10 de febrero de 2019
Hacía frío en Campo dei Fiore. Hacía frío ese 17 de
febrero del 1600 en la plaza de Roma. Hacía frío como para encender una
hoguera. Pero la Santa Inquisición no encendió esa hoguera para calentar el
cuerpo del filósofo y astrónomo Giordano Bruno, sino para matarlo. Para matarlo
lentamente, como quien hace purgar un pecado, y arrojar sus cenizas al Tíber.
La herejía había sido postular, a la luz copernicana, que las estrellas eran
soles que podían albergar planetas, que a su vez podían albergar vida. Giordano
Bruno murió por una hipótesis.
Más de 400 años después, la mitad de esa hipótesis
está recontraconfirmada, pero la otra mitad no: aún no hay manera de afirmar
que los planetas tengan vida; ya no solo vida inteligente, civilizaciones,
seres con lenguaje: no se ha hallado en ningún otro planeta (ni satélite) de
nuestro sistema solar trazo de vida alguno; nada, ni una bacteria, algún virus,
una mísera cadena de aminoácidos; tampoco en meteoritos caídos en la Tierra
(pese al apresurado anuncio de agosto de 1996 respecto de un meteorito marciano
caído en la
Hay tantos planetas fuera del sistema solar que hoy
es casi una rutina encontrarlos. Ya van por los 4000 desde 1992, y la curva de
descubrimientos en los últimos años creció hasta el cielo. "Si solo
descubrís un nuevo planeta, casi que no te aceptan el trabajo; debe tener algo
en especial", exagera apenas Pablo Mauas, investigador principal del
Conicet y director del Grupo de Física Estelar, Exoplanetas y Astrobiología del
Instituto de Astronomía y Física del Espacio. Ese "algo especial" son,
por ejemplo, condiciones para la vida (distancia justa con su sol), o
similitudes con la Tierra o ser el más grande, el más pequeño, el más cercano a
su estrella. (Paréntesis: los planetas que orbitan otras estrellas, por no
emitir luz, no se dejan ver a simple vista; los astrónomos infieren su
existencia por "tirones gravitatorios", salvo que justo pasen en su
órbita por delante de su sol y generen eclipses.)
Cuatro mil planetas y ninguna flor, ¿a sus
habitantes, señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color? Menos
poéticamente: ¿por qué no hay nada ni nadie ahí afuera? ¿No hay o es que no los
podemos encontrar (ni ellos a nosotros)?
La búsqueda es cada vez más sofisticada y se basa
en el principio de mediocridad que cita la investigadora del Conicet y docente
de la UBA Andrea Buccino: "Nuestro sistema planetario, la vida en la
Tierra y las civilizaciones tecnológicas son un caso promedio del universo. Si
se dieran las mismas condiciones y el tiempo apropiado en un determinado
planeta, la vida se desarrollaría por las mismas reglas de selección que se
conocen en la vida terrestre".
Si el ser humano no tiene coronita en la Tierra (es
una especie más), tampoco debería tenerla en el resto del universo. Pero el
mismo hecho que permite inferir la existencia de vida, e incluso de
civilizaciones, es decir, la existencia de cientos de miles de millones de
estrellas en un universo inconcebiblemente vasto, hace que todo quede realmente
lejos.
Como cuando -antes de los aviones y los celulares-
una pareja quedaba separada por un continente y los encuentros se tornaban
virtualmente imposibles. "¿Recuerdan esos dos discos dorados que se
pusieron en las sondas Voyager de la Nasa con información sobre la cultura
humana y se lanzaron en 1977? -evoca Mauas-. La Voyager 2 recién abandonó el
sistema solar el año pasado; después de más de 40 años, recién ahora ha llegado
al espacio interestelar. Imaginen lo que falta para que llegue a algún lugar
más o menos interesante. La estrella más cercana, Próxima Centauri, es
chiquita, precisamente, y el planeta hallado allí podría ser terrestre, pero
está a 3,6 años luz. Si quisiéramos mandar una nave a Centauri, tardaría varios
siglos. La foto nomás tardará 3,6 años viajando a 300.000 kilómetros por
segundo. Podríamos imaginar una especie que viviera 5000 años, entonces una
inversión de 300 años en un viaje tendría sentido".
Pese a todo el sano y razonable escepticismo, la
búsqueda se afina progresivamente y se suman nuevas tecnologías. "Hemos
mejorado mucho en la capacidad para detectar vida. Estamos buscando en tres
lugares: extraterrestres en la Tierra con meteoritos, en el sistema solar
(desde sondas como las Vikings en la década de 1970), y también en otras
estrellas con cambios en la atmósfera, para lo cual tenemos mucha más capacidad
de detección", dice Abel Méndez, director del Laboratorio de Habitabilidad
Planetaria de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo (allí está instalado el
que fue el telescopio más grande del mundo desde 1963 hasta que los chinos
armaron el llamado FAST, en 2016). Sin embargo, "la evidencia de lo que
podemos observar es que estamos más bien solos que acompañados, lo que genera
desánimo en mucha gente. Pero igual es importante estudiar si sí o si no. Por
ahora, es cierto, nada", se lamenta Méndez.
¿De qué hablamos cuando hablamos de escenarios
habitables? Son escenarios similares física y evolutivamente a la Tierra, donde
efectivamente se desarrolló vida compleja e inteligente, dice Buccino. "En
la última década se han encontrado nuevos escenarios ?habitables'. El criterio
físico para decir que un planeta extrasolar es habitable es que sea rocoso como
la Tierra y que, por su distancia respecto de su estrella, su temperatura sea
tal que permita disponer de agua líquida, ya que el agua líquida tuvo un rol
esencial en el origen de la vida en la Tierra".
Otra estrategia para detectar si hay vida en esos
planetas es observar su atmósfera en busca de bioseñales. "Uno de los
biomarcadores que detectaríamos desde el espacio si observáramos la atmósfera
de la Tierra sería el ozono, un indicador indirecto de la fotosíntesis. Con el
lanzamiento del James Webb Space Telescope, programado para el 30 de marzo de
2021, se podrán estudiar las atmósferas de una serie de planetas habitables y
así detectar componentes que puedan estar relacionadas con actividad biológica.
No será una detección sencilla a nivel instrumental, pero en este momento
representa la única manera de detectar vida en otro planeta fuera del sistema
solar", agrega Buccino.
Mientras, otra posibilidad es que estemos buscando
mal: oxígeno y carbono, cuando quizá la vida podría basarse en otro elemento.
Mauas refuta: "Solo conocemos la vida basada en el carbono, pero no parece
muy razonable que sea de otro modo. Desde la ciencia ficción, un cuento de
Isaac Asimov plantea la posibilidad de vida en base a cadenas de silicio,
similares a carbono, pero son en realidad muy inestables".
En 2010, Stephen Hawking cuestionó el proyecto de
Carl Sagan, los ya mencionados discos de las sondas Voyager con información de
culturas humanas y su ubicación dentro de la Vía Láctea. Argumentó que si les
decimos dónde estamos a extraterrestres inteligentes, el resultado de ese
hipotético encuentro sería similar al de Colón con los indígenas americanos
(Colón y los españoles serían los extraterrestres). Mauas lo desestima. Es que,
por más que haya estimulado la imaginación humana -libros, films, historietas-,
la vida extraterrestre hasta ahora es una ciencia sin sujeto, una coartada de
guionistas. A pesar de quienes creen que son comunes los encuentros en los que
los ET eligen como interlocutores granjeros ucranianos o del medio oeste
norteamericano antes que alguien de la clase dirigente.
Mauas cree que efectivamente hay vida en algún
lugar del universo y quizás hasta inteligencia, pero tan alejada del sistema
solar que conocerla es poco menos que una utopía. Incluso se permite imaginar
ese encuentro cercano: "Mirá si después de viajar años luz, los
extraterrestres van a llegar de incógnito al Uritorco solo para asustar a
algunos, tomarse unos fernets e irse. No tiene sentido". Si Giordano Bruno
viviera, probablemente se reiría.
Por: Martín De Ambrosio
Llegaremos a conocerlos?
Muchos científicos de mi generación nos interesamos
por la cosmología y la posibilidad de vida extraterrestre a partir de los
fascinantes relatos de Carl Sagan en Cosmos. Pero Sagan fue mucho más que un
notable divulgador científico. Fue también asesor de la NASA y uno de los
principales impulsores del proyecto SETI (Search for Extraterrestrial
Intelligence), dedicado a la búsqueda de inteligencia extraterrestre.
El proyecto SETI usa imponentes radiotelescopios
que barren el firmamento en busca de ondas electromagnéticas, como las de una
transmisión de TV, que muestren la existencia de alguna otra civilización. Pero
no solo nos contentamos con hurgar señales en los confines del universo.
También emitimos las nuestras y hasta enviamos naves como el Voyager a explorar
el espacio exterior con un disco de oro lleno de imágenes y sonidos
representativos de nuestro planeta (desde fotos hasta fórmulas matemáticas y
los primeros compases de la Quinta sinfonía de Beethoven).
¿Como serían las señales de una civilización
extraterrestre? ¿Qué lenguaje usarían? Sagan propone una solución brillante en
Contacto, una novela de ciencia ficción que luego filmaría Robert Zemeckis con
Jodie Foster. Los radiotelescopios de SETI detectan secuencias de pulsos provenientes
de la constelación de Vega, una estrella a 26 años luz. Los pulsos
aparentemente no tienen sentido y podrían ser la consecuencia de algún efecto
natural, pero Foster se da cuenta que representan números: 59, 61, 67, 71? una
secuencia de números primos. Los extraterrestres usan un lenguaje irrefutable
para dar a conocer su presencia: el de la matemática.
La realidad es más frustrante, pues hasta ahora no
encontramos evidencia de otra civilización y nuestros mensajes no han tenido
respuesta. ¿Será entonces que estamos solos en el universo? Los científicos nos
estremecemos ante la más mínima evidencia de agua en los planetas o satélites más
cercanos. Probablemente no veamos nunca aterrizar una nave espacial con ET y
quizá debamos conformarnos con seres extraterrestres en forma de bacterias y
microorganismos, pues donde hay agua suele haber vida. El problema es que
ningún otro cuerpo celeste de nuestro sistema solar parece habitable.
Ninguno tiene una atmósfera como la Tierra y aunque
haya infinitos planetas como el nuestro en el universo, la estrella mas
cercana, Próxima Centauri, está a unos 4 años luz y planetas como Kepler 186f,
el más parecido a la Tierra de todos los que conocemos, están aún más lejos.
Una nave como el Voyager, viajando a más de 60.000 kilómetros por hora,
tardaría miles de años en llegar a Próxima Centauri y cien veces más en llegar
a Kepler 186f. ¿Quién haría ese viaje? Por más que la tecnología de otras
civilizaciones permita superar la velocidad del Voyager, venir a visitarnos demandaría
demasiado tiempo.
Sin embargo, quizás algún día podamos comunicarnos.
Aunque tendríamos casi 600 años de retardo en el caso de Kepler 186f, ya que
nuestra transmisión no puede superar la velocidad de la luz. O sea, si en el
siglo XVII Kepler hubiera mandado una señal de radio al planeta con su nombre,
el mensaje todavía no habría llegado a destino. Pero imaginemos estar frente a
la pantalla esperando la primera imagen de los extraterrestres. ¿Cómo serán?
¿Se verán como nosotros, así como el extraterrestre de El día que la Tierra se
detuvo? ¿Serán seres algo amorfos y pacíficos como los de Encuentros cercanos
del tercer tipo? ¿O sarcásticos y beligerantes como los de Marte ataca?
No tenemos idea. Nuestra historia nos muestra lo
difícil que se hace predecir cómo evolucionan las especies de un planeta: si un
meteorito no hubiera impactado la Tierra hace 65 millones de años, quizá hoy
veríamos dinosaurios como los de Titanes del Pacifico. Lo que si sabemos es que
las chances de que no haya ninguna otra civilización son casi nulas. Es una
simple cuestión estadística; entre infinidad de estrellas y planetas en
principio habitables, alguno debe albergar vida. Muy probablemente, entonces,
los seres extraterrestres existen. La gran pregunta es si algún día llegaremos
a conocerlos.
Por: Rodrigo Quian Quiroga
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