Licenciado
en Economía, docente e investigador, acaba de lanzar su libro Big data; asegura
que los datos son "el nuevo petróleo", pero solo si sabemos
utilizarlos Fuente: LA NACION
La
gran tentación de quienes defienden una nueva tecnología es anunciarla como tan
disruptiva que es el fin de todo lo anterior. Del big data se ha dicho que
generará tanto conocimiento que será el fin de la ciencia tal como la
conocemos. Adiós a hipótesis, a corroboraciones, adiós a laboratorios y a
burocracias innecesarias. Pero también se puede ser parte de un movimiento así
y reconocer que es un nuevo parripollo, algo que necesariamente va a pasar de
moda. Es el caso de Walter Sosa Escudero y la revolución de los datos generados
espontánea (e involuntariamente) vía teléfonos celulares. "Si se hila
fino, la revolución no está en los datos sino en los datos junto con los
análisis", dice el licenciado en Economía de la UBA y doctorado en la
Universidad de Illinois (Estados Unidos). "Es verdad que es explosiva la
cantidad de información, pero siempre va a ser importante qué se hace con ella.
Los datos son el nuevo petróleo, pero de un tipo que no se van a acabar, como
tener petróleo para siempre. Es una nueva fuente de riqueza, pero el problema
es que no es un recurso escaso, sino que es un diluvio, viene mucha agua,
demasiada. El desafío es qué hacer con tanta agua", agrega el investigador
del Conicet y también profesor de las universidades de San Andrés y de La
Plata. Sosa Escudero acaba de lanzar su libro Big data (segundo en la colección
Ciencia que Ladra, de Siglo XXI, tras Qué es -y qué no es- la estadística),
pero -lo dicho- no es un defensor acrítico de la nueva herramienta.
-En
el libro, no das una definición explícita de big data. ¿Se puede decir que es
el minuto a minuto de la civilización?
-Sí.
Big data es el fenómeno de datos masivos provocados por la interacción de
dispositivos interconectados. Es un mecanismo de generación pasivo. Yo estoy
con este celular, sabe que estoy por acá, pongo la tarjeta para pagar, pero no
es que nos juntamos en Colegiales para generar datos. Vinimos a charlar y
generamos estos datos porque convivimos con estos aparatos. Y con las redes.
Así es que baja a cero el costo de generar datos. No necesito responder una
encuesta sobre si me gusta o no el lugar. Como hace poco estuve en otro bar de
esta misma cadena, el algoritmo saca conjeturas. Entonces sí funciona como un
minuto a minuto. Lo cual no es necesariamente una buena noticia.
-¿Por
qué?
-
Es que hay otros fenómenos que son paquidérmicos, que se mueven muy lentos, que
en el minuto a minuto no funcionan, se mueven lento por su naturaleza. A la
presión arterial hay que medirla, pero no muy frecuentemente, no cada quince
minutos, sino todos los días. También pasa con fenómenos sociales: algo que
midiera pobreza igual que la cotización del dólar no tendría sentido: "A
la 1.30 p.m. la pobreza es 35,25%"; no, así no. El conocimiento es un
evento lento; lento por cautela, no por tonto. ¿Cuánto tiempo se tomó Darwin
para redondear su teoría? Más de veinte años.
-Entonces,
¿es una revolución que tiene límites?
-Hay
datos que nunca van a venir. Cuando es por dispositivos, son los datos que
provienen de esa interacción. O por redes sociales, donde hay un montón de
información sobre el ánimo social de la gente, de un candidato presidencial, o
sobre el terraplanismo. Pero de los que no tienen Twitter, y no quieren tener,
no tenés datos. O con LinkedIn: podés saber cómo funciona el mercado laboral,
si pide más ingenieros o médicos. Pero en un país con 40% de informalidad
laboral y con un sector público tan grande, no llegás a saber todo. Con big
data vas a ver lo que la luz enfoca, pero no es una lluvia honesta de datos. Es
buena noticia porque más datos no puede ser mala noticia. Pero hay que tener
cuidado porque se puede caer en vicios clásicos como la falacia de correlación.
-También
está el miedo que provoca darles todo el poder a los algoritmos.
-Los
algoritmos saben mucho de nosotros: eso mete miedo. Somos muy predecibles al
actuar, casi como un ratón de laboratorio. Pero también increíblemente
complejos, no lineales, el cerebro trabaja muy bien la información. Big data
funciona bien en la parte predecible del comportamiento. El autocompletar del
Gmail escribe por mí y muchas veces lo hace mejor (ríe). Somos muy predecibles,
pero también un misterio absoluto. ¿Por qué me dediqué a la estadística? Qué sé
yo. ¿Y tu hijo a qué se va a dedicar? Ni idea. Hay muchos eventos que no se
pueden predecir, como las elecciones, un partido de fútbol.
-¿Se
podría dar que la gente cambie el lenguaje, o ciertos giros, para evitar que el
algoritmo detecte gustos y preferencias?
-Pero
aprenden rápido. Salvo por los captchas, algo que por ahora los complica, en
general jugar contra los algoritmos es ir a perder, porque aprenden muy rápido.
Un ejemplo: hay una sola cuenta de Netflix en mi casa, que se alimenta de mis
consumos y los de mi hijo adolescente. Al principio se volvía loco para
recomendar. Al primer mes era gracioso pero ahora aprendió: sabe que hay
alguien que mira series oscuras y otro que mira series adolescentes.
-Hace
unos años hubo una polémica respecto de si la economía es una ciencia o no...
-Si
la comparás con la física, no es una ciencia. Pero si la mirás desde esta otra
perspectiva, veamos. ¿Existen problemas sociales? Sí. ¿Es relevante actuar
sobre esos problemas? Sí. ¿Existe forma relevante de entender esas causas y
efectos? Sí. Si no se puede saber, si no es una ciencia, no se podría hacer
nada: si no explicás, no actuás. No me molesta la comparación con la física,
pero detrás de esa negación se esconde el argumento de que no hay explicación y
de que no se puede hacer nada. Me molesta como ciudadano que parezca que con la
pobreza no se puede hacer nada. La naturaleza científica de la política y la
economía es distinta de la física, pero la relevancia de los problemas y la
urgencia es buscar causas y efectos para intervenir y mejorar la salud de un
país.
-Además
de a la economía y a la estadística, te dedicás a la música. ¿Ves relaciones
entre ellas?
-Misteriosamente,
el arte tiene una sistematización, que no es la de la ciencia. En fotografía,
el grueso de las acciones obedece a reglas elementales; la música, desde lo
armónico es predecible, después de mi séptima tiene que venir un la. Eso es
conocimiento, oído. Me llama la atención que la ciencia y la fotografía y la
música tienen cosas predecibles, patrones estéticos. El arte y su verdadera creatividad
están fuera de esas reglas, pero las reglas existen. Hay un terreno difuso en
la ciencia que no se explica a sí misma, y a la vez el arte parece explicable.
Me pone nervioso que la ciencia no se explique a sí misma, y que el arte sí se
pueda explicar. La gente me dice que yo me relajo con la guitarra: no, me saca
de quicio. Me gustaría como científico que todo se pudiera explicar, pero como
artista preferiría que nada se pudiera explicar.
-¿Te
arrepentís de haber vuelto de los Estados Unidos?
-No,
para nada. En Estados Unidos, la percepción es que el sistema funciona y no lo
podés cambiar, aunque desde ya no es perfecto y por ejemplo se ven bolsones de
pobreza rural en los Apalaches. Pero en países como la Argentina percibía que
se podían modificar las cosas. Mejorar el sistema desde adentro. Argentina
tiene espacio para emprender. Gino Germani, Bernardo Houssay eran una mezcla de
emprendedores que crearon instituciones como el Conicet o el Instituto de
Ciencias Sociales. Eran de la gente que construye instituciones. En Estados
Unidos eso es más difícil, sos un átomo del sistema, das clases, investigás,
pero no creás cátedras, universidades. Esa cosa de inmigrante que va y planta
banderas.
Por:
Martín De Ambrosio
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