Ariel Torres. 7 de julio de
2019
No tenían ni la menor idea de
lo que estaban a punto de poner en marcha. Era un experimento importante, sí.
Pero de ninguna manera imaginaron que estaban a punto de cambiar el rumbo de la
civilización. Suena exagerado, pero es exactamente así. Tres meses después de
haber puesto un pie en la Luna, el hombre desembarcaría por primera vez en eso
que hoy llamamos, con cotidiano desenfado, espacio virtual.
A las 22.30 del miércoles 29
de octubre de 1969, un estudiante graduado de la Universidad de California en
Los Ángeles (UCLA), llamado Charley Kline, envió el primer mensaje por una red
llamada Arpanet. Del otro lado de la conexión estaba un joven programador, Bill
Duvall, del Stanford Research Institute (SRI), en Menlo Park, unos 500
kilómetros al noroeste. Arpanet, nacida de la Guerra Fría y abuela de la actual
internet, estaba a punto de despertar.
Fue un alumbramiento
traumático, sin embargo. Ya volveremos a esta escena. Ahora vamos a congelarla
para viajar un poco más atrás, a 1957. Ese año, la Unión Soviética había puesto
en órbita el primer satélite fabricado por el hombre, llamado Sputnik 1. Desde
afuera, uno podía imaginar el júbilo astronáutico en Moscú y la desazón
espacial en Washington. Pero, como suele ocurrir con la realidad, las cosas
eran bastante más complejas. Dato de color: "sputnik" en ruso
significa satélite, palabra que, en latín, quería decir compañero o escolta.
Así que, desbordando creatividad, los soviéticos le pusieron a su primer satélite,
bueno., satélite.
El Sputnik 1 era una esfera de
metal de unos 60 centímetros de diámetro. Como una ojiva nuclear, digamos. Así
que lo que celebraban en Moscú y temían en Washington no era el satélite en sí,
sino el cohete que lo había puesto en órbita. Llamado R-7 y lanzado por primera
vez dos meses antes, es considerado el primer misil balístico intercontinental
de la historia. De modo que, de carrera espacial, poco. La lucha era más bien
por cuál de los dos colosos conseguía la tecnología para regar a su rival con
bombas atómicas. La Unión Soviética había llegado primero, y esas eran noticias
catastróficas para Estados Unidos.
La reacción no se hizo
esperar, y solo cuatro meses después del Sputnik (un plazo récord, considerando
los tiempos que suelen tomarse los gobiernos) el presidente Dwight Eisenhower
fundó la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada, cuyas siglas fueron,
al principio, ARPA. Cambiarían en marzo de 1972 a DARPA (la D es por Defensa);
volvería a ser ARPA en febrero de 1993, y de nuevo DARPA en marzo de 1996. La
misión de ARPA era desarrollar nuevas tecnologías para la defensa de Estados
Unidos. De sus entrañas nacería la idea de las comunicaciones resistentes a
fallas y ataques devastadores y, 12 años más tarde, Arpanet daría su primer paso
vacilante y accidentado.
"Lo and behold!"
"Arpanet tuvo
-literalmente- cientos de padres", le dijo en 2009 a la Radio Pública
Nacional el estadounidense Robert Taylor, que había sido director de la Oficina
de Técnicas para el Procesamiento de la Información de Arpa entre 1965 y 1969,
y que, por esto, es considerado uno de los fundadores de esa red y uno de los
pioneros de internet. Es cierto, pero algunos nombres se destacan,
inevitablemente. Por ejemplo, Joseph Carl Robnett Licklider, uno de los primeros
en imaginar la computación tal como la conocemos hoy y en prever una red
global; o Paul Baran y Donald Davies, que pergeñaron el mecanismo último que se
usó en Arpanet y luego en internet, llamado "conmutación de
paquetes"; y Leonard Kleinrock, que le dio el soporte matemático a dicho
mecanismo y que estaba presente la noche del 29 de octubre de 1969, cuando
Arpanet intentó ponerse de pie. Intentó, decimos, porque tan pronto dio sus
primeros dos pasos, la computadora en el SRI se colgó y fue menester empezar
todo de nuevo.
La tarea, aquella noche, era
mucho menos riesgosa que la de Neil Armstrong y Buzz Aldrin, tres meses antes.
Pero su complejidad técnica no se quedaba atrás. Tanto, que la descomunal red
global a la que llamamos internet arrancó con una misión muy sencilla. Desde
una computadora SDS Sigma 7 en la oficina de Kleinrock en la UCLA, Kline debía
loguearse en otra máquina en el SRI, una SDS 940. Esto es, tenía que escribir
la palabra LOGIN. Hoy nos parece un juego de niños. Pero 40 años atrás esta
simple operación (nuestros teléfonos ejecutan procesos millones de veces más
complejos de forma transparente y en segundo plano) constituía todo un desafío.
Dato de color: la Sigma 7 era una computadora de 32 bits lanzada en 1966 por al
compañía Scientific Data Systems (SDS). Para ponerlo en perspectiva, las
primeras computadoras personales de 32 bits aparecerían en el mercado solo 20
años más tarde, en 1985.
De nuevo en la UCLA, para
verificar que el SRI estaba recibiendo correctamente cada letra (L, O, G, I, N)
no tuvieron más remedio que apelar a un método que hoy parece viejo, pero que
entonces era inevitable. Cada vez que Duvall recibía una letra en su computadora,
lo informaba telefónicamente. Todo marchó bien con la L y la O. Pero cuando
enviaron la letra G, Duvall quedó a la espera, hasta que se hizo evidente que
su equipo se había colgado.
Pasado en limpio, el primero
de los trillones de mensajes que se enviarían en las décadas subsiguientes
Arpanet y su sucesora, internet, fue LO. Kleinrock encontró esto auspicioso,
por la frase "Lo and behold" en inglés. "No podríamos haber
esperado un mensaje más sucinto, profético y poderoso que ese", me dijo,
cuando lo entrevisté en 2014. Más tarde, esa noche, el experimento tuvo éxito,
y, por primera vez, dos computadoras estaban hablando a distancia. Antes de que
1969 terminara, otros dos nodos se conectarían con Arpanet.
Entre redes
Lo que ocurrió en aquella oficina
en octubre de 1969 no tendría ninguna importancia, de no haber sido por un
hecho enteramente fortuito que ocurriría 30 años más tarde. Ya llegaremos a
eso. Antes, hay que examinar la descendencia de Arpanet, que, a decir verdad,
más allá de probar el concepto de la conmutación de paquetes, le interesó mucho
más a los científicos y programadores que a los militares. En 1971, por
ejemplo, un ingeniero llamado Ray Tomlinson implementó el primer sistema de
correo electrónico para Arpanet. Fue un éxito de taquilla, y se dice que fue la
primera aplicación que disparó el uso de esta red.
Pero, en rigor, era terreno no
cartografiado. El hecho de poder conectar computadoras de forma remota abría un
abanico de posibilidades que sonaba a ciencia ficción; tanto, que nos llevó
medio siglo habituarnos a esa nueva normalidad. Las redes, en suma, empezaron a
multiplicarse, lo mismo que las computadoras. Redujeron su tamaño y su peso. En
1976, nacía Apple, que al año siguiente lanzaría su Apple II, considerada la
primera computadora personal. En 1981, IBM ponía en el mercado su IBM/PC (el
Modelo 5150, para ser precisos), que conquistaría el mundo con su arquitectura
abierta. Dicho más simple, en un lustro, Arpanet se había vuelto obsoleta. ¿Por
qué?
Porque conectaba computadoras;
en rigor, procesadores de mensajes, que servían de intermediarios entre esas
enormes computadoras que se compartían entre cientos de alumnos, profesores y
empleados. A principios de la década del 70 (del siglo pasado, aclaremos) se
hizo evidente que pronto haría falta conectar no ya computadoras, sino redes de
computadoras. Sin entrar en detalles técnicos, la idea que empezó a circular
era la de hacer internetworking. De allí la palabra internet.
Lo que celebraban en Moscú y
temían en Washington no era el Sputnik 1 en sí -una esfera de unos 60 cm de
diámetro- sino el cohete que lo había puesto en órbita. Con la ayuda de cientos
de programadores y estudiantes, Bob Kahn y Vinton Cerf publicaron las
especificaciones del nuevo protocolo de esa red de redes en 1974. Se llamó TCP
y originalmente incluía IP. La idea era simple: los paquetes de datos debían
poder llegar a destino sin importar la naturaleza -el software y el hardware-
de la red que los había emitido y de la que los recibía.
Tal como me lo contó Cerf en
2007, se inspiraron en el correo postal (y en la red experimental francesa
Cyclades), cuyas cartas llegan a destino sin importar el idioma, los usos y
costumbres, las convenciones para numerar domicilios y otros aspectos por el
estilo. Funcionó. El 1° de enero de 1983, algo más de una década después de su
alumbramiento, Arpanet se apagó para siempre y fue reemplazada por internet.
Clics modernos
Como se sabe, en 1983 teníamos
un montón de tecnologías muy buenas y prácticas, como el disco compacto, la
televisión a color y las videocaseteras. De internet, nada. Seguía confinada en
la academia, los organismos de gobierno y las grandes corporaciones. En 1988,
entrevisté a un investigador argentino de IBM, Jorge Sanz, que me mostró,
maravillado, el correo electrónico en su notebook; todo inalámbrico. Sí, en
1988. Fue duro volver a la carta de papel y la máquina de escribir. Pero
faltaba poco.
En 1989, un emprendedor
estadounidense llamado Barry Shein pensó que estaría bueno ofrecerle al público
un servicio de e-mail, y fundó el primer proveedor de internet de la historia,
The World, en Brookline, Massachusetts. Al principio le hicieron la vida
imposible, porque, argumentaban, estaba lucrando con bienes del Estado. Pero
dos años y mil clientes después, a causa de que el clima político estaba
cambiando, le dieron luz verde para que siguiera con The World "como un
experimento".
Hoy, hay más de 4000 millones
de personas conectadas con la red de redes. El mundo es otro, por completo, y
todo empezó humildemente en la oficina de Leonard Kleinrock una noche de
octubre de 1969. En términos absolutos, ese primer paso alteró el curso de la
civilización mucho más que el de Armstrong. Aunque, como dijimos, no sin
tropiezos.
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