En Helsinki, la
capital de Finlandia, país en el que cada habitante lee en promedio 48 libros
por año, un flamante edificio que costó 100 millones de euros atrae a gente de
todas las edades que comparte su pasión por la lectura. Un espacio de encuentro
y sociabilidad que es un ejemplo de vanguardia
Crédito:
Sebastián Arauz. 28 de julio de 2019
Oodi es lo que tú
quieres que sea. La revolucionaria biblioteca de Helsinki abrió sus puertas en
diciembre de 2018 como culminación de los festejos por el centenario de la
independencia de Finlandia (1917) y no parece que esa frase que figura en su
sitio web haya sido un mero mensaje marketinero.
Allí la gente
hace lo que le viene en gana. Se tira en comodísimos sillones, en el suelo o
sobre alfombras diseñadas por reconocidos artistas. Pinta, cose, toca el
violonchelo, hace bricolaje, juega con los niños, cambia los pañales de sus
bebes, festeja cumpleaños, reproduce objetos en impresoras 3D, graba canciones,
hace reclamos o plantea sugerencias a las autoridades locales. Ah, y también
lee o estudia.
La flamante
biblioteca Oodi (nombre que le pusieron los ciudadanos en una encuesta y que en
finés quiere decir oda) es un gran living room (y así lo promocionan) al que
los finlandeses -insuperables en su dinámica colectiva, pero individualmente
acosados por la soledad - toman por un escenario de sociabilidad donde al
menos, si no hablan entre sí, se sienten acompañados.
Reúnete con
amigos, desarrolla tu arte, lee, descansa.ven con tu familia, reserva un
espacio para encuentros o pasa un día de trabajo en un ambiente relajado.
Incluso puedes celebrar tu propio evento en Oodi. Pero, ¿cómo funciona una
biblioteca que le propone semejante menú a los ciudadanos?
Todos sabemos que
las bibliotecas aspiran a ir liberándose de aquel ambiente en el que reinaba el
silencio y los lectores apenas se movían en los pupitres en los que leían. Sin
embargo, ¿tanto convite al ejercicio de la libertad no termina produciendo
excesos?
La respuesta
viene de la mano de la directora de la nueva biblioteca, Anna-Maria
Soininvaara. Todo lo que aquí llevamos adelante fue diseñado a partir de lo que
querían los ciudadanos. Les hemos consultado hasta los detalles más pequeños.
Responder a lo que pedían ha sido la llave de la armonía en el uso de la
biblioteca.
Un edificio
funcional
El propósito de
convertir a la biblioteca central de la impresionante red de bibliotecas de
Helsinki en un espacio de encuentro y sociabilidad ciudadana requería de un
edificio que sirviera a esos fines. Un concurso internacional anónimo convocado
en 2012 reunió 544 participantes. En junio de 2013, se consagró ganador el
estudio local ALA. La construcción comenzó en mayo de 2015 y costó 100 millones
de euros.
Nuestro objetivo
era crear un espacio público novedoso en el centro de la ciudad, afirma el
arquitecto Niklas Mahlberg, responsable de la firma ALA Architects en la fase
de implementación.
En Helsinki, la
amplitud de luz natural varía de tan solo 5 horas y 49 minutos en invierno a 18
horas y 56 minutos en verano. La luz es, pues, un elemento gravitante a la hora
de diseñar un edificio.
En la estructura,
son los inmensos vidrios los que presentaron el mayor desafío. Son muy grandes,
curvos, doblados y laminados. Debieron ser diseñados para acompañar las
ondulaciones de techos y piso. Los que más llaman la atención son aquellos en
los que se imprimió un patrón de puntos blancos para disminuir el resplandor y
el calor excesivo durante el verano, lo que produce una imagen abstracta de
copos de nieve.
La planta baja,
inmensa y libre, es absolutamente transparente, con vistas amplísimas a través
de enormes ventanales con escasos soportes metálicos. La segunda planta ofrece
lugares específicos algo más privados. Y en la tercera planta, llamada El
paraíso de los libros, es como estar en las nubes, con vistas panorámicas a
otros edificios públicos como el Museo de Arte Contemporáneo Kiasma, el
Helsinki Music Centre, el Finland Hall y la sede multimediática llamada Casa
Sanoma.
Pero acaso el
vecino (están exactamente enfrentados) más importante sea la sede del
Parlamento de Finlandia. Aunque tal vez no sea importante la palabra que lo
define. Es la otra institución democrática, la sociedad civil ve al Parlamento
en el mismo nivel.
Agua y libros
El resultado de
una encuesta (los finlandeses son 5,5 millones) determinó que el servicio
público más valorado por la ciudadanía es el de la red de agua potable, e
inmediatamente después se ubica la red de bibliotecas. No es extraño en el país
más alfabetizado del mundo, donde en promedio cada finlandés lee 48 libros al
año, 17 de ellos por placer. Doce libros al año de los que leen los finlandeses
son préstamos de la red.
Una nueva Ley de
Bibliotecas Públicas en Finlandia (sancionada en 2016) menciona, además de las
misiones tradicionales, actividades recreativas y cívicas, y habla de promover
el diálogo social y cultural, además de, por ejemplo, responsabilidades en el
desarrollo nacional. La misma norma menciona que las bibliotecas públicas (en
el país hay unas 8 mil) deberán tener instalaciones adecuadas, equipamiento
moderno y personal suficiente y competente a su disposición.
-¿Cuánta gente
trabaja en la Oodi?
-54 personas.
-¿Y personal de
maestranza y seguridad?
-Están incluidas
en las 54.
Anna-Maria
Soininvaara, la directora de la revolucionaria y espectacular biblioteca que es
Oodi, no tiene despacho. La charla tiene lugar en la planta baja a la vista de
usuarios y visitantes.
Hay espacios
cerrados por paredes de vidrio con pantallas y computadoras, donde los jóvenes
se entretienen con videojuegos
De los 17 mil
metros cuadrados del edificio apenas 200 están destinados a la oficina que
nuestra entrevistada comparte con otras compañeras y compañeros. Los 54 agentes
deben dividirse en turnos, habida cuenta de que la biblioteca permanece abierta
de lunes a viernes de 8 a 22 y sábados y domingos de 10 a 20. Es decir que a un
tiempo hay aproximadamente 15 empleados.
Con zapatos, no
Caminamos y
recorremos cada esquina, cada espacio. En el Paraíso de los libros, papás y
mamás con niños muy pequeños juegan descalzos sobre las ocho alfombras grandes
creadas por los diseñadores finlandeses Laura Merz, Aamu Song, Johan Olin,
Marika Maijala, Piia Keto, Matti Pikkujämsä, Sakke Yrjölä y Jenni Rope. Están
hechas a mano en el norte de la India, respetando tradiciones artesanales de
siglos de antigüedad.
Cada alfombra
representa a un clásico de la literatura finlandesa, desde Minna Canth hasta
Aleksis Kivi y desde Mika Waltari hasta Tove Jansson. Están en la segunda
planta y, por tener libros en estanterías, podríamos decir que es el espacio
que se parece más a una biblioteca convencional.
La dedicada a
Aleksis Kivi, considerado uno de los más célebres autores finlandeses, es la
más llamativa. Se basa en el cuarto en el que murió el escritor en Tuusula (sur
de Finlandia) a los 38 años, alienado por el alcohol y pobre de solemnidad. La
alfombra es del real tamaño de ese cuarto, se dibujan en ella exactamente los
muebles que había y aparecen el hermano de Kivi, su cuñada y sus cuatro hijos,
que eran los propietarios de la casa.
Subimos otro
piso. Hay máquinas de coser y de bordar. Desde la biblioteca central vimos que
a la gente le gustaban mucho estos equipos. Los apartamentos en Helsinki no son
muy grandes y no es usual tener un equipo grande que, por otra parte, no se
necesita tan a menudo. Aquí se pueden compartir con otros. Y además, pueden
aprender a usarlos. También hay cortadoras láser, impresoras, equipos de
grabación, instrumentos musicales, herramientas para bricolaje.
Personas mayores
-algunas muy mayores- conviven en un espacio -eso sí, enorme- con niños,
jóvenes y adultos, cada uno dedicado a lo suyo. o simplemente dedicados a nada.
Los más difíciles
de convocar son los adolescentes, afirma Soininvaara cuando le preguntamos a
qué sector social les cuesta más atraer a la biblioteca. Tal vez por eso hay
grandes espacios cerrados por paredes de vidrio en los que hay pantallas y
computadoras, donde los jóvenes se entretienen con videojuegos. La inmigración,
un tema presente en los países nórdicos, también tiene su lugar con los
llamados cafés de idiomas, donde se enseña el finés, además de disponer de
colecciones en 17 idiomas.
Pasamos por un
estudio de grabación, por un espacio usado por la Unión Europea para temas de
su competencia y por un ambiente en el que los ciudadanos dejan ideas,
sugerencias o quejas a las autoridades de Helsinki, que escritas en papeles y
dispuestas en un mural quedan a la vista de todos. Hay allí una funcionaria que
es la que atiende los reclamos y, si está a su alcance, responde inquietudes.
Más allá, un auditorio, en el que se desarrolla un seminario. Para usarlo, lo
único que hace falta es reservarlo.
Pero como
dijimos, Oodi es una biblioteca. Tiene 100 mil libros para prestar, material
para todas las edades y la colección de partituras más completa en la red
pública.
En el Paraíso de
los libros se encuentra el Rainbow Shelf, con libros de ficción y no ficción,
cómics y películas sobre minorías sexuales y temáticas de género. ¡Ah!.... y
tiene ámbitos donde se lee sin que el ruido, la música o las conversaciones
interrumpan la lectura, tal como eran las bibliotecas del pasado.
Para responder
qué es lo que la gente realmente utiliza de lo que ellos planificaron, la
directora de la Oodi no duda: ¡La gente usa todo! Y sobre cómo se comporta el
edificio fue directa: salvo un problema con el sistema eléctrico que debemos
resolver, todo funciona a la perfección.
En medio de la
charla nos sorpendió un carrito que, autopropulsado y conteniendo libros, iba
hacia un sector de estanterías en El paraíso de los libros. Se trataba de
Veera, uno de los tres robots (los otros son Tatu y Patu) que cumplían con su
trabajo de llevar y traer libros a sus correspondientes lugares o guiar a los
lectores hacia donde estos se encuentran. Como cada decisión tomada en el
lugar, a los tres los bautizó la gente a través de una consulta en las redes.
Las devoluciones de los libros también son concretadas por medio de estaciones
de autoservicio digitales.
Sin exclusiones
Anna-Maria
Soininvaara sube con nosotros la escalera principal del edificio, que en sus
circulares paredes negras espiraladas muestra palabras sueltas hacia el espacio
interior. ¿Qué es eso?
Se trata de la
obra del artista finlandés Otto Karvonen, que tuvo la ocurrencia de escribir
nombres de grupos humanos a quienes se dedicaba la nueva biblioteca. De hecho,
la obra se llama Dedicatoria. Los nombres salieron de encuestas hechas por
internet. Quien lo quisiera podía sumar el grupo que deseara.
De esa manera,
quedaron escritas más de de 380 dedicatorias. La primera palabra, en el extremo
de arriba, es todos. Pero hay dedicatorias interesantes: anarquistas, mendigos,
suicidas, presos, delincuentes, gente loca, bisexuales, amantes de los perros,
ateos... Todos son todos.
Antes de dejar la
Oodi pusimos en manos de su directora varios volúmenes editados por nuestra
Biblioteca Nacional. Y de paso le preguntamos qué recomendación les daría a las
autoridades argentinas para mejorar el rol social de las bibliotecas públicas.
Las seis palabras de su respuesta sonaron como una interpelación
revolucionaria: pregunten a los usuarios qué quieren.
Por: Nino Ramella
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