rápidamente a la finalización
de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que sus ciudades estaban reducidas a
cenizas".
Este
siglo es el siglo del conocimiento y de la racionalidad científica y
tecnológica. En suma, del saber que contribuye a acelerar el cambio de las
condiciones económicas, sociales y políticas; el mundo está cambiando día tras
día con la prontitud de los saberes nuevos. Las naciones ya han dejado atrás
una época en la que la producción de bienes y la acumulación de capital estaba
basada en los recursos naturales, y hemos ingresado a otra era, en la que el
conocimiento, la creatividad y la capacidad de innovar alcanzan valores
insospechados, convirtiéndose así en el nuevo capital de las personas, empresas
y naciones. El valor económico del denominado capital "humano" es hoy
nada menos que cuatro veces mayor al capital físico, según las evidencias
presentadas por el Banco Mundial. Durante gran parte del siglo XX nuestro país
se contaba entre las naciones con mayor desarrollo de su sistema educativo,
pero estamos perdiendo el tren educativo del siglo XXI, no solo cuando vemos lo
que está ocurriendo en las naciones desarrolladas, sino también en América
Latina.
El
faraónico proyecto de la Ciudad Universitaria que quedó a medio construir
Nuestro
Himno Nacional fue claro cuando proclamó la vocación por construir una nueva
nación sobre los cimientos de la "noble igualdad". Esto exige prestar
atención a nuestro sistema escolar, que hoy enfrenta dos problemas: bajo nivel
de conocimientos de los alumnos y grandes diferencias entre escuelas privadas y
escuelas estatales, vinculadas a las diferencias en los niveles socioeconómicos
de las familias. El ultimo Operativo Aprender 2018 nos permitió observar las
diferencias educativas vigentes en nuestro país, que dependen de tres factores:
la provincia donde reside el alumno, el nivel socioeconómico de las familias y
el tipo de escuela.
Mientras
el nivel de conocimientos de los niños y adolescentes dependa del dinero que
tengan sus padres nos alejaremos cada vez más de un país no solo con justicia
social, sino también con un crecimiento económico sostenido. Un buen sistema
escolar asegura altos niveles de conocimientos a sus alumnos, pero además
apunta a eliminar las desigualdades en los niveles de conocimientos de los
alumnos que dependen del nivel socioeconómico de sus familias. La pobreza y la
indigencia se concentran en quienes tienen una escasa escolarización; según el
Barómetro Social de la UCA la pobreza afectaba a alrededor de la mitad de
quienes no habían concluido la secundaria, pero esta proporción descendía entre
quienes habían completado la escuela secundaria,
Nuestra
escuela no está quebrando el círculo negativo de la reproducción
intergeneracional de la pobreza, ya que el nivel de conocimientos de los
alumnos depende esencialmente del nivel socioeconómico de sus padres. Abatir la
pobreza y la exclusión social requiere una educación que haga más equitativa la
distribución del capital humano. Tenía razón Confucio cuando decía: "Donde
hay buena educación no hay distinción de clases".
La
mayoría de nuestros pobres son "excluidos", ya que han sido
expulsados de la fuerza laboral, no tienen un empleo productivo y difícilmente
lo tengan aunque la demanda laboral crezca. Nuestros pobres hoy son
"excluidos", ya que en muchos casos son familias enteras que por más
de una generación han estado excluidas del nuevo y difícil mundo del trabajo.
Cuando la pobreza es coyuntural, sí se puede encontrar soluciones de corto plazo
con planes sociales, pero cuando la pobreza es estructural, como la que
padecemos, son necesarias otras líneas de acción que apunten directamente a la
raíz del flagelo de la pobreza con exclusión social. Por ejemplo, la escuela
secundaria debe ser no solo inclusiva, sino también de una calidad que no
dependa del nivel socioeconómico de las familias. Existe una desigualdad en la
graduación secundaria entre las escuelas estatales y privadas. De cada 100
niños que ingresaron a primer grado en una escuela privada en 2005, se
registraron casi 70 graduados secundarios en 2016, pero esta proporción colapsa
a apenas 32 por ciento en las escuelas estatales.
Como
expresa Norberto Bobbio: "Lo igualitario parte de la convicción de que la
mayor parte de las desigualdades son sociales y por lo tanto eliminables".
Nuestros adultos que hoy son pobres y excluidos no terminaron ayer la escuela
secundaria, pero debemos lograr que mañana sus hijos se gradúen en escuelas
secundarias de buen nivel educativo. Sin inclusión educativa no podremos abatir
una pobreza que hoy es laboralmente excluyente. Sin una buena escuela para
todos la justicia social no existe, pero habrá que comenzar por lo más simple y
elemental: cumplir íntegramente el calendario escolar y no dejar la escuela sin
docentes en las aulas.
Alieto
Aldo Guadagni
Miembro
de la Academia Nacional de Educación. Director del CEA (Universidad de
Belgrano)
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