El periodista y ensayista
francés acaba de publicar un nuevo libro, “La civilización del pez rojo”, en el
que describe lo que llama “economía de la atención” o la lógica “salvaje” de
acumulación en la cual se basan Facebook y otras plataformas para mantenernos
frente a las pantallas el mayor tiempo posible.
"Somos pececillos rojos,
encerrados en la pecera de nuestras pantallas, sometidos al carrousel de
nuestras alertas y de nuestros mensajes instantáneos", escribió Bruno
Patino en su último libro, titulado La civilización del pez rojo. Pequeño
tratado sobre la economía de la atención (Grasset, 2019). Director editorial de la
cadena cultural franco-alemana ARTE y de la Escuela de Periodismo de la muy
prestigiosa SciencesPo, Bruno Patino tiene detrás de sí una larga carrera en
medios, tanto en prensa escrita, como en radio, TV e Internet.
Patino es un entusiasta de la red
pero al mismo tiempo un profeta de sus peligros. Considera que la adicción que
hemos desarrollado a nuestros celulares y a nuestras pantallas no es una
inexorabilidad sino el resultado de un modelo de negocios que obliga a las
redes a permanentemente diseñar instrumentos para atraer nuestra atención por
más tiempo.
Luego de sufrir algunos
cuestionamientos, Facebook, por ejemplo, intenta mostrar mayor cuidado en lo
que hace a la seguridad de nuestros datos, pero no ha modificado su lógica
adictiva. Algo que Patino cree que sucederá, más tarde o más temprano, porque
así lo exigirán las sociedades.
En su libro, que espera pronto
sea editado en español -idioma que habla muy bien y que era el de su padre-,
Patino habla de los "arrepentidos" como Tim Berners Lee,
"inventor" de la web, que hoy intenta crear una contra-Internet para
"aniquilar su creación primaria". "La utopía, sin embargo, era
bella, la de unir en una comunión de iguales", a gente muy dispar a lo
largo y ancho del mundo.
En charla telefónica con
Infobae, afirma sin embargo su optimismo: en un futuro sabremos poner límites y
diremos: "Por supuesto que no se utiliza el celular en las escuelas, no se
lo mira cuando estamos almorzando en familia, no lo miro cuando estoy con mi
pareja".
— En su último libro, de
reciente aparición, usted habla de servidumbre digital y de economía de la
atención, ¿son sinónimos?
— Más o menos. En realidad el
libro habla de nuestra dependencia de las pantallas del móvil, de las redes
sociales y de algunas aplicaciones, el libro muestra cómo funciona esa
dependencia, hasta qué nivel llega y cuáles son las patologías que estamos
desarrollando. Pero trata de explicarlo no como el resultado de la tecnología
en sí, sino como el resultado de la aplicación de un modelo económico
determinado.
— La economía de la atención.
— Claro, la dependencia
individual y, digamos, esta concentración colectiva y social son los resultados
de una economía de la atención desenfrenada, sin límites. Trato de mostrar que
eso es producto de un modelo económico, y que ese modelo económico no estaba
previsto al inicio de esas aplicaciones, pero que éstas poco a poco adoptaron
el modelo económico basado en la publicidad y basado por lo tanto en el tiempo
que pasamos en esas aplicaciones. Entonces cuando tu modelo económico depende
del tiempo que la gente pasa sobre las aplicaciones el desafío es tratar de
captar, de conquistar la atención, incluso sobre momentos que tú dedicas a otra
cosa. Y para captar esa atención tienes que desarrollar o utilizar instrumentos
basados en las neurociencias que en realidad generan una relación de
dependencia entre el usuario y la pantalla o la aplicación. Esa economía de la
atención, por el momento desatada, nos cambia la vida. Trato de mostrar en mi
libro que hay una lógica en esa relación de dependencia porque desarrollar el
volumen de negocios de esos modelos implica poder establecer una relación en la
cual nosotros no tenemos una libertad total frente a nuestras pantallas.
— ¿Pero es posible evitarlo?
¿Pueden las redes desarrollarse si no es con una lógica económica?
— Por supuesto que tienen que
tener una lógica económica. Pero mi teoría es que dentro de 10 años, cuando
miremos hacia atrás, hacia el momento que estamos viviendo, nos estaremos
diciendo dos cosas: primero que fue el período de la economía digital salvaje,
como hubo una época del capitalismo salvaje, y segundo que fue un momento en
que no actuamos de modo responsable frente a las consecuencias en términos de
salud mental de esos instrumentos. Y no estoy diciendo que haya que acabar con
todo eso, solamente estoy tratando de instalar la idea de que debemos poner
límites. Si se compara con el negocio de los cigarrillos o del alcohol, vemos
que se han puesto ciertos límites en la comercialización de esos productos y
todo el mundo considera normal tener algunos límites. Entonces no estoy
diciendo que haya que acabar con la economía de la atención, sólo que hay que
ponerle un límite a esa economía de la atención. Límites individuales, que
pasan por la educación, por temporadas en las cuales se imponen otras
conexiones, no estar en esas redes sociales, pero también límites colectivos.
Así como se ha puesto límites a muchos mercados económicos, la economía de la
atención también tendrá límites. Tal vez yo sea demasiado optimista pero yo
estoy casi seguro de que dentro de 10 años estaremos mirando ese período del
principio de esa economía digital como uno en el que no tuvimos en principio en
claro las consecuencias que traería.
— Sería como la etapa de la
acumulación primitiva del capital.
— Exactamente, absolutamente.
Como un período primitivo de la economía digital de la atención en el cual se
podían utilizar los datos personales para captar la atención incluso en
espacios de tiempo que nosotros consagramos a otras cosas. Es eso lo que estoy
diciendo y dando muchos ejemplos de nuestra vida cotidiana y de las patologías
que hemos desarrollado frente a esos instrumentos.
— Usted compara nuestra
conducta ante las redes, en especial la de los millennials, con la del pez rojo
en la pecera, por el escaso tiempo de atención que tienen, 9 segundos.
— Son estudios. Esto lo recojo
de una reunión que tuvimos con Google en Madrid en la cual habían medido el
tiempo de atención del pez rojo que era de 8 segundos y decían -lo presentaban
como un desafío-, "fíjense que los millennials ahora tienen un tiempo de
atención de 9 segundos". Y Google hablaba de lo difícil que era captar la
atención de gente que tiene un tiempo de atención de 9 segundos. Lo que uno vive
como un desastre, lo que a uno le hace pensar "a eso hemos llegado",
para Google es un desafío. La idea del libro viene de allí.
— Pero esa atención dispersa y
tan limitada es impuesta también por las propias redes. Con su constante
bombardeo.
— Exactamente. Y cuanto más
bombardeo, más reducen el tiempo de atención y más difícil todavía es captar
nuestra atención; entonces más tienen que bombardear. Es un círculo vicioso
porque el modelo económico está basado en la economía de la atención, entonces
todos están compitiendo por esa atención. Por eso nos están solicitando a cada
momento, a cada minuto del día. Más lo hacen y más se reduce nuestro tiempo de
atención. Más se reduce nuestro tiempo de atención y más nos bombardean de
solicitaciones para intentar captar esa atención cada vez más y más difícil de
captar. Y el círculo vicioso produce esa dependencia y esa pérdida de control,
del dominio que podemos tener sobre nuestro tiempo personal.
— Usted cita también estudios
que dicen que más de 30 minutos en las redes, en la pantalla, ya es nocivo para
la salud. ¿No depende también de lo que uno esté haciendo en esos 30 minutos?
Se puede estar concentrado en una sola cosa durante ese tiempo, por ejemplo.
— Sí, pero el estudio no decía
"frente a las pantallas", sino que se refería a más de 30 minutos en
las redes sociales. Al tiempo que nosotros pasamos en las redes sociales, no
apunta a internet o a la conexión; aquí estamos hablando de un tipo de servicio
digital, no de todo el ámbito digital, de todo el universo digital.
— ¿Cree que Facebook se está
reformando luego de los cuestionamientos que recibió por el uso de la big data?
— Están tratando de cambiar
pero por el momento sólo en dos ámbitos: primero, en el de la seguridad de
datos; muchos tienen dudas acerca de esto pero por lo menos lo han enunciado.
Habrá que ver después si lo hacen verdaderamente… El segundo capítulo es el de
tratar de suprimir todas las cuentas falsas, las fake accounts; dicen que están
suprimiendo un millón de cuentas falsas por día.
— ¿Y en qué no estarían
cambiando?
— Lo que no están cambiando
para nada es la manera en la cual el modelo económico se desempeña en la red,
esa economía de la atención sin límite no la están cambiando para nada. Dicen
que lo están haciendo pero nunca han tenido ingresos publicitarios tan fuertes;
están presentando al mismo tiempo resultados en términos de publicidad que son
históricamente altos.
— O sea, el modelo adictivo de
Facebook sigue igual.
— El modelo adictivo sigue
absolutamente igual y no creo que la auto regulación pueda funcionar. Ninguna
empresa en el mundo decide por sí misma limitar la eficiencia de su modelo
económico. Sin leyes, usted puede estar segura de que los que fabrican alcohol
hoy estarían vendiendo alcohol a los niños. No se puede pedir a una compañía
que decida por sí misma limitar su capacidad de aumentar sus ganancias.
Entonces si en un momento u otro, y ese es el propósito del libro, nosotros
como colectividad llegamos a concluir que es absolutamente urgente y
absolutamente importante limitar la capacidad adictiva de la economía de la
atención, eso no se va a hacer por sí solo, eso va a requerir movilización. Que
llegue el momento dependerá de los países, de las discusiones con las
plataformas, de la ley e incluso de asociaciones de usuarios, pero en un
momento u otro esto va a tener que ser motivo de una negociación que no se va a
generar por sí misma.
— O sea que en definitiva
depende de la política.
— Exactamente. Primero se
necesita generar una especie de concientización colectiva y un esquema político
de ese alto nivel, que me parece muy necesario.
— ¿Ve que exista una
consciencia en su país, por ejemplo, y al menos a nivel de la dirigencia
política, sobre estos temas?
— Creo que la sociedad está
adelantada respecto de los políticos, porque fíjese que este libro se ha
publicado hace un mes y mucha gente dice "esto lo estamos viviendo
exactamente así". Estoy absolutamente seguro de que existe la conciencia
social de que algo no funciona bien respecto a esa dependencia que tenemos de las
pantallas. La conciencia colectiva o social está muy adelantada comparada con
la conciencia política. En mi país por lo menos hay una obsesión frente al tema
de la fiscalidad de estas compañías pero no la hay todavía en cuanto a los
impactos sobre nuestra vida personal, nuestra salud mental y nuestra vida
social, colectiva. Creo que la sociedad tiene cierto adelanto frente al mundo
político respecto a estos temas.
— En su libro usted habla de
los "arrepentidos", esos que fueron pioneros de Internet y las redes
y hoy están volcados a tratar de poner un freno a lo que desencadenaron. Un
poco me hizo pensar en el que inventó la dinamita y después el Premio Nobel de
la Paz.
— Es una muy buena comparación
porque de eso estamos hablando, de que la servidumbre digital en la que estamos
no estaba en los planes de aquellos creadores, de que esos ingenieros que
tuvieron responsabilidades estelares en Silicon Valley y que ahora dicen
nuestra creación se nos escapó de las manos, tiene consecuencias que no
habíamos previsto, y ahora estamos trabajando para cambiar todo este ámbito
creado. Tratan de crear de otras plataformas pero muchos de ellos también están
trabajando, investigando, para revelar, para dar a conocer la naturaleza de los
algoritmos de Facebook a fin de presionar por un cambio. Y, reitero, no hablan
de un cambio absoluto de modelo económico sino que poner algunos límites. Y de
eso estoy hablando yo también: no digo que haya que cerrar Facebook, cerrar
todo, no se trata de eso sino de que en algún momento la sociedad tiene que
poner algunos límites.
— La humanidad se enfrenta
siempre a estos nuevos descubrimientos que cambian la vida; la televisión, por
ejemplo, también generó reacciones. A veces, en reacción a la tecnificación,
alguna gente quiere volver al campo, aislarse, volver a la vida primitiva…
— Eso es imposible. Pero en
segundo lugar, internet, la red, también nos está aportando miles de cosas
absolutamente positivas. Lo único que estoy diciendo es pongamos algunos
límites para que podamos aprovechar esas oportunidades increíbles que nos trae
internet.
— Usted pone esperanza en el
tema de la educación, para crear conciencia de esta adicción y prevenirla. Pero
en este momento el debate es si hay que usar o no el smartphone en la escuela,
por ejemplo. ¿Usted qué opina al respecto?
— Estoy seguro, nuevamente, de
que dentro de unos años, con toda evidencia vamos a decir "pero por
supuesto que no se utiliza el celular en las escuelas", "por supuesto
que no se mira el celular cuando estamos almorzando o cenando en familia",
"por supuesto que no miro mi celular cuando estoy con mi pareja",
etcétera. Estoy totalmente a favor de que en determinados momentos y en
determinados lugares no se permita la
conexión.
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