En el debate de la crisis
ecológica global, se habla cada vez más del Antropoceno, término resultante de
la combinación de las palabras griegas “anthropos” (humano) y “kainos” (nuevo).
Este concepto se refiere a la escala global del impacto de la actividad humana
en la composición y funcionamiento del “sistema de la tierra”. En su versión
más común, la idea del Antropoceno se basa principalmente en consideraciones
ecológicas. Esto apunta especialmente a la extinción acelerada de un mayor
número de especies, la progresiva reducción de la disponibilidad de
combustibles fósiles y el aumento de emisiones de gases de invernadero,
incluidos el dióxido de carbono y el metano. Aunque se trata de un fenómeno muy
reciente a escala geológica, ha quedado ya bien establecido que la actividad
antrópica (es decir, de origen humano) es causa directa de estos fenómenos y ha
influido profundamente en las transformaciones del medio ambiente a escala
global.
La perspectiva de una
“ecología-mundo”, desarrollada por Jason W. Moore, no discute parte alguna de
este cuadro desde un punto de vista descriptivo; logra, sin embargo, captar
algunos otros aspectos que también están respaldados por algunos datos
indiscutibles. El sociólogo norteamericano critica el relato “antropocénico”
porque se centra sólo en los efectos de la degradación ecológica. De este modo,
se está en realidad descuidando el análisis de las causas de ese deterioro, lo
que hace por tanto más difícil identificar a los responsables de la crisis
ecológica y buscar soluciones políticas al problema. Por el contrario, debemos
ir a la raíz del asunto, reconociendo que el capitalismo, si bien no tiene
disposiciones para ser un sistema respetuoso con el medio ambiente, es en sí
mismo, inevitablemente, un sistema ecológico.
Visto en este contexto, puede
tomarse el impulso hacia la insostenibilidad ambiental por parte del
capitalismo como algo ya inherente en la organización del trabajo que apunta a la
acumulación ilimitada. Gracias a esta oportuna puesta al día de este concepto
contemporáneo, el juego de herramientas teóricas está demostrando su continuada
pertinencia, señalando que la coacción forzada del trabajo (tanto humano como
no humano), subordinada al imperativo del beneficio a cualquier precio —y por tanto de la acumulación ilimitada
—es lo que está provocando la ruptura del equilibrio del ecosistema. No
hablamos entonces del Antropoceno, sino más bien del “Capitaloceno”.
Nos encontramos con Moore en
Ragusa [Sicilia], donde Salvo Torre, profesor de la Universidad de Catania, ha
organizado un seminario intensivo sobre “ecología-mundo” y la actual crisis
global, programado para antes del congreso de Nápoles el 9 de junio con el
título “Ecologie politiche del presente”, que incluirá también a otros
especialistas académicos también implicados en la investigación de cuestiones
de ecología política y conflictos socio-ecológicos. Conversan con Moore Gennaro
Avallone (Universidad de Salerno) y Emanuele Leonardi (Universidad de Coimbra).
De acuerdo con su perspectiva, trabajo y naturaleza son dos caras de la
misma moneda, sobre todo si se considera la necesidad capitalista de producir
grandes cantidades de bienes a un coste cada vez menor. ¿Cómo se constituye la
relación, entonces, entre naturaleza barata y trabajo barato?
Mi punto de partida es la
consciencia de que el capitalismo no es sólo una práctica de explotación
económica del trabajo, sino también —y de modo más fundamental — una forma histórica
de dominación que se extiende al trabajo doméstico, el trabajo servil y el
trabajo que implica a la naturaleza. En este sentido, el capital siempre tiene
necesidad de producir naturaleza barata, con el fin de relanzar continuamente
el proceso de acumulación. Esta palabra, “barata”, no se refiere solo a su bajo
coste. Debería entenderse más bien como una estrategia abarcadora, en la que la
reducción del precio queda subordinada a un deterioro más general, en términos
de una dignidad y respeto “menores” asignados a los sujetos dominados: las
mujeres, los pueblos colonizados y el medio ambiente. De acuerdo con este punto
de vista, el trabajo barato es el único elemento de una naturaleza que se ve sometida a violencia por
el capital, y en la que debería pensarse tanto en términos de una dinámica
económica dirigida a rebajar los costes salariales, es decir, el coste, así
como el valor, de la mano de obra, así como en términos de un proyecto de
expansión del trabajo no remunerado, el cual, aunque se haya vuelto invisible,
se produce en el terreno de la reproducción humana.
En su libro sostiene que en la actual situación económica el
capitalismo ha agotado su propia capacidad de producir naturaleza barata. ¿De
dónde proviene esta convicción?
Cada ciclo de acumulación de
riqueza ha requerido de al menos cuatro elementos baratos. Estos llamados “cuatro baratos”, que se reducen a los bienes necesarios
para la acumulación de riqueza, han sido la mano de obra, los alimentos, la
energía y las materias primas. Cada una de las grandes olas de acumulación
de riqueza a escala global se ha desarrollado basándose en amplias
reconstrucciones de la “ecología-mundo”, que se han centrado en las
revoluciones agrícolas. El momento presente es el último en una larga historia
de limitaciones y crisis a las que se ha enfrentado el capital. Sin embargo,
creo que hoy las condiciones que pueden reproducir esta suerte de proceso ya no
están presentes, primordialmente a causa del cambio climático, que tiene el
efecto de aumentar los costes y reducir la disponibilidad de cada uno de estos
elementos. La naturaleza nos está pasando la factura, y exige el pago de lo que
hemos ido extrayendo de ella durante siglos.
Un flagrante ejemplo reciente de
esto lo constituye el coste progresivamente más elevado de la agricultura,
tanto en términos de energía como de biología. El consumo de reservas a escala
planetaria es tan elevado que, para 2050, las cosechas que se planten rendirán
considerablemente por debajo de cualquier expectativa probable del mercado
alimentario global.
Su campo de investigación tiene una dimensión militante explícita.
¿Cuáles son los principales instrumentos de movilización que ofrece esta
perspectiva de la “ecología-mundo”?
Mi esperanza es que esta
investigación teórica pueda proporcionar conocimientos útiles para los
movimientos sociales de todo el mundo que luchan no sólo contra los efectos
sino contra las causas de raíz del cambio climático. Naomi Klein ha recurrido a
un término muy apropiado, “Blocadia” para referirse a esta zona de conflicto
transnacional e itinerante que incluye y vincula en común luchas sindicales,
movimientos ecológicos por la justicia climática y movimientos populares de
extraordinaria potencia como Black Lives Matter [movimiento norteamericano contra
la violencia policial que se ceba en la población negra], Idle No More
[movilizaciones de protesta de pueblos aborígenes canadienses] y Standing Rock
[nombre de la reserva de los sioux de Dakota centro de las protestas por el
paso de oleoductos a través de sus tierras]. Creo que es hora de hacerse la
pregunta de cómo podemos construir una contra-hegemonía post-capitalista, lo
que podría contrarrestar de modo eficaz las desastrosas políticas
medioambientales impuestas por el neoliberalismo.
En el libro que escribí junto a
Raj Patel, A History of the World in Seven Cheap Things [Historia del mundo a
través de siete cosas baratas] (en italiano Una storia del mondo a buon
mercato, publicado por Feltrinelli), tratamos de mostrar algunas indicaciones
para alcanzar esta meta y hablamos acerca de la ecología de las reparaciones,
que incluye compensaciones monetarias por la deuda ecológica, pero que, por
supuesto, no se reducen a eso. Sobre todo, identificamos diferentes formas de
redistribución de riqueza —tanto sociales como medioambientales — igualmente
indispensables, así como la reinvención del trabajo más allá de su forma
asalariada.
Al fin y al cabo, ¿quién ha dicho
que el trabajo no debería ser otra cosa que un trajín diario y no una alegre
forma de compartir? En este punto, es importante ser claro: la revolución
ecológica resulta absolutamente incompatible con la llamada “ética del
trabajo”, que además no es otra cosa que una dolorosa herencia del
colonialismo.
En resumen, no discutimos que se
requieren trabajo duro y esfuerzos para producir lo que se necesita para el
bienestar social, pero pedimos que el trabajo se haga, en la medida de lo
posible, más pleno de sentido y agradable. Por encima de todo, tenemos la esperanza de que las luchas de
las y los trabajadores puedan cambiar radicalmente la actual relación perversa
entre trabajo, vida y juego, que el capitalismo está imponiendo violentamente.
Jason W. Moore enseña Historia
del Mundo y Ecología-Mundo en el Departamento de Sociología de la Universidad
de Binghamton (Nueva York). Es coordinador del World-Ecology Research Network.
No hay comentarios:
Publicar un comentario