Solo
si el país abraza la economía del conocimiento del siglo XXI podrá dar un salto
cualitativo en su desarrollo productivo, educativo y social, y así dejar atrás
años de decadencia; el Senado tratará el miércoles una ley clave que ya tiene
media sanción
María
Eugenia Estenssoro. 19 de mayo de 2019
La
Cuarta Revolución Industrial recorre el planeta y abre una oportunidad única
para la Argentina. Tras décadas de frustraciones y atraso, debería ser la meta
que nos convoque detrás de un objetivo común. Solamente abrazando la economía
del conocimiento del siglo XXI podremos dar un salto cualitativo en nuestro
desarrollo productivo, educativo y social, y dejar así atrás años de decadencia.
La
humanidad enfrenta desafíos enormes ante la megarrevolución impulsada por la
convergencia de múltiples tecnologías. Se estima que en poco tiempo no solo se
transformará el sistema económico global a la velocidad de la inteligencia
artificial, la robótica, la ingeniería genética, la nanotecnología, las
neurociencias, las impresoras 3D y la internet de las cosas, sino que cambiará
dramáticamente la manera en que vivimos, nos organizamos social y
políticamente, aprendemos, trabajamos, nos reproducimos y amamos. Pero ¿qué
significa todo esto?
El
sector automotor, por ejemplo, símbolo de la industrialización del siglo XX,
está en plena "disrupción", palabra emblemática de estos tiempos. El
presidente de Mercedes-Benz en Alemania ha dicho que sus rivales ya no son las
automotrices tradicionales, sino Tesla, Google, Apple y Amazon. Estas compañías
tecnológicas están inventando los autos del futuro: eléctricos, sin chofer y
conducidos por software de inteligencia artificial. El ideal de un auto por
persona o por familia tenderá a desaparecer. Además de caro es antiecológico.
Un dato clave: los jóvenes norteamericanos a los 16 años ya no corren a sacar
el registro. Apenas lo hace el 16%.
Los
robots avanzan velozmente. Ya fue creada una androide que habla en televisión,
da conferencias y responde a preguntas del público que no han sido pautadas
previamente. Sofía -así se llama- es bonita, de ojos claros, inteligente y
sensible. Asegura que quiere usar su inteligencia artificial para mejorar el
mundo. En Arabia Saudita el rey le otorgó la ciudadanía saudí. Las mujeres
musulmanas y los inmigrantes pusieron el grito en el cielo. ¿Por qué un robot
tendrá más derechos que personas de carne y hueso como ellos?
En
el mundo del trabajo, ya nadie duda de que los robots y las computadoras que
aprenden por sí mismos desplazarán a gran parte de los humanos de sus actuales
trabajos, mientras surgen nuevos oficios aún desconocidos. Todas las industrias
y servicios tenderán a digitalizarse o correrán el riesgo de desaparecer. Es lo
que se llama la Industria 4.0. La educación básica y universitaria está en
plena reinvención.
Algunos
avances de la biogenética son muy perturbadores. En China nacieron las mellizas
Nana y Lulu modificadas genéticamente cuando eran embriones. El científico
responsable dijo que les cambió un gen para evitar que adquirieran el virus del
VIH. Las autoridades chinas y científicos de otros países se indignaron porque la
manipulación genética en humanos no está permitida. Se desconocen sus
consecuencias biológicas y éticas. Muchos expertos vaticinan que estamos a las
puertas de una inédita mutación de nuestra especie y un cambio de civilización.
¿Fusión
entre humanos y robots? ¿Bebes diseñados en laboratorios? ¿Una elite de
superhombres y androides controlando todo, mientras gran parte de los humanos
deviene irrelevante? Jeff Bezos, creador de Amazon y el hombre más rico del
mundo, acaba de anunciar su sueño de fundar ciudades en otros planetas. Elon
Musk, inventor de los autos eléctricos Tesla, también quiere colonizar el
espacio. Con su empresa de naves espaciales espera trasladar un contingente
humano más allá de la Tierra para asegurar la supervivencia de nuestra especie
en caso de un cataclismo ecológico. Parecen historias de ciencia ficción, pero
es lo que están debatiendo los países desarrollados.
Aprovechar
las oportunidades
Es
probable que muchas de estas predicciones no sucedan, pero gran parte sí. Como
ocurrió en las revoluciones industriales anteriores, se estima que las naciones
que anticipen estos procesos e incorporen la disrupción tecnológica a sus
procesos sociales y productivos podrán aprovechar las oportunidades y minimizar
las amenazas.
¿Los
argentinos nos estamos preparando para el mundo que viene? La primera
revolución industrial surgió en el siglo XVIII, con la invención de la máquina
a vapor, que permitió mecanizar la producción y el transporte. La segunda se
produjo un siglo después, con la aparición de la electricidad y la producción
en serie. La tercera fue la revolución digital. Comenzó en 1960 con las grandes
computadoras y siguió con los semiconductores, las computadoras personales y el
surgimiento de internet. La cuarta revolución empezó a principios de este siglo
y está impulsada por la convergencia de múltiples tecnologías que se potencian
unas a otras a una velocidad y magnitud "exponenciales".
Los
países que no logren insertarse en esta revolución global como productores y no
solo como consumidores de innovación tecnológica quedarán a la deriva. En la
Argentina, Martín Rapetti, director del Programa de Desarrollo Económico de
Cippec, y su equipo están realizando estudios y mesas redondas para identificar
las políticas públicas que permitirían a nuestro país prepararse para las
transformaciones en marcha.
El software fue la punta de lanza de esta
industria
"La
evidencia histórica demuestra que en cada revolución industrial aumentaron a
nivel global el trabajo, los salarios reales y la producción. Pero hubo países
ganadores y perdedores", señala Rapetti. "La Argentina tendió a
ubicarse en el grupo de los perdedores: las sucesivas revoluciones tecnológicas
fueron períodos de rezago relativo para el país. Principalmente por la
incapacidad de buena parte de las empresas y trabajadores para absorber
completamente las nuevas tecnologías y traducirlas en ganancias de
productividad", añade el especialista.
Esta
es una de las causas por las que nuestro país, que hasta mediados del siglo XX
parecía destinado a convertirse en una nación de clase media industrializada,
se quedó a mitad de camino. En varios documentos de Cippec, Rapetti y Ramiro
Abreu recomiendan que el gobierno y el sector privado encaren en conjunto
políticas de reconversión productiva, laboral y educativa como están haciendo
Alemania, Estados Unidos, China, Francia, Suecia y otros países ante las
exigencias de la industria 4.0. Un dato alarmante: estiman que hoy solo el 16%
de los trabajadores argentinos cuenta con las habilidades necesarias para la
economía basada en el conocimiento.
Rapetti
afirma que la Argentina está atrapada en lo que él llama la economía del
"día de la marmota". Al igual que el protagonista de esa famosa
película Hollywood, que queda atrapado en un bucle temporal y cada mañana se
despierta para vivir el mismo día, los argentinos estamos atascados desde hace
décadas en una economía estancada, de baja productividad, que cae una y otra
vez en altos déficits, inflación, crisis cambiarias y recesión. "La
Argentina tiene que producir y exportar mucho más para salir de este bucle de
estancamiento crónico. Un sector clave es el de servicios del conocimiento,
software, tecnología y servicios profesionales", repite con estadísticas
en mano.
Un
sector con potencial
En
los últimos 20 años este sector fue el que más creció. Emplea a 435.000
personas, exporta US$6000 millones al año y es el segundo generador de divisas
después del complejo agroindustrial. Por la calidad de nuestros científicos,
emprendedores y profesionales, la Argentina podría duplicar las exportaciones y
el empleo en diez años.
Recientemente,
la Cámara de Diputados dio media sanción -con solo dos votos en contra- a un
proyecto de ley para promover las industrias del conocimiento. En medio de las
feroces disputas electorales de estos días, que solo hablan del pasado, fue una
bocanada de aire fresco. Se espera que el Senado apruebe esta ley el próximo
miércoles 22 de mayo.
Mientras
se discutía el proyecto en las comisiones de la Cámara baja, un joven
emprendedor de la industria espacial que fue a exponer explicó que, además de
prevenir la conocida fuga de cerebros (éxodo de científicos y profesionales
calificados), la ley evitaría otra sangría mayor: la fuga de empresas.
"¿A
qué se refiere?", preguntó un diputado. Federico Jack, director de
operaciones de Satellogic, la empresa argentina que ha puesto en órbita novedosos
nanosatélites con nombres tan criollos como Manolito, Fresco y Batata, y
Milanesat, respondió: "Hace poco estuvimos en China y el gobierno nos
ofreció todo tipo de facilidades para mudarnos allá. Pero nosotros queremos
quedarnos aquí. Esta ley es un aliciente".
El
joven no lo dijo, pero durante los años del cepo financiero Satellogic se vio
obligada a radicar su fábrica en la zona franca de Montevideo, ya que era
imposible asegurar la producción y exportación de satélites desde la Argentina.
Marta
Cruz, socia de NXTP Labs, compañía que invirtió en Satellogic y otros
emprendimientos innovadores, al exponer en Diputados, también señaló que en
años recientes la legislación argentina expulsó empresas innovadoras.
"Nosotros invertimos en CargoX, una plataforma y aplicación digital que
conecta a camioneros con clientes corporativos y particulares. Pero el
fundador, que es argentino, tuvo tantos problemas aquí que se radicó en San
Pablo. Hoy es una de las tecnológicas más valiosas de Brasil y de América Latina",
acotó Cruz.
Ser
protagonistas de la Cuarta Revolución Industrial que vive el mundo exigirá un
enorme liderazgo político, profundos acuerdos entre empresarios y sindicalistas
y una gran visión de toda la dirigencia social. Es una tarea titánica. Pero es
urgente y necesaria.
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